-Buenos días, ¿tiene usted hora?
-Tendría que tenerla, caballero, soy
el Amo del Tiempo.
-¿Y entonces ese tono de duda que
denotan sus palabras?
-Pues que, lamentablemente, no puedo
ofrecerle horas porque las he perdido.
-¡Pues menudo Amo del Tiempo que está
usted hecho!
-No me lo repita usted también, por
favor. Llevo ya unas cuantas reprimendas esta mañana...
-¿Y le extraña?
-No, claro que no, pero no me gusta oír
obviedades tan de seguido.
-Es que, fíjese usted, un Amo del
Tiempo que no es capaz de atender una mísera petición de hora...
-¿Y qué quiere que yo le haga, señor
mío? A veces un Amo del Tiempo también puede perder el tiempo, no
sería la primera vez que ocurre algo así.
-No me diga, me parece inconcebible, ya
que lo comenta.
-Pues concíbalo, baloconcí y
cíbalocon, he dicho.
-¿Qué ha dicho?
-Concíbalo, baloconcí y cíbalocon,
¿necesita nuevas referencias?
-Pues sí, la verdad es que me
encuentro un poco perdido con usted.
-Tendría que estarlo, caballero, soy
el Amo del Tiempo.
-Que pierde el tiempo...
-Eso es irrelevante, ¿acaso cree que
somos iguales usted y yo?
-Ni se me había pasado por la cabeza
hasta ahora.
-Déjeme hacerle una pregunta
-A ver...
-¿Por qué motivo me pedía usted la
hora? ¿O me pedía hora? ¿O quería hora?
-Eso son tres preguntas...
-A las que usted puede responder en el
orden que le plazca.
-Pues a ver, por orden inverso, yo
quería hora con el dentista, le tengo que pedir hora a mi psiquiatra
y a usted, concretamente, le preguntaba que qué hora era.
-¿Y ha resuelto alguna de esas tres
cosas?
-Como comprenderá, no.
-Por lo tanto considerará usted que
está perdiendo el tiempo mientras habla conmigo
-Yo no lo habría expresado mejor
-Pues mire usted, en eso sí que somos
iguales
-¿Y a mí qué me resuelve eso?
-Tal vez nada, pero sepa que usted y yo
no somos iguales
-¿Me va a formular nuevas preguntas
que no llevan a ninguna parte? Debe ser verdad que es usted el Amo
del Tiempo, porque lo derrocha a manos llenas...
-No le formularé más preguntas,
caballero, es usted un Esclavo del Tiempo y por tanto me debe rendir
pleitesía. Ya está tardando...
-¡Qué desfachatez!, llamarme a mí
esclavo con los tiempos que corren...
-Y más que correrán, corren tanto que
se me han escapado...
-¿Y qué quiere que yo le diga?
Prácticamente acaba de insultarme llamándome esclavo, no querrá
encima mi ayuda...
-No, señor mío, yo sólo quiero su
reloj.
-Pero si no tengo reloj, por eso le
pedía la hora...
-¿Y no se la he dado?
-No, me ha dicho que le resultaba
imposible.
-¿Y eso cómo es?
-Al parecer las ha perdido usted.
-No puedo creerlo, si soy el Amo del
Tiempo...
-Y yo el presidente de mi comunidad,
pero no me enorgullezco de ello.
-¿Ah, sí? Qué interesante. ¿No
siente usted que en las reuniones de vecinos se pierde mucho el
tiempo?
-No lo siento, lo padezco.
-¿Y no cree que tal vez sea porque las
horas, esas mismas horas que yo he perdido, a veces son un poco
díscolas y pasan a su manera, como pavoneándose?
-Bueno... yo realmente pensaba que era
culpa de la vecina del 6ºE, que está siempre quejándose del
inquilino que tiene debajo, que como está alquilado no acude a las
reuniones.
-¿Y qué quejas formula su vecina, en
alianza con mis horas perdidas, para hacer que esas reuniones sean
tan insufribles, caballero?
-Dice que, entre otras cosas, el joven
está enamorado.
-¿Y a ella eso le parece mal? Perdone,
pero no veo en qué forma eso puede suponer una molestia para el
vecino del piso inmediatamente superior...
-Yo creía que era broma, pero al
parecer el sentimiento del joven es contagioso y la señora dice que
su marido, después de 20 años, ha vuelto a hacerle proposiciones
indecentes.
-Señor mío, eso es algo digno de
celebración, no de escarnio
-Eso le dije yo a la mujer, pero al
parecer ella no es de la misma opinión. Su confesor tampoco...
-Es una señora del Opus Dei, ¿me
equivoco?
-Se equivoca. Es kika.
-¿Come maíz tostado?
-Sí, como una gallinita, no vea qué
reuniones nos da, con ese aliento a salsa barbacoa...
