¿Te ha tocado dar vueltas por ahí como una peonza? ¿Tienes más especialidades acreditadas de las que puedes recordar? ¿Conoces pueblos y ciudades de CyL? ¿Tu coche tiene más de 150.000 kilómetros? ¿Te jode que echen sal en las carreteras cuando no nieva ni va a nevar? ¿Tiras con media jornada y te han puesto un horario de mierda? Pues a lo mejor te interesa leer esto. Bueno, o no, pero da igual, yo lo pongo de todas formas.

miércoles, 15 de agosto de 2012

Sonríe

Nuevamente hoy me han dejado una notita por debajo de la puerta. En el edificio donde viven mis padres hay mucho trajín y así es imposible tratar de averiguar quién puede ser la persona que, aprovechando el anonimato, se dedica a enviarme cosas que yo siempre acabo colgando aquí porque la inspiración es una señora que debe estar de vacaciones. Claro, el problema es que estas entradas tienen poco que ver con asuntos de interinos, pero a mí realmente me gusta pensar que en estos casos actúo como el editor de Nigel Rickembacker, que durante años publicó sus novelas desquiciadas sin llegar a conocerlo personalmente, ni a verlo, jamás.

En esta ocasión la nota viene escrita en letra apretada por detrás del recibo de una pensión con nombre de ciudad pero que no coincide con la ciudad en la que está la pensión. Es, por poner un ejemplo, como si en Segovia hubiera una pensión llamada “Pensión Ávila”. Vamos, creo que queda claro y os hacéis una idea. Muy convenientemente, los nombres de los huéspedes de la habitación (son dos), están tachados, cuidadosamente, con lápiz del dos, como si quien me lo envía quisiera que yo acabara conociendo su identidad o sacando como resultado cuatro, pero como resulta que ni tengo goma ni me apetece resolver este misterio, pues los nombres reales se van a quedar donde están, bajo esa capa de grafito y tan a gusto.

Mientras te esperaba ayer me comí un pincho de tortilla que me supo a gloria. Lo comí como tú haces, como lo hacen las personas que saben, destrozando poco a poco los pedazos y seleccionando con el tenedor los más apetitosos hasta que no queda ninguno en el plato, hasta que la patata, a veces poco cuajada con el huevo, me dijo que ya no tenía más ganas de pan. No sé si me supo a gloria porque te esperaba o porque la tortilla realmente estaba buena, pero no tiene mayor importancia porque yo era feliz.

Al fin llegaste y no eras tú, era alguien que se parecía mucho a ti. Me levanté del asiento y corrí a abrazar a quien pensaba que eras tú, dándome cuenta de mi error justo antes de apoyar mis brazos sobre sus hombros y de olerle el pelo. Me confundió porque durante un solo instante se cruzaron nuestras miradas y pensé que me miraba como me miras tú. Y lo pensé porque cuando te miro son tus ojos quienes llaman mi atención, me buscan y me encuentran. Siempre me encontrarán porque yo siempre los buscaré, porque no hay otros ojos como los tuyos, por mucho que otros ojos me quieran mirar como los tuyos o que otros ojos pretendan buscarte como te buscan los míos.

Subsanado el error volví a mi asiento y a mi café. Bebí unos sorbos y un rato después me encontré pensando en que el café sabe distinto según con quién lo tomes y según lo que te cuenten. De mis zapatillas sin velcro saqué la idea de escribirte una nota que dijera “sonríe”, pero en la servilleta sobre la que lo escribí apareció “te quiero” cuando se secó la tinta invisible del bolígrafo que me dejó un chino que jugaba a la tragaperras. Con mi nota servilletera en el bolso de la camisa, junto al corazón, es verdad, me arrellané en la silla mientras buscaba un periódico atrasado en la barra del bar. No lo había y me quedé sin enterarme de las noticias de anteayer, pero sí alcancé a oír cómo un vecino de la mesa de al lado le decía a otro “dulce vándalo”, mientras atacaba un pimiento relleno de croqueta de boletus. En algún momento sé que tuve la sensación de que hacía calor, pero no tiene importancia porque yo era feliz.

Llegaste tú de verdad. Esta vez no me equivoqué. Me levanté del asiento y corrí a abrazarte, a apoyar mis brazos sobre tus hombros y a olerte el pelo. Sonreí, hablé y lloré, pero no tiene importancia porque yo era feliz. Cuando algún día leas esta nota tal vez yo esté en otra ciudad y no me veas, pero no tengas duda de que sigue habiendo cafeterías donde esperarte, pinchos de tortilla para comerlos como tú y notas que te regalaré cuando llegues, y que además, como le robé el bolígrafo al chino de las tragaperras, cuando diga “sonríe”, estaré escribiendo “te quiero”. Así que sonríe.

Puf, me tengo que ir a tomar una cerveza.

1 comentario: