¿Te ha tocado dar vueltas por ahí como una peonza? ¿Tienes más especialidades acreditadas de las que puedes recordar? ¿Conoces pueblos y ciudades de CyL? ¿Tu coche tiene más de 150.000 kilómetros? ¿Te jode que echen sal en las carreteras cuando no nieva ni va a nevar? ¿Tiras con media jornada y te han puesto un horario de mierda? Pues a lo mejor te interesa leer esto. Bueno, o no, pero da igual, yo lo pongo de todas formas.

lunes, 21 de mayo de 2012

Conversaciones raras de la vida


Todo el mundo ha tenido alguna ocasión en la que se pregunta “qué carajo hago yo hablando de esto”. Me refiero a esas ocasiones en las que sin comerlo ni beberlo te encuentras en una conversación que es de las que luego mola contar porque se sale tanto de lo habitual, o te dicen cosas tan raras, que tienes luego que compartirla con alguien más, alguien que comparta un poco tu visión y te diga “ni idea chico, pero siempre te pasa igual”.

Pues sí, hay temporadas en las que me siento como un imán para las conversaciones raras. A veces las genero yo, pero otras muchas me vienen dadas, pero al final mola contarlo, pa qué voy a engañar a nadie. La cuestión, como siempre, es contar las cosas con gracia.

Resulta que durante una época de mi vida era absolutamente incapaz de evitar que cualquier tarao/a me contara cualquier cosa que le apeteciera. Tenía (y tengo) algún tipo de tara que impedía mandar a tomar pol culo a cualquiera que le diera por interrumpir mis meditaciones, o mis no meditaciones, para contarme cualquier chorrada. Recuerdo una vez, en una cafetería cerca de casa de mis padres donde a veces tomaba algo y leía el periódico y la dueña, una portuguesa gordita, siempre me ofrecía pinchos de pollo con mayonesa, que un tipo, pensando que debía estar yo muy aburrido pasando las hojas de La Voz de Asturias, decidió que tenía que entretenerme contándome su vida y milagros. Lo cierto es que la vida era un puto drama, una historia de ésas que de lo truculenta que es no puede ser mentira porque piensas que nadie se puede inventar tanto. En esas ocasiones sueles tener la mosca detrás de la oreja, pensando en que te acabarán pidiendo pasta o cualquier otra cosa más comprometida, pero llegó un momento en que se me olvidó este prejuicio y acabé metiéndome realmente en la historia. No fue excesivamente largo, pero se ve que el tipo tenía ganas de desahogarse y yo estaba a tiro. Si esto hubiera sido hoy seguro que el hombre estaría escribiendo un blog titulado algo así como “Fui marinero antes que fraile”. Volví a ir al bar varias veces pero no me lo volví a encontrar. Casi me dio pena porque tenía algunas preguntas que hacerle. No lo he vuelto a recordar hasta hoy que, conversando sobre conversaciones, debo haber activado una parte del cerebro o algo.

Hay otro tipo de conversaciones raras en las que el problema no es que creas que te van a dar la chapa, sino que al día siguiente te das cuenta de que eras tú el que hacía de braseator. Sí, generalmente pasa de noche, o por lo menos a mí. Últimamente no es el caso, pero sí que recuerdo alguna vez en la que no sé cómo no me mandaron a la mierda. Hace un tiempo me daba por abrasar a la gente con un tema recurrente, yo creo que hay algo inconsciente que tengo que tratarme, y era lo muy bien que podría ser vivir en un mundo como el de “Un mundo feliz”, la novela de Huxley. Reconozco que tengo en ocasiones cierta tendencia a provocar y que me gusta que la gente me tome por tarao en algunos momentos. En concreto, mi argumento era que un mundo en el que tú estás condicionado para tener ciertos gustos y que no es posible que te gusten otras cosas, en el que estás condicionado para realizar un tipo de trabajo y no es posible que te apetezca hacer otro trabajo, en el que estás condicionado para hacer determinadas cosas en tu tiempo libre y no te puede apetecer hacer otras cosas, y además te dan soma de vez en cuando, es realmente un mundo feliz, donde todo el mundo querría vivir porque estaría condicionado para no querer vivir en otro sitio. “¿No sería maravilloso?”, preguntaba yo tras exponer en breves minutos este argumento. Según el grado de embriaguez y sentido del humor del interlocutor/a, a veces la cosa acababa muy mal, pero otras veces daba pa mucho el temita. “Si un epsilon no puede ser alfa, no me mola, pero si un epsilon no quiere ser alfa, entonces está bien”, me contestó una vez un demócrata que ahora va de autogestionario por la vida. Se lo recordaré mediante un mensaje anónimo cuando el demócrata-autogestionario tenga un cargo político y pasta para atender a mi chantaje... Y es que la cuestión no era que yo dijera burradas, sino ver la reacción de los demás, porque realmente hay gente con poco sentido del humor en este puto mundo, y a mí, tengo que reconocerlo, me gusta ponerlos en aprietos.

En otra ocasión, cierto personaje del sur de Despeñaperros, litros de calimocho mediantes, se atrevió a decirme que la virgen de covadonga era “un muñeco de maera”. No es que yo sea muy fervoroso de los símbolos religiosos o regionales, pero me ofendió tanto que me lo dijera uno de una ciudad donde se disfrazan de romanos pa pasear toda la noche a un “muñeco de maera” tres veces mayor, que entramos en una discusión sobre si la gilipollez tiene denominación de origen o se da en todas las zonas de este país. Concluimos amigablemente haciendo una lista de todos/as los/las gilipollas que conocíamos y resultó que cubríamos toda la geografía. Lo malo es que llegamos a ese punto de consenso siendo ya de día y hubo que despedirse porque a mí el sol a esas horas me daña la pupila y no pienso con claridad. A éste no le voy a hacer chantaje porque realmente no era gilipollas y me cae algo mejor que el demócrata-autogestionario.

Las películas de zombies también dan pa mucho. Sobre todo si llevas el equivalente al salario diario de un profesor de tuto a jornada completa en cañas en el cuerpo y además una tapa de cazón recalentado. Uno a veces tiene que ponerse retos, porque yo realmente de pelis de zombies no controlo mucho. Los que acabamos siendo zombies fuimos nosotros, pero no podré jamás negar que fue una de las mejores tardes-noches de mi vida, con final dramático: uno de los participantes llegó a su casa dos días después (nadie sabe aún hoy dónde estuvo, creo que él tampoco), mientras el resto y yo disciplinadamente cumplíamos con las obligaciones sociales y cenábamos sin pretensiones en un sitio con muchas pretensiones, cuyo personal tuvo que oír de todo y estoy seguro que a día de hoy siguen recordando a aquellos jartos del norte y el sur que, con niños pequeños a la mesa, pedían si había fuera de carta “trotskistas rebozados” y “carrilleras de eurocomunista”. Qué mala influencia para esas tiernas mentes...

En fin, son algunas muestras. Hay alguna más pero para otra ocasión.

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