-Pues tendrá que mandarla a paseo,
póngase de acuerdo con los demás vecinos.
-Eso me gustaría, pero las quejas
sobre el joven no acaban ahí.
-Ah, ¿no?
-No, ni mucho menos, pero sería muy
largo relatárselo.
-No se preocupe, tengo tiempo.
-Ya, pero yo no tanto.
-¿Ve usted como yo soy Amo y usted
Esclavo?
-¿Del Tiempo? Tal vez...
-No, de la vida.
-¿Y eso?
-Porque a mí me parece glorioso que
haya un solo joven enamorado, mientras usted se preocupa por la
vecina y no lo festeja.
-Entiéndame, es mi responsabilidad
como presidente atender las quejas del vecindario.
-Y ya que estamos, ¿el joven no se ha
dirigido a usted en ninguna ocasión?
-Sí, es una persona curiosa, sonríe
siempre que me saluda.
-¿Y eso le extraña?
-No estoy acostumbrado.
-Y la señora, ¿le sonríe cuando le
saluda?
-Se santigua, es antigua.
-Pero usted no tiene pinta de demoño.
-Me refiero a cuando él la saluda a
ella, me los encontré un día donde los buzones.
-¿Pero él tiene pinta de demoño?
-No, la verdad es que parece normal,
pero sí es cierto que una vez le vi con una chica con moño.
-¿Cree usted que era su enamorada?
-Yo no creo nada, yo sólo sé, y lo
que no sé, no lo creo.
-¿Entonces lo cree o no lo cree? No me
líe.
-Lo sé.
-Menos mal. Y dígame, ¿le pareció a
usted bonita la chica del moño?
-Absolutamente, yo diría preciosa.
-¿Y cómo se les veía juntos?
-Muy bien, era todo como muy natural,
¿sabe? Cierto es que sólo los vi unos instantes...
-A propósito, ¿cómo sabe usted que
ella era su enamorada? Podía ser su hermana, por ejemplo.
-Lo sé porque antes de saludarles vi
cómo él le hacía una caricia invisible...
-¿Qué es eso?
-¿No conoce usted la película Besos
Robados?
-No, ¿debería?
-¡Claro que debería! No tiene tanto
tiempo...
-Claro que no, lo he perdido, ya lo
sabe. Y por favor, no siga por ahí, se lo advierto...
-Está bien. Le explico, las caricias
invisibles son una gran demostración de amor porque se hacen sin
tocar.
-¿Una caricia sin tocar? ¿No es un
poco contradictorio eso?
-Por supuesto, ahí reside lo bonito
del asunto.
-Explíqueme más.
-Saber dar una caricia invisible está
sólo al alcance de unos pocos porque la mayoría de la gente tiende
a tocar al otro, piensa que el contacto es la vía de expresión del
afecto, pero se equivocan.
-Mmmm, es interesante.
-Sí, lo importante de la caricia no es
darla, es querer darla.
-Nunca lo había visto desde esa
perspectiva. Pero, espere, estoy pensando en ella. ¿Cómo sabe que
él le quiere dar la caricia?
-Porque él se lo ha prometido.
-¿Y ella le cree?
-¿Usted qué cree?
-¿Cree que usted creería a quien le
hiciera esa promesa?
-Desde luego, yo me creo todo lo que es
bonito, porque lo sé.
-¿Qué sabe?
-Que es verdad.
-Pero si no la toca con la caricia...
-Da igual, ya le dije que tocar no es
necesario, una caricia invisible está al alcance de muy pocos.
Digamos que una caricia visible es imperfecta porque exige ser
demostrada, mientras que la invisible basta por sí sola, se sabe que
está.
-Pero sólo lo saben ellos...
-¿Y qué más da? ¿No le parece
suficiente? Son ellos los interesados.
-Cierto, ¿pero no exige el amor de
expresión pública?
-Tal vez sí, tal vez no, no tengo la
respuesta para eso.
-Pues aclárese, porque antes me dijo
que usted vio cómo él le daba a ella una caricia invisible...
-Pero eso es porque uno siempre
reconoce a sus iguales
-Ah, entonces me quiere decir que usted
es otro de ésos que saben darlas, según su extraña teoría.
-Sí, pero ahora no
tengo caricias invisibles que dar.
-Le pasa a usted como a mí con las
horas.
-Tal vez, ni lo sé ni lo creo, pero me
lo figuro.
-Yo sé que mis horas se han perdido
porque son díscolas y caprichosas, a veces corren y a veces
remolonean, no me hacen caso nunca y se ríen de mí a mis espaldas,
pero ¿cómo puede haber perdido usted sus caricias invisibles?
-No he dicho que las haya perdido, he
dicho que no tengo para dar.
-¿Entonces las guarda usted?
-Claro, están reservadas
-¿Para su propia chica de moño?
-Sí, está en el extranjero.
