Últimamente soy muy de
comercio de proximidad. No es que haya sido algo buscado, pero
resulta que, concretamente, tengo muy buena relación con el sector
hostelero abulense y, más concretamente, con algunos de los
responsables de los bares de esta bendita ciudad. Sería largo de
contar el viejo debate entre el pequeño comercio y la gran
superficie y el carácter antimonopolista de nuestros amigos los
tenderos, así que lo dejo para otro día y ahora me centro en otras
cosas que me parecen más interesantes. Por si no se notaba en la
entrada anterior, estoy un poco sensible y no me apetece hablar de
cosas sesudas, sino más bien de anécdotas o de cosillas un poco
así.
Esta tarde no estaba yo
para muchas gaitas y necesitaba distraerme como el comer. Son cosas
que no cuento por aquí pero que están y que hacen que a veces se me
venga la casa encima y que necesite cambiar un poco el escenario.
Tenía un plan que me entusiasmaba a medias, pero por diferentes
malentendidos el plan se ha ido al carajo y he tenido que buscarme la
vida, así que he decidido pasarme por un bar que hay en la zona
norte, al que no había ido nunca, sobre el que me habían hablado
hace tiempo y donde, agradablemente, puedes oír a Franz Ferdinand
mientras tratas de descubrir si los instrumentos clavados a la pared
son auténticos o son réplicas. Una pareja simpática la que
gestiona el local, preocupados por si como bocatín o no con mis
majaus, no sea que pase hambre el chaval o le siente mal tomar
cerveza sin comer. Hay que agradecerles que tampoco es que tengan la
puta manía de parecerles mal que no les aceptes un pincho, que
parece que es la moda de aquí. Uno no siempre que bebe quiere comer,
eso hay pocos que lo entienden en Ávila, por eso soy muy fan de todo
atendedor de barra que no me ofrezca alguna delicatessen cuando pido
mi cerveza. Que me dejen mis olivas que cuando quiera algo más
elaborao ya me buscaré la vida.
Cambiando de escenario he
vuelto a mi barrio y he visitado a otros que me caen bastante bien y
siempre me llaman “mi niño”, y donde generalmente hay Chuchis,
porras y cafés con leche, pero también choricillo frito, unas
albóndigas del copón y unas costillas sabrosonas que hacen que
mancharse las manos de grasa sea un gusto. A esas horas sí quería pincho. Antes de que acabe el
curso elaboraré un listado con los nombres y forma de acceso de
todos los establecimientos hosteleros que merecen visita cuando se
está aquí, pero hoy no porque quiero garantizar mi anonimato y me
da miedo pensar que algún lector/a de este blog pueda haber estado
en el mismo sitio que yo y me reconozca por mis p....
Bien, en todo caso he
estado de palique un rato y me ha servido para esa distracción que
necesitaba casi desesperadamente hoy. Luego he hablado con un amigo
por teléfono un rato largo, hemos planificado hacer algo juntos en
el futuro y aquí me encuentro, pensando en una entrada futura en la
que estoy dispuesto a decir por qué me gustan gente como Bambino o
Raphael, por qué es posible mezclarlos con el Señor Chinarro y los
amiguetes de Flow, o por qué motivo el tango es posiblemente la
música más sublime jamás creada. Recuerdo ahora que había quedado
en hablar de tango hace ya bastante tiempo. No sé si ahora ni nunca
será el momento de hablar en serio de tango, dado que ni soy experto
ni me las tiro de ello, pero sí es verdad que es uno de los géneros
en los que casi todo lo que he oído me ha gustado mucho, incluso lo
más moderno.
El tango es la música de
la nostalgia. Una gran mayoría de los tangos van sobre el barrio
perdido, los amigos perdidos, pintan recuerdos de juventud e
infancia, de amores perdidos o de la vida que pudo ser y no fue
porque no se pudo. No hay ni un solo tango que sea alegre, pero aún
así es una de las músicas más interpretadas y apreciadas del
mundo, y creo que es por dos razones: una, el ritmo, que es el 2/4 y
que pega mucho en general a todo el mundo, y dos, que conecta de
manera excepcional con los momentos más jodidos de la gente, lo cual
es siempre de apreciar aunque no queramos admitirlo. Y luego está el
baile, que tiene ese rollo atractivo que han jodido ésos que se
dedican a dar clases de bailes de salón y lo mismo te enseñan tango
de mierda europeo que chachachá, y que hacen pensar a la gente que
podría estar en una milonga y ser medio decente. No, porque lo
primero que hay que hacer para bailar bien tango es sentirlo,
entender al menos una parte, haber estado jodido alguna vez en serio.
Así el compás se nota más, los pasos se dan con mayor fluidez y se
puede agarrar a la pareja, siempre distinta en las milongas de
verdad, sabiendo que te va a seguir las indicaciones. Escribiendo
esto me he acordado de esta pareja, a la que tuve la oportunidad de
ver en directo y conocer y a los que agradezco enormemente que
existan, que hagan que todo parezca fácil, y porque me alegran, qué
carajo. Es tango nuevo, que no me maten los puristas.
No sé si esto tiene
sentido leyéndolo desde fuera, si hay hilo o simplemente estoy
poniendo lo que se me viene a la cabeza, pero me da bastante igual.
Esta noche es para mis jartadas, dichas como sea. Tal vez otro día
hable sobre confianza, amor, compromiso y demás, pero ahora no toca.
Eso es para otras conversaciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario