¿Te ha tocado dar vueltas por ahí como una peonza? ¿Tienes más especialidades acreditadas de las que puedes recordar? ¿Conoces pueblos y ciudades de CyL? ¿Tu coche tiene más de 150.000 kilómetros? ¿Te jode que echen sal en las carreteras cuando no nieva ni va a nevar? ¿Tiras con media jornada y te han puesto un horario de mierda? Pues a lo mejor te interesa leer esto. Bueno, o no, pero da igual, yo lo pongo de todas formas.

lunes, 13 de agosto de 2012

El Amo del Tiempo ha perdido las horas

-Buenos días, ¿tiene usted hora?
-Tendría que tenerla, caballero, soy el Amo del Tiempo.
-¿Y entonces ese tono de duda que denotan sus palabras?
-Pues que, lamentablemente, no puedo ofrecerle horas porque las he perdido.
-¡Pues menudo Amo del Tiempo que está usted hecho!
-No me lo repita usted también, por favor. Llevo ya unas cuantas reprimendas esta mañana...
-¿Y le extraña?
-No, claro que no, pero no me gusta oír obviedades tan de seguido.
-Es que, fíjese usted, un Amo del Tiempo que no es capaz de atender una mísera petición de hora...
-¿Y qué quiere que yo le haga, señor mío? A veces un Amo del Tiempo también puede perder el tiempo, no sería la primera vez que ocurre algo así.
-No me diga, me parece inconcebible, ya que lo comenta.
-Pues concíbalo, baloconcí y cíbalocon, he dicho.
-¿Qué ha dicho?
-Concíbalo, baloconcí y cíbalocon, ¿necesita nuevas referencias?
-Pues sí, la verdad es que me encuentro un poco perdido con usted.
-Tendría que estarlo, caballero, soy el Amo del Tiempo.
-Que pierde el tiempo...
-Eso es irrelevante, ¿acaso cree que somos iguales usted y yo?
-Ni se me había pasado por la cabeza hasta ahora.
-Déjeme hacerle una pregunta
-A ver...
-¿Por qué motivo me pedía usted la hora? ¿O me pedía hora? ¿O quería hora?
-Eso son tres preguntas...
-A las que usted puede responder en el orden que le plazca.
-Pues a ver, por orden inverso, yo quería hora con el dentista, le tengo que pedir hora a mi psiquiatra y a usted, concretamente, le preguntaba que qué hora era.
-¿Y ha resuelto alguna de esas tres cosas?
-Como comprenderá, no.
-Por lo tanto considerará usted que está perdiendo el tiempo mientras habla conmigo
-Yo no lo habría expresado mejor
-Pues mire usted, en eso sí que somos iguales
-¿Y a mí qué me resuelve eso?
-Tal vez nada, pero sepa que usted y yo no somos iguales
-¿Me va a formular nuevas preguntas que no llevan a ninguna parte? Debe ser verdad que es usted el Amo del Tiempo, porque lo derrocha a manos llenas...
-No le formularé más preguntas, caballero, es usted un Esclavo del Tiempo y por tanto me debe rendir pleitesía. Ya está tardando...
-¡Qué desfachatez!, llamarme a mí esclavo con los tiempos que corren...
-Y más que correrán, corren tanto que se me han escapado...
-¿Y qué quiere que yo le diga? Prácticamente acaba de insultarme llamándome esclavo, no querrá encima mi ayuda...
-No, señor mío, yo sólo quiero su reloj.
-Pero si no tengo reloj, por eso le pedía la hora...
-¿Y no se la he dado?
-No, me ha dicho que le resultaba imposible.
-¿Y eso cómo es?
-Al parecer las ha perdido usted.
-No puedo creerlo, si soy el Amo del Tiempo...
-Y yo el presidente de mi comunidad, pero no me enorgullezco de ello.
-¿Ah, sí? Qué interesante. ¿No siente usted que en las reuniones de vecinos se pierde mucho el tiempo?
-No lo siento, lo padezco.
-¿Y no cree que tal vez sea porque las horas, esas mismas horas que yo he perdido, a veces son un poco díscolas y pasan a su manera, como pavoneándose?
-Bueno... yo realmente pensaba que era culpa de la vecina del 6ºE, que está siempre quejándose del inquilino que tiene debajo, que como está alquilado no acude a las reuniones.
-¿Y qué quejas formula su vecina, en alianza con mis horas perdidas, para hacer que esas reuniones sean tan insufribles, caballero?
-Dice que, entre otras cosas, el joven está enamorado.
-¿Y a ella eso le parece mal? Perdone, pero no veo en qué forma eso puede suponer una molestia para el vecino del piso inmediatamente superior...
-Yo creía que era broma, pero al parecer el sentimiento del joven es contagioso y la señora dice que su marido, después de 20 años, ha vuelto a hacerle proposiciones indecentes.