-Pero volverá...
-Desde luego.
-Sabe usted que podría ayudarle, ¿no?
Soy el Amo del Tiempo.
-Ya bueno, un Amo del Tiempo que ha
perdido sus horas.
-Óigame, ya le he dicho que “sé
que mis horas se han perdido porque son díscolas y caprichosas, a
veces corren y a veces remolonean, no me hacen caso nunca y se ríen
de mí a mis espaldas”. A
propósito, ¿qué tal le parece que me autocite?
-Es un
poco barato, pensaba que siendo usted Amo del Tiempo tendría más
recursos.
-Cierto
es, pero es que también me encanta el autoplagio, suena tan
contradictorio...
-Autocitarse,
autoplagiarse, autocontrolarse, autodestruirse, autolavarse,
autosecarse, autopista, auto...
-Perdone,
autopista no es un verbo reflexivo.
-Ya lo
sé, es una cinta de hormigón por la que van autos.
-Eso
tampoco es un verbo reflexivo, pero ya puestos, a mí me gusta la
palabra “autocar”.
-¿Las
comillas son porque se autocita usted de nuevo?
-No,
eso lo señalo con cursiva. Vea usted: No, eso lo señalo
con cursiva.
-Me ha
quedado claro. Hablaba usted del autocar.
-Cierto,
es un término que aprecio mucho.
-¿Por
qué motivo?
-Porque
es una mezcla de griego e inglés, dos de mis idiomas favoritos.
-Es
verdad.
-¿Es
verdad qué?
-Que
son dos de sus idiomas favoritos.
-¿Cómo
lo sabe usted?
-Porque
me lo ha dicho antes.
-Señor
mío, yo sólo le he dicho que soy el Amo del Tiempo.
-Perdón,
había entendido que dos de sus idiomas favoritos eran el griego y el
inglés.
-En
ocasiones me sorprende usted mucho.
-¿Para
bien o para mal?
-Déjeme
que lo valore al final de esta conversación sin final.
-Eso
me parece contradictorio.
-Nunca
le dije que no lo fuera, señor mío.
-Cierto
es. Igual que lo es que usted me ofreció antes ayuda.
-Y lo
reitero.
-Pues
se la acepto, ¿cómo me va a ayudar?
-Haciendo
volar el tiempo.
-¿Puede
usted hacer eso?
-¡Pero
bueno! ¿Acaso no me cree cuando le digo que soy el Amo del Tiempo?
-En
ocasiones sí, en ocasiones no. Ya le he dicho que sólo me creo lo
que sé. Y esto no lo sé.
-Pues
sepa usted, caballero, que soy el Amo del Tiempo. Aunque mis horas se
hayan perdido.
-¡Pues
menudo Amo del Tiempo que está usted hecho!
-Ahora
es usted quien se autocita.
-No me
había dado cuenta, no suelo tener esa costumbre, así que permítame
que siga su ejemplo: ¡Pues menudo Amo del Tiempo que está
usted hecho!
-Así está mejor. Ya verá cómo mis
horas perdidas vuelven pronto, son dos y no creo que anden lejos.
-¿Dos?
-Sí, Par e Impar. Seguro que le caerán
bien, aunque ya le he dicho que a veces se ríen de mí a mis
espaldas.
-¿Tienen malicia?
-No tanta, pero les gusta hacerme
jugarretas, como cuando se disfrazan.
-¿Se disfrazan?
-Sí, por la noche, por ejemplo. A las
23 no sé quién es Par ni quién es Impar, y a las 24 las dos son
extrañamente par-ecidas...
-¿Ha habido un salto de línea? Lo
digo por el guión...
-Señor mío, eso ya no se lleva desde
que existen los procesadores de textos tipo openoffice. El guión
responde a un juego de palabras.
-Ya me par-ecía. Me gusta además que
use usted software libre...
-Soy el Amo del Tiempo, recuérdelo,
tráteme con respeto y ni se le ocurra insinuar a ninguna hora lo del
software libre, parece de pobre.
-No pretendía ofenderle.
-Ni yo hacer publicidad gratuita. Por
otra par-te, ahí vienen mis dos horas. Y como siempre que se
pierden, vuelven con toda la parsimonia del mundo.
-¿Entonces ahora podrá ayudarme?
-Ya le he ayudado, señor mío. Son las
nueve.
-Ah, yo creí que eran las tres.
-Sepa que me ha caído usted simpático.
-Ah, entonces deduzco que es el fin de
la conversación.
-Podemos seguir si usted quiere.
-No tengo tiempo.
-Eso me parece una faltosada que
sobraba. Soy el Amo del Tiempo.
-Perdone, no era mi intención. Me ha
sido usted de gran ayuda.
-No sabe cuánto me alegro.
-Y yo.
-Recuerde, soy el Amo del Tiempo.
-Y yo.