Todo el mundo ha tenido
alguna ocasión en la que se pregunta “qué carajo hago yo hablando
de esto”. Me refiero a esas ocasiones en las que sin comerlo ni
beberlo te encuentras en una conversación que es de las que luego
mola contar porque se sale tanto de lo habitual, o te dicen cosas tan
raras, que tienes luego que compartirla con alguien más, alguien que
comparta un poco tu visión y te diga “ni idea chico, pero siempre
te pasa igual”.
Pues sí, hay temporadas
en las que me siento como un imán para las conversaciones raras. A
veces las genero yo, pero otras muchas me vienen dadas, pero al final
mola contarlo, pa qué voy a engañar a nadie. La cuestión, como
siempre, es contar las cosas con gracia.
Resulta que durante una
época de mi vida era absolutamente incapaz de evitar que cualquier
tarao/a me contara cualquier cosa que le apeteciera. Tenía (y tengo)
algún tipo de tara que impedía mandar a tomar pol culo a cualquiera
que le diera por interrumpir mis meditaciones, o mis no meditaciones,
para contarme cualquier chorrada. Recuerdo una vez, en una cafetería
cerca de casa de mis padres donde a veces tomaba algo y leía el
periódico y la dueña, una portuguesa gordita, siempre me ofrecía
pinchos de pollo con mayonesa, que un tipo, pensando que debía estar
yo muy aburrido pasando las hojas de La Voz de Asturias, decidió que
tenía que entretenerme contándome su vida y milagros. Lo cierto es
que la vida era un puto drama, una historia de ésas que de lo
truculenta que es no puede ser mentira porque piensas que nadie se
puede inventar tanto. En esas ocasiones sueles tener la mosca detrás
de la oreja, pensando en que te acabarán pidiendo pasta o cualquier
otra cosa más comprometida, pero llegó un momento en que se me
olvidó este prejuicio y acabé metiéndome realmente en la historia.
No fue excesivamente largo, pero se ve que el tipo tenía ganas de
desahogarse y yo estaba a tiro. Si esto hubiera sido hoy seguro que
el hombre estaría escribiendo un blog titulado algo así como “Fui
marinero antes que fraile”. Volví a ir al bar varias veces
pero no me lo volví a encontrar. Casi me dio pena porque tenía
algunas preguntas que hacerle. No lo he vuelto a recordar hasta hoy
que, conversando sobre conversaciones, debo haber activado una parte
del cerebro o algo.
Hay otro tipo de
conversaciones raras en las que el problema no es que creas que te
van a dar la chapa, sino que al día siguiente te das cuenta de que
eras tú el que hacía de braseator.
Sí, generalmente pasa de noche, o por lo menos a mí. Últimamente
no es el caso, pero sí que recuerdo alguna vez en la que no sé cómo
no me mandaron a la mierda. Hace un tiempo me daba por abrasar a la
gente con un tema recurrente, yo creo que hay algo inconsciente que
tengo que tratarme, y era lo muy bien que podría ser vivir en un
mundo como el de “Un mundo feliz”,
la novela de Huxley. Reconozco que tengo en ocasiones cierta
tendencia a provocar y que me gusta que la gente me tome por tarao en
algunos momentos. En concreto, mi argumento era que un mundo en el
que tú estás condicionado para tener ciertos gustos y que no es
posible que te gusten otras cosas, en el que estás condicionado para
realizar un tipo de trabajo y no es posible que te apetezca hacer
otro trabajo, en el que estás condicionado para hacer determinadas
cosas en tu tiempo libre y no te puede apetecer hacer otras cosas, y
además te dan soma de
vez en cuando, es realmente un mundo feliz, donde todo el mundo
querría vivir porque estaría condicionado para no querer vivir en
otro sitio. “¿No sería maravilloso?”, preguntaba yo tras
exponer en breves minutos este argumento. Según el grado de
embriaguez y sentido del humor del interlocutor/a, a veces la cosa
acababa muy mal, pero otras veces daba pa mucho el temita. “Si un
epsilon no puede ser alfa, no me mola, pero si un epsilon no quiere
ser alfa, entonces está bien”, me contestó una vez un demócrata
que ahora va de autogestionario por la vida. Se lo recordaré
mediante un mensaje anónimo cuando el demócrata-autogestionario
tenga un cargo político y pasta para atender a mi chantaje... Y es
que la cuestión no era que yo dijera burradas, sino ver la reacción
de los demás, porque realmente hay gente con poco sentido del humor
en este puto mundo, y a mí, tengo que reconocerlo, me gusta ponerlos
en aprietos.
En
otra ocasión, cierto personaje del sur de Despeñaperros, litros de
calimocho mediantes, se atrevió a decirme que la virgen de covadonga
era “un muñeco de maera”. No es que yo sea muy fervoroso de los
símbolos religiosos o regionales, pero me ofendió tanto que me lo
dijera uno de una ciudad donde se disfrazan de romanos pa pasear toda
la noche a un “muñeco de maera” tres veces mayor, que entramos
en una discusión sobre si la gilipollez tiene denominación de
origen o se da en todas las zonas de este país. Concluimos
amigablemente haciendo una lista de todos/as los/las gilipollas que
conocíamos y resultó que cubríamos toda la geografía. Lo malo es
que llegamos a ese punto de consenso siendo ya de día y hubo que
despedirse porque a mí el sol a esas horas me daña la pupila y no
pienso con claridad. A éste no le voy a hacer chantaje porque
realmente no era gilipollas y me cae algo mejor que el
demócrata-autogestionario.
Las
películas de zombies también dan pa mucho. Sobre todo si llevas el
equivalente al salario diario de un profesor de tuto a jornada
completa en cañas en el cuerpo y además una tapa de cazón
recalentado. Uno a veces tiene que ponerse retos, porque yo realmente
de pelis de zombies no controlo mucho. Los que acabamos siendo
zombies fuimos nosotros, pero no podré jamás negar que fue una de
las mejores tardes-noches de mi vida, con final dramático: uno de
los participantes llegó a su casa dos días después (nadie sabe aún
hoy dónde estuvo, creo que él tampoco), mientras el resto y yo
disciplinadamente cumplíamos con las obligaciones sociales y
cenábamos sin pretensiones en un sitio con muchas pretensiones, cuyo
personal tuvo que oír de todo y estoy seguro que a día de hoy
siguen recordando a aquellos jartos del norte y el sur que, con niños
pequeños a la mesa, pedían si había fuera de carta “trotskistas
rebozados” y “carrilleras de eurocomunista”. Qué mala
influencia para esas tiernas mentes...
En
fin, son algunas muestras. Hay alguna más pero para otra ocasión.
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