-Señor mío, eso es algo digno de celebración, no de escarnio
-Eso le dije yo a la mujer, pero al parecer ella no es de la misma opinión. Su confesor tampoco...
-Es una señora del Opus Dei, ¿me equivoco?
-Se equivoca. Es kika.
-¿Come maíz tostado?
-Sí, como una gallinita, no vea qué reuniones nos da, con ese aliento a salsa barbacoa...
-Pues tendrá que mandarla a paseo, póngase de acuerdo con los demás vecinos.
-Eso me gustaría, pero las quejas sobre el joven no acaban ahí.
-Ah, ¿no?
-No, ni mucho menos, pero sería muy largo relatárselo.
-No se preocupe, tengo tiempo.
-Ya, pero yo no tanto.
-¿Ve usted como yo soy Amo y usted Esclavo?
-¿Del Tiempo? Tal vez...
-No, de la vida.
-¿Y eso?
-Porque a mí me parece glorioso que haya un solo joven enamorado, mientras usted se preocupa por la vecina y no lo festeja.
-Entiéndame, es mi responsabilidad como presidente atender las quejas del vecindario.
-Y ya que estamos, ¿el joven no se ha dirigido a usted en ninguna ocasión?
-Sí, es una persona curiosa, sonríe siempre que me saluda.
-¿Y eso le extraña?
-No estoy acostumbrado.
-Y la señora, ¿le sonríe cuando le saluda?
-Se santigua, es antigua.
-Pero usted no tiene pinta de demoño.
-Me refiero a cuando él la saluda a ella, me los encontré un día donde los buzones.
-¿Pero él tiene pinta de demoño?
-No, la verdad es que parece normal, pero sí es cierto que una vez le vi con una chica con moño.
-¿Cree usted que era su enamorada?
-Yo no creo nada, yo sólo sé, y lo que no sé, no lo creo.
-¿Entonces lo cree o no lo cree? No me líe.
-Lo sé.
-Menos mal. Y dígame, ¿le pareció a usted bonita la chica del moño?
-Absolutamente, yo diría preciosa.
-¿Y cómo se les veía juntos?
-Muy bien, era todo como muy natural, ¿sabe? Cierto es que sólo los vi unos instantes...
-A propósito, ¿cómo sabe usted que ella era su enamorada? Podía ser su hermana, por ejemplo.
-Lo sé porque antes de saludarles vi cómo él le hacía una caricia invisible...
-¿Qué es eso?
-¿No conoce usted la película Besos Robados?
-No, ¿debería?
-¡Claro que debería! No tiene tanto tiempo...
-Claro que no, lo he perdido, ya lo sabe. Y por favor, no siga por ahí, se lo advierto...
-Está bien. Le explico, las caricias invisibles son una gran demostración de amor porque se hacen sin tocar.
-¿Una caricia sin tocar? ¿No es un poco contradictorio eso?
-Por supuesto, ahí reside lo bonito del asunto.
-Explíqueme más.
-Saber dar una caricia invisible está sólo al alcance de unos pocos porque la mayoría de la gente tiende a tocar al otro, piensa que el contacto es la vía de expresión del afecto, pero se equivocan.
-Mmmm, es interesante.
-Sí, lo importante de la caricia no es darla, es querer darla.
-Nunca lo había visto desde esa perspectiva. Pero, espere, estoy pensando en ella. ¿Cómo sabe que él le quiere dar la caricia?
-Porque él se lo ha prometido.
-¿Y ella le cree?
-¿Usted qué cree?
-¿Cree que usted creería a quien le hiciera esa promesa?
-Desde luego, yo me creo todo lo que es bonito, porque lo sé.
-¿Qué sabe?
-Que es verdad.
-Pero si no la toca con la caricia...
-Da igual, ya le dije que tocar no es necesario, una caricia invisible está al alcance de muy pocos. Digamos que una caricia visible es imperfecta porque exige ser demostrada, mientras que la invisible basta por sí sola, se sabe que está.
-Pero sólo lo saben ellos...
-¿Y qué más da? ¿No le parece suficiente? Son ellos los interesados.
-Cierto, ¿pero no exige el amor de expresión pública?
-Tal vez sí, tal vez no, no tengo la respuesta para eso.
-Pues aclárese, porque antes me dijo que usted vio cómo él le daba a ella una caricia invisible...
-Pero eso es porque uno siempre reconoce a sus iguales
-Ah, entonces me quiere decir que usted es otro de ésos que saben darlas, según su extraña teoría.
-Sí, pero ahora no tengo caricias invisibles que dar.
-Le pasa a usted como a mí con las horas.
-Tal vez, ni lo sé ni lo creo, pero me lo figuro.
-Yo sé que mis horas se han perdido porque son díscolas y caprichosas, a veces corren y a veces remolonean, no me hacen caso nunca y se ríen de mí a mis espaldas, pero ¿cómo puede haber perdido usted sus caricias invisibles?
