¿Te ha tocado dar vueltas por ahí como una peonza? ¿Tienes más especialidades acreditadas de las que puedes recordar? ¿Conoces pueblos y ciudades de CyL? ¿Tu coche tiene más de 150.000 kilómetros? ¿Te jode que echen sal en las carreteras cuando no nieva ni va a nevar? ¿Tiras con media jornada y te han puesto un horario de mierda? Pues a lo mejor te interesa leer esto. Bueno, o no, pero da igual, yo lo pongo de todas formas.

martes, 31 de julio de 2012

Quiero escribirte el cuento más bonito del mundo


Eso fue lo que me encontré en el buzón de mi casa hace unos días, en la portada de una libreta pequeña con anillas que alguien debió dejar olvidada. Pienso que tal vez tengo un cartero que, enamorado, escribe entre esas cuadrículas tan perfectas sus sensaciones imperfectas, tal vez sin la esperanza de que nadie las lea nunca, o de que la persona a la que van dirigidas las lea nunca. Pienso también que ahora, al tenerlas yo, sólo puedo transcribirlas para que quepa una mínima posibilidad de que la destinataria las llegue a conocer. O también puedo dejar la libretilla donde la encontré y rogar y rogar por que el cartero la reconozca y se la lleve de vuelta, intacta, sólo mancillada por mis dedazos y mi curiosidad. O puede ocurrir que el destinatario fuera realmente yo, que alguien sabe por fin quién es este interino errante y que no soy capaz de evitar hablar de este tipo de situaciones raras en las que me veo envuelto a veces.

Dice así, las reclamaciones por las faltas de ortografía al maestro armero, por favor:

Quiero escribirte el cuento más bonito del mundo porque si te escribiera el cuento más bonito del inframundo estaría muerto y no me apetece estar muerto. Corrijo sin cesar mis expresiones porque busco una que actúe como llave y me permita acceder a ese recoveco de tu mente y de tu pecho donde te encierras para no verme, para no notarme. Te lo prometí y no sé si seré capaz de estar a la altura de mi promesa, así que me paso las noches sin dormir buscando la historia, los personajes, la situación, la chispa, el chiste, todos esos ladrillos invisibles que construirían el relato que sería mi regalo perfecto para ti, de ésos que nunca se devuelven ni aparecen, años después, olvidados en las estaciones de tren, cubiertos de polvo y casi rogando por un poco de atención.

Tiene que ser el más bonito del mundo porque es para ti. Si fuera para cualquier otra persona bastaría con algo normalito, medio elaborado, tal vez resultón pero sin todo lo que hace falta para que jamás te olvides de sus líneas, de sus puntos y aparte y de sus comas mal colocadas. Mientras busco las palabras adecuadas para escribir el cuento más bonito del mundo me entretengo garabateando en libretas frases y giros que a veces me parecen geniales y otras miserables. A veces incluso utilizo el teléfono para anotar ocurrencias que luego olvido y me causa un placer inmenso encontrarlas al cabo de los días. Todo es como un gran puzzle, que se va resolviendo poco a poco pero que no tiene todas las piezas colocadas aún. Curioso, porque hay otro puzzle que sí está completo y que precisamente me empuja a querer escribirte todos los cuentos más bonitos del mundo.

También sé que si te escribiera el cuento más bonito del mundo sería el último cuento que escribiría. Escriben quienes no pueden vivir, igual que gritan quienes no pueden hablar. Lo que ocurre es que realmente no quiero escribir ese cuento, sino que quiero vivirlo, contigo. No busco más lectores que tú pero me gustaría que no fueras una lectora, sino una presencia física, un desayuno y una comida y una cena y una noche, o todas las noches, de cháchara y vueltas y sudores y frío y dolor y placer y entrega. Igual que la canción, te pido que me sigas hasta el final de la noche y hasta el final de mi locura, pero sin ponerles fin realmente, dejando que la noche y mi locura sean el regalo que sustituya, humildemente, al cuento más bonito del mundo que no sé si podré escribir porque no sé si estará a la altura de tus ojos, tu cara, tu pelo, tus manos, tus caderas, tus lunares y tus besos.


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