Últimamente no me
encuentro con mucho ánimo para escribir cosas mínimamente serias
así que, a pesar de que había prometido que la siguiente cosa que
pondría sería algo de humor, finalmente he optado por una entrada
culinaria, como aquella del pollo con pasta de hace unos meses. Lo
siento, pero ahora mismo, entre unas cosas y otras, no me salen
entradas de otro tipo, estoy un poco entre paréntesis esperando a
que me llamen y este interino errante no da para mucho más.
Así, aprovechando que
estamos en las fiestas de mi pueblo y que me está dando por no salir
de noche, esta mañana decidí hacer una tortilla de ésas que alguna
gente sabe que llevo meses prometiendo y que, durante mi estancia en
Ávila, nunca pude acabar de concretar por falta de utensilios. No es
que hoy haya tenido los utensilios necesarios, pero al menos las
sartenes de casa de mis progenitores no se pegan, hay más de una y
los cuchillos cortan algo decentemente. Sí, para hacer una tortilla
en condiciones hay que manchar, al menos, dos sartenes, cortar las
patatas un poco finas y disponer de una serie de ingredientes para
condimentar que pasaré a relatar más adelante.
Cabe decir que, hasta el
momento, siempre que he comentado la receta de mi tortilla las caras
de respuesta suelen expresar desconcierto o duda. Falta de confianza,
podríamos decir. Al parecer, a nadie le cabe en la cabeza que una
tortilla de patata pueda llevar tabasco o leche, pero lo cierto es
que luego nadie se queja. Pongo la receta y luego sigo:
-4 huevos
-3 ó 4 patatas medianas
-4/5/6/7/8 pizcas de sal
(dependerá de la tensión de los/las comensales)
-pimienta negra molida
(al gusto, pero que se note)
-ajo en polvo (al gusto,
pero que se note)
-un chorro de leche
-4 gotas de tabasco
Las patatas hay que
cortarlas muy finas. Cuando digo muy finas digo que prácticamente
hay que dejarse los dedos en el enfrentamiento perenne entre los
cuchillos que cortan bien y nuestras manos inexpertas. Se ponen a
freír una vez sazonadas con sal y pimienta negra, y mientras tanto
se baten los huevos, a los que luego echaremos el chorro de leche,
más sal, más pimienta negra, ajo en polvo y el tabasco. La leche es
para que luego la tortilla quede esponjosa y en cuanto al tabasco,
pues depende del gusto de cada cual por el picante, pero al menos un
par gotas (ni pa dios chorros, ¿eh?, que me la liáis) hay que
echarle. Luego hay que seguir el esquema básico de toda tortilla,
darle la vuelta como mejor se pueda y no tenerla mucho al fuego para
que quede un poco cruda por dentro, que es como mejor sabe.
El resultado, si las
sartenes no pegan y no la cagáis al darle la vuelta, puede ser algo
similar a esto.
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Qué mantelín, qué platos tan de casa familiar |
Si notáis unas pintillas negras por la superficie no
os alarméis, no es que os haya caído café en la tortilla sin daros
cuenta, es que la pimienta negra se deja notar, la muy zalamera. Lo
que haré en la próxima ocasión es echarle pimentón, a ver si
consigo la primera tortilla roja de la historia. Seguro que lo
comentaré por aquí si lo logro.
Estoy pensando que esa
tortilla roja sería posiblemente uno de los nuevos platos a añadir
a la carta del casi secreto restaurante Mercader. Hoy que las
carrilleras de eurocomunista hay que sacarlas del menú,
seguro que podemos meter alguna nueva invención. Eso sí, se
mantendrán los trotskistas afogaos, los revisionistas
cocidos a fuego lento en salsa perestroika, los rollitos de
primavera de Praga y los escalopines adobados sobre lecho de
patatas oportunistas. Como se puede ver, el restaurante Mercader
es muy ortodoxo en la elaboración pero admite a todo el mundo en su
carta. A la tortilla, como me cae bien y es invención mía, a
diferencia del resto la llamaremos tortilla Pasionaria, que
era buena paisana aunque sin guisantes. Los guisantes los dejamos
para cocido, en nuestro famoso gulag (perdón, goulash) de
arbeyu pintu. En Mercader nuestros manteles son de cuadros, como
en la Pizzería Los Hijosdeputa, de San Telmo.
Pero todo esto venía a
que estamos en fiestas de mi pueblo. Sí, bueno, aquí somos de los
que celebramos en septiembre, no en julio-agosto. ¿La razón? En
julio-agosto no hay ni el tato y saldrían unas fiestas un pelín
desteñidas, y no es plan para un pueblo tan de postín y tan de
señoritos. Lo más reseñable hasta ahora es que el lunes vino un
señor de un pueblo vecino a cantar y, a pesar de que dicen que hay
pique entre vecinos, llenó la plaza y dio un conciertazo, de lo cual
me alegro porque estuve allí y pude comprobar cómo se puede ser
intenso diciendo pocas cosas, pero diciéndolas bien. En honor al ajo
de la tortilla, creo que esto queda bien, aunque lo hayan grabado en
otro pueblo que hace poco también estuvo de fiestas y originalmente
esté pensada para otro pueblo más que hace no mucho también estuvo
en fiestas.
Me voy despidiendo,
espero que otro día pueda poner cosas más interesantes.
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