-No he dicho que las haya perdido, he dicho que no tengo para dar.
-¿Entonces las guarda usted?
-Claro, están reservadas
-¿Para su propia chica de moño?
-Sí, está en el extranjero.
-Pero volverá...
-Desde luego.
-Sabe usted que podría ayudarle, ¿no? Soy el Amo del Tiempo.
-Ya bueno, un Amo del Tiempo que ha perdido sus horas.
-Óigame, ya le he dicho que “sé que mis horas se han perdido porque son díscolas y caprichosas, a veces corren y a veces remolonean, no me hacen caso nunca y se ríen de mí a mis espaldas”. A propósito, ¿qué tal le parece que me autocite?
-Es un poco barato, pensaba que siendo usted Amo del Tiempo tendría más recursos.
-Cierto es, pero es que también me encanta el autoplagio, suena tan contradictorio...
-Autocitarse, autoplagiarse, autocontrolarse, autodestruirse, autolavarse, autosecarse, autopista, auto...
-Perdone, autopista no es un verbo reflexivo.
-Ya lo sé, es una cinta de hormigón por la que van autos.
-Eso tampoco es un verbo reflexivo, pero ya puestos, a mí me gusta la palabra “autocar”.
-¿Las comillas son porque se autocita usted de nuevo?
-No, eso lo señalo con cursiva. Vea usted: No, eso lo señalo con cursiva.
-Me ha quedado claro. Hablaba usted del autocar.
-Cierto, es un término que aprecio mucho.
-¿Por qué motivo?
-Porque es una mezcla de griego e inglés, dos de mis idiomas favoritos.
-Es verdad.
-¿Es verdad qué?
-Que son dos de sus idiomas favoritos.
-¿Cómo lo sabe usted?
-Porque me lo ha dicho antes.
-Señor mío, yo sólo le he dicho que soy el Amo del Tiempo.
-Perdón, había entendido que dos de sus idiomas favoritos eran el griego y el inglés.
-En ocasiones me sorprende usted mucho.
-¿Para bien o para mal?
-Déjeme que lo valore al final de esta conversación sin final.
-Eso me parece contradictorio.
-Nunca le dije que no lo fuera, señor mío.
-Cierto es. Igual que lo es que usted me ofreció antes ayuda.
-Y lo reitero.
-Pues se la acepto, ¿cómo me va a ayudar?
-Haciendo volar el tiempo.
-¿Puede usted hacer eso?
-¡Pero bueno! ¿Acaso no me cree cuando le digo que soy el Amo del Tiempo?
-En ocasiones sí, en ocasiones no. Ya le he dicho que sólo me creo lo que sé. Y esto no lo sé.
-Pues sepa usted, caballero, que soy el Amo del Tiempo. Aunque mis horas se hayan perdido.
-¡Pues menudo Amo del Tiempo que está usted hecho!
-Ahora es usted quien se autocita.
-No me había dado cuenta, no suelo tener esa costumbre, así que permítame que siga su ejemplo: ¡Pues menudo Amo del Tiempo que está usted hecho!
-Así está mejor. Ya verá cómo mis horas perdidas vuelven pronto, son dos y no creo que anden lejos.
-¿Dos?
-Sí, Par e Impar. Seguro que le caerán bien, aunque ya le he dicho que a veces se ríen de mí a mis espaldas.
-¿Tienen malicia?
-No tanta, pero les gusta hacerme jugarretas, como cuando se disfrazan.
-¿Se disfrazan?
-Sí, por la noche, por ejemplo. A las 23 no sé quién es Par ni quién es Impar, y a las 24 las dos son extrañamente par-ecidas...
-¿Ha habido un salto de línea? Lo digo por el guión...
-Señor mío, eso ya no se lleva desde que existen los procesadores de textos tipo openoffice. El guión responde a un juego de palabras.
-Ya me par-ecía. Me gusta además que use usted software libre...
-Soy el Amo del Tiempo, recuérdelo, tráteme con respeto y ni se le ocurra insinuar a ninguna hora lo del software libre, parece de pobre.
-No pretendía ofenderle.
-Ni yo hacer publicidad gratuita. Por otra par-te, ahí vienen mis dos horas. Y como siempre que se pierden, vuelven con toda la parsimonia del mundo.
-¿Entonces ahora podrá ayudarme?
-Ya le he ayudado, señor mío. Son las nueve.
-Ah, yo creí que eran las tres.
-Sepa que me ha caído usted simpático.
-Ah, entonces deduzco que es el fin de la conversación.
-Podemos seguir si usted quiere.
-No tengo tiempo.
-Eso me parece una faltosada que sobraba. Soy el Amo del Tiempo.
-Perdone, no era mi intención. Me ha sido usted de gran ayuda.
-No sabe cuánto me alegro.
-Y yo.
-Recuerde, soy el Amo del Tiempo.
-Y yo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario