Dios qué raro me siento
hoy. Por primera vez en mucho tiempo he dormido una pila de horas y
me ha venido muy bien. La verbena del otro día empezó raro, tuvo
sus momentos chungos en el medio pero acabó terminando muy bien.
Por supuesto no pusieron ninguna de las canciones que yo había
propuesto...
Al final me he dado
cuenta de que en esta ciudad, por ahora, uno puede pasárselo genial
incluso sin salir de casa o incluso quedándose en un sofá muchas
horas. Está claro que lo importante es estar bien acompañado. Esto
es una verdad universal que va más allá de cuestiones geográficas,
me parece.
Iba a escribir una
entrada sobre dos asuntos que me traen de cabeza últimamente, que no
son otros que la (des)confianza y la cobardía, dos actitudes que,
aun empezando por CO, sólo se mezclan en determinados momentos, pero
con los que me toca lidiar últimamente y ante los que no sé muy
bien qué actitud adoptar. Luchar contra dos enemigos de tal
envergadura no es nada fácil, pero yo estoy intentándolo. Ya
veremos en qué acaba, no soy tan exhibicionista como para hablar de
ello ahora mismo y por esta vía.
Decía antes que había
dormido una buena pila de horas. La verdad es que estaba perdiendo la
costumbre, pero creo que debe haber ayudado que por primera vez en
bastante tiempo haya bajado la persiana de la habitación. No es
tontería, soy bastante sensible a la luz diurna, así que
habitualmente no la bajo para evitar dormirme y llegar tarde a clase,
que es siempre uno de los temores que más me acechan. Siempre que he
empezado en un trabajo he pasado la noche previa fatal,
fundamentalmente por el miedo a sobarme y llegar tarde, y así
cagarla ya nada más llegar, lo cual dicen todos los manuales sobre
recursos humanos que es “poco aconsejable”. Creo que también es
poco aconsejable ir el primer día de curro sin sobar, pero por lo
menos vas con cierta tranquilidad de espíritu, y por otra parte
demuestra interés en cumplir con tus obligaciones. Mi particular
relación con el sueño posiblemente merezca un comentario
específico, pero lo dejaré para otra ocasión.
Noto que me estoy
comprometiendo a hablar sobre muchas cosas y espero tener el tiempo y
la posibilidad de hacerlo, de una forma u otra.
En todo caso, esta
reflexión sobre el curro me viene a raíz de que últimamente estoy
volviendo a ver una serie genial que, inicialmente británica, ha
tenido gran éxito en su versión yanki. Se trata de “The Office”,
la cual recomiendo muy encarecidamente.
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Ya casi son como de la familia |
Son varias las razones
por las que es interesante para mí. Por una parte, desmonta el mito
de la productividad del trabajo yanki. Esto es algo que me habían
comentado diversas personas que han tenido oportunidad de estar en
ese país y ver el funcionamiento de los centros de trabajo
“normales”, los sitios que no salen habitualmente en las
películas o series en las que se trabajan infinidad de horas y la
presión sobre los trabajadores es constante. Es gratificante pensar
que en el corazón del capitalismo también hay vagos, gente que se
escaquea y jefes que están más preocupados por quedar bien con sus
subordinados que por cumplir con las listas de objetivos que le fija
la empresa.
Michael Scott es
posiblemente el mejor y el peor jefe del mundo resumido en una sola
persona, en un solo personaje. Alguien que no es capaz de tomar una
decisión dura no sirve para dirigir personas, dicen también los
manuales de RRHH, pero es que lo de este hombre es casi patológico,
generando en los demás tal sensación de incapacidad que realmente
resulta extraño que siga siendo el jefe de la delegación de
Scranton de Dunder-Mifflin, “una empresa papelera de tamaño
medio del norte de Pennsylvania”. Todo el caos que genera con su
incapacidad, lo suple con una dedicación total a su trabajo, con sus
detalles en determinados momentos que acaban haciendo de él un tipo
entrañable, aunque haya veces que apetezca tirarlo por la ventana.
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¿El mejor jefe del mundo? |
Por otra parte, la serie
caracteriza bastante bien, con humor, los tipos de personas y
actitudes que te puedes encontrar en el trabajo. Hay personajes que
son realmente antológicos, y que todos los que hemos tenido que
currar en una oficina hemos podido detectar. Estoy seguro de que casi
todos nos sentiríamos reflejados en alguno de ellos, y seguro que
nos veríamos reflejados en muchísimas de las situaciones que se van
planteando en los capítulos de la serie, que al durar menos de media
hora se ven muy fácilmente. Vedla, no voy a desvelar mucho más
porque es algo que tiene que ir descubriendo cada uno.
Yo presto mucha atención,
en esta nueva visita a la serie, a la relación entre Jim y Pam. Él
vendedor, ella recepcionista, según los guionistas los personajes
más guapos de la serie. Son el principal de los casos de tensión
sexual no resuelta (TSNR) de “The Office”, aunque hay algunos
casos más, todos ellos bien planteados para una comedia. Jim y Pam,
condenados a estar juntos, pierden un montón de tiempo por no
decirse las cosas claras y por estar inmersos en una situación de
cierta complejidad que no se atreven a resolver por el qué dirán.
Hay momentos en que te apetece coger a Pam por banda y zarandearla
para que reaccione, y otras en las que le dirías a Jim que deje de
ser menos paciente y se deje de hacer el gilipollas. Pierden el
tiempo y luego lo lamentan, pero esto es lo que suele pasar en estos
casos, aunque finalmente lo resuelvan de manera harto satisfactoria.
¿O no lo resuelven? Esto no lo digo para no desvelar una de las
principales tramas de la serie. Insisto, vedla. A ver si me dais la
razón.
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Falta la perdiz a la que marearon tanto |
De hecho, ahora mismo voy
a ver otro capitulillo. Otro día más.
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