Cansancio, creo que es la
palabra de hoy. Llevo unas cuantas horas haciendo movidas varias,
concentrado, tengo la espalda un poco jodida y el síndrome del túnel
carpiano acechándome, pero contradictoriamente tengo ganas de escribir en el blog. Sin duda es una forma de comunicación que
suple a otras que muchas veces no son factibles, independientemente
de la voluntad de uno.
Confieso que muchas veces
que me pongo delante de la hoja para escribir la entrada
correspondiente, no sé de qué voy a hablar. Empiezo un poco como en escritura automática y generalmente lo último es
el título, porque al no saber el contenido exactamente pues tampoco
te vas a poner a encasillarte al principio, ¿no? Hoy hay varios
temas sobre los que podría echar alguna parrafada, dicen que me
gusta hablar/escribir, pero son todos temas coyunturales, nada
excesivamente profundo ni de alcance, pero como que me siento con
ganas de bucear un poco en algún tema serio. Temas serios me
interesan cinco: una mujer, el trabajo, cine, música y literatura,
los cuatro últimos no necesariamente por ese orden. Creo que todos
están bastante presentes en este blog de alguna forma y por eso no
descubro nada nuevo. También me interesa mucho la política, pero no
de la misma manera que la entiende una gran mayoría de la gente,
y además éste no es un blog para hablar de política, o al menos
sólo cuando a mí me interese decir algo al respecto que no diga por
otras vías.
He vuelto a ver Besos
Robados, de Truffaut, una de mis películas preferidas desde hace
años. Si alguien recuerda a Antoine Doinel, el niño de Los 400 golpes, en este caso se trata de la continuación de su vida. Hubo un
mediometraje entre una y otra que explica algunas cuestiones del
inicio de Besos Robados y que no quiero desvelar. Si hablamos de la
nouvelle vague yo por ahora soy más de Truffaut que de
Godard, o de otros, aunque está abierto a debate y se me puede
convencer de que cambie de opinión. Pero claro, para eso tengo que
ver muchas pelis todavía, y alguien me tendrá que aconsejar.
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A ver niño, ¿quieres más a papá... |
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... o a mamá? |
Entre otras cosas, fue un
reencuentro simpático el que tuve con Besos Robados (Baisers
Volés me gusta más, suena como a grupo de música étnica de
sabe dios dónde: Besévolé, y mira que me rechina lo étnico...)
porque me sirvió para darme cuenta de que, sin notarlo hasta ahora,
he copiado cosas del amigo Doinel/Leaud. No, si ya me parecía a mí
que ciertos gestos venían de alguna parte y no era de la familia,
pero al verle acariciar a Christine me he sentido tan identificado
que me ha dado casi un poco de grima, no pa mal pero sí del estilo
“hostia tío, cómo puedes ser tan evidente, copiando una peli
francesa...”. Juro que nunca me había dado cuenta, tal vez sea que
en esas caricias vi el canon de la caricia, por decirlo así, y mi
inconsciente decidió trabajar en esa línea y ahora me sale así.
Vayaustéasaber, tenemos la mente tan así que todo es posible.
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Él intenso, ella no se sabe muy bien |
Porque acariciar bien es
importante, creo yo. Transmite cosas que no se dicen o que si se
dicen en ciertos momentos puedes correr el riesgo de parecer tarao.
Concluyo, pues, que Doinel y yo acariciamos igual y, por tanto, bien.
¿Conclusión forzada? Pues igual sí, pero como que me la suda un
puquitín. En todo caso, cuando uno ve una película varias veces
está claro que acaba fijándose en detalles que anteriormente habían
quedado ocultos. Me parece que es porque en la primera ocasión lo
que haces es fijarte en el argumento, y como mucho en la música, por
aquello de si acompaña bien o no a las imágenes. Pero a partir de
ahí se abre un nuevo mundo muy interesante. En el tercer visionado
ya te puedes dar cuenta de lo bonito que sale París cuando lo filman
bien, en el porqué de la gestualidad de los actores y actrices, o en
la manía que tienen los franceses por tomar siempre queso de postre
en las comidas, lo cual no está mal porque un lácteo siempre va
bien, sea queso o yogur, pero como que también hay otras
posibilidades, como la fruta ésa que a veces no dejan meter por la
frontera al sufrido transportista hispano, continuador en la cadena
económica del aún más sufrido agricultor de nuestros campos, como
la duquesa de alba, ¿no?
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Chantal, fille, sonríe más que das mejor en pantalla, le decían |
En todo caso, hay dos
elementos en los que recomiendo fijarse a cualquiera que vea pelis de
Truffaut. Normalmente los gestos, o el comportamiento, de los
personajes no reflejan lo que un espectador de nuestros tiempos
espera que estén sintiendo. Me explico, hay momentos en Besos
Robados en que Christine, queriendo mostrarse distante con Antoine,
en su comportamiento demuestra precisamente lo contrario. Le pasa lo
mismo a Madeleine (Chantal Goya) en Masculin-Féminin, de Godard, yo
creo que lo hablaban entre ellos, aunque sospecho que en este último
caso no es buscado, sino que es que la mujer es mala actriz y no sabe
poner otro gesto, diga lo que diga. Como luego se dedicó a la
canción infantil, pues tampoco pasa nada. Igual todo lo que digo es
una chorrada, pero es la nosécuántas vez que la veo y ya me fijo en
este tipo de cuestiones sin importancia.
De la Pepsi Generation...
... al conejo terrorista.
Lo otro en que recomiendo
fijarse es en cómo le gusta al cabroncete de Truffaut usar la
moviola. Son escenas concretas pero aparecen en casi todas sus pelis.
Generalmente acelera la imagen o la pone marcha atrás. No tengo ni
puta idea de por qué lo hace, no me preocupa excesivamente saberlo
tampoco, seguramente sería para que algún gilipollas de la
Cinemathèque le criticase luego en el bar de Gaston (pronúnciese
con acento en la “o” y sólo sugiriendo la “n”, que vendría
a ser el Chuchi gabachois) tomándose unos oportos y fumando
Gauloises sin filtro. Comparto plenamente la teoría que dice que
algunas de las cuestiones “técnicas” que más páginas y debates
han generado en la crítica cinematográfica se deben a ganas de
cachondeo de los directores. Vamos, por tocar un poco los cojones.
Casi al final hay una
escena que me encanta. Dos personajes desayunan, están enamorados y
hablan de cómo no romper los biscotes al untar la mantequilla.
Suficiente, total y absoluto, para qué más. Yo podría desayunar
siempre así.
Hay otra escena, también
al final, fascinante, que además no recordaba, pero ésta la guardo
para una broma privada con ella, la del segundo párrafo. Lo
comprenderéis.
Ya seguiré hablando de
estas cosas, ahora es que me acaba de apetecer ir a ver Domicilio
Conyugal. Si es que soy más influenciable que la hostia, pero además
por mí mismo, que ya es el colmo. A veces me siento como si me
hiciera cosquillas yo solo cuando me pasan estas cosas...
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