Los domingos suelen ser
sinónimo de viaje. Ya ni lavo el coche sabiendo que el fin de semana
próximo lo voy a volver a llenar de mierda. Esta argumentación
podría volverse en mi contra si alguien asumiese que cuido mi coche
como me cuido a mí mismo, pero para el aseo personal soy más mirao.
Ayer, después de
corregir y demás, cogí el coche y cambié de provincia. Unos
temillas pendientes y la promesa de comer una fabada buena buena hoy
eran las excusas para volver a meterme una panzá de kilómetros.
Afortunadamente hacía sol y con Chucho el viaje se hizo más
llevadero. Esto de usar los fines de semana para cansar más no debe
ser bueno para la salud, y menos a lo que está el litro de gasoil
desde que decidieron meter el puñetero céntimo sanitario, que ni es
céntimo ni es sanitario, pero que yo noto ahí, en la nuca,
presionándome, cada vez que la aguja del depósito se pone en rojo.
Algunas veces me pregunto
cuántos de los demás coches que adelanto o me adelantan son gente
como yo. Luego me doy cuenta que no deben ser muchos, porque el
desvío para “Ávila-Olmedo” sólo lo cojo yo. Presumo que no
serán tan gilipollas como para ir por el peaje, pero a veces uno
presume de más, lamentablemente.
La noche acabó divertida
porque, afortunadamente, decidí hace poco dejar de mezclar
destilados con fermentados. Esto no sólo lo agradece el cuerpo, sino
también me genera una sensación como de superioridad moral que, a
falta de otro tipo de estimulantes, me alegra. También estaba yo
contento, creo. Eso sí, he aprendido una importante lección de cara
al futuro: jamás duermas en un colchón restform o similares
pinchado, porque la mañana puede ser muy dura.
Mas kilómetros hasta
casa de unos parientes y buena fabada, aunque comer fabada a 24
grados de temperatura no es recomendable bajo ninguna condición
pero, ¿quién se imaginaba que íbamos a estar así hoy? Con este
pariente en concreto tengo una especie de pacto de intercambio de
novelas de ciencia-ficción. Digo especie de pacto porque
generalmente soy yo el que gorronea y le va vaciando las estanterías;
luego, meses después, se las devuelvo diciendo “oye, igual te
interesan estos libros que ya leí, que me ocupan mucho espacio en
casa”. Afortunadamente nunca me ha hecho comentario alguno. Es
familia, entiende las taras de uno. Hoy el saqueo comenzó por aquí.
Realmente me moló porque el género femenino volvió a arrimárseme.
Y vuelta al coche otra
vez, pruebo rutas nuevas y por fin me presentan al aeropuerto de Valladolid, que es más pequeño de lo que pensaba. Menuda decepción.
En todo caso seguro que está mejor aprovechado que el de Castellón.
A ver si un día cojo un vuelo allí y no me pierden las maletas. Eso
sí que sería pa contarlo.
Ya llegando hago unas
fotos al paisaje para que nadie dude de dónde estoy. Seguro que la
policía no dudaría en multarme si me llega a ver, pero libro. Estos
móviles son un puto peligro, pero también tienen sus ventajas.
Ya en casa no cuento lo
que hago, porque resulta tan evidente tan evidente que da un poco de
grima, ¿no? Mañana vuelta al cole...
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