¿Te ha tocado dar vueltas por ahí como una peonza? ¿Tienes más especialidades acreditadas de las que puedes recordar? ¿Conoces pueblos y ciudades de CyL? ¿Tu coche tiene más de 150.000 kilómetros? ¿Te jode que echen sal en las carreteras cuando no nieva ni va a nevar? ¿Tiras con media jornada y te han puesto un horario de mierda? Pues a lo mejor te interesa leer esto. Bueno, o no, pero da igual, yo lo pongo de todas formas.

domingo, 17 de junio de 2012

No tengo nombre para ti


Un día de esta semana me encontraba yo durmiendo la siesta, cosa que acostumbro a hacer desde hace una temporada para reponer fuerzas, cuando oí un ruido extraño en el pasillo de la planta. Era como si alguien estuviese doblando un papel y tratando de meterlo por debajo de una puerta. Me pareció curioso pero no le di mayor importancia en su momento, pero al despertarme definitivamente un buen rato después y al acercarme a la cocina a beber un poco de agua, mi sorpresa fue mayúscula al encontrarme junto a la puerta un papelito doblado cuidadosamente. Recordé inmediatamente los ruidos de antes y me entró una sensación rara, porque es bien extraño que a estas alturas de la vida alguien deje notitas por debajo de las puertas en edificios como el mío, donde los vecinos prácticamente no nos conocemos. Se me ocurrió que tal vez fuese algún nuevo tipo de estrategia para pedir dinero: igual que hacen en algunos sitios dejándote un mechero con una nota en la mesa, señalando las dificultades económicas por las que están pasando y solicitándote una ayuda para los hijos o para llegar a fin de mes, pensé que me iba a encontrar con alguna historia de desgracias y hambres, pero no. Lo que me encontré fue esto, que transcribo literalmente:

Ella tiene algo que me hace desearla constantemente, física y mentalmente, como explorador sediento que, en el desierto, busca desesperadamente un oasis. No sé si son sus ojos grandes, sus cejas o su boca, no sé si es su gesto o la forma en que acerca la mano a los dientes cuando se pone nerviosa o se siente insegura, no sé si es el tono de su voz cuando susurra cosas bonitas a mi oído o cuando yo quiero pensar que son bonitas las cosas que susurra a mi oído, no sé si es por su pelo o por su cuerpo, por la forma en que me mira o por las caricias que me lanza cuando descanso a su lado, por los besos robados o los abrazos secuestrados, por el tono de su piel o por un lunar que me vuelve loco, no sé si tiene que ver con su forma de ser o con las cosas que me cuenta, con sus miedos y temores o con sus alegrías, con la forma en que se ríe o con la forma en que me coge la mano cuando estoy cerca. Si yo hago planes ella siempre dice que ya se verá y siento que la quiero todavía más, no tengo otra forma de encontrarme más que en sus ojos y no tengo otra aspiración que oler su cuerpo todas las mañanas, las tardes y las noches, no me apetece llegar pronto a los sitios si ella no va a estar y no busco en otras miradas lo que he encontrado en la suya. Sueño con ella recurrentemente y el sueño es muy similar a cuando estoy con ella, y eso tal vez sea porque mi sueño es seguir haciendo lo que hago con ella cada día, tal vez con algunas variaciones pero en definitiva seguir estando con ella, pero sin prisas, sin necesidad de correr ni de decirnos cosas que a veces duelen, que se dicen por decir y por no atrevernos a expresar realmente lo que pensamos. Tenemos uno o dos secretos y son nuestros, de nadie más, no queremos decírselos a nadie porque si son de los demás no serán nuestros y entonces habremos perdido un poco de intimidad que no queremos perder. Buscamos maneras de acariciarnos la cara sin tocarnos y a veces logramos que un gesto sea más importante que todas las palabras que intentamos decir, o que todas las palabras que intentamos no decir. Jugamos al escondite y nos encontramos siempre, cierto es que yo siempre me dejo encontrar porque no quiero ocultarme para ella, no quiero desaparecer de su vista y no quiero que en ningún momento piense que no estoy cerca. A veces también jugamos a mentirnos, a decirnos que no nos importamos, a tratar de hacer que el otro pierda el interés, pero debemos ser malos jugadores porque al final no lo logramos y volvemos a donde estábamos, a tratar de acariciarnos sin tocarnos y a tratar de darnos besos que no suenen, que no marquen, que marquen y suenen sólo para nosotros y que se mantengan en el recuerdo hasta la próxima vez, hasta que volvamos a encontrar una excusa que nos permita soñar juntos, despiertos o dormidos. Cada poco tiempo pienso en su sonrisa cuando le hablo; me siento feliz. En otras ocasiones pienso en su gesto preocupado y siento como si un viento frío me congelase el alma que no tengo. Confío en ella ciegamente y espero a que el tiempo pase lentamente cuando ella está y a que corra veloz cuando ella no está conmigo, le pido que me enseñe cosas y se pone remolona, dice que le cuesta y que tengo que esperar, y lo que muchas veces no sabe es que yo esperaré lo que haga falta, lo que sea necesario, porque lo que me dicen mis sentidos y mis razonamientos no se pasa, no tiene fecha de caducidad. Yo le enseño cosas, me gusta enseñarle cosas mías, mostrarle que no hay nada que temer en las partituras del Patrullero Mancuso, a quien me gustaría robarle la moto para recorrer con ella la Ruta 66. Sé también lo que quiero enseñarle de Atenas, Estambul, París, Edimburgo y de mi propia ciudad, por dónde daría una vuelta si me acompañara por Bilbao, Sevilla o Madrid, las partes que me tiene que enseñar de los sitios en los que no he estado y en los que quiero estar con ella nada más, las ganas que tengo de perderme si ella me promete no encontrar la salida y lo mucho que quiero perder el móvil tres días entre unas sábanas de parador con mueble bar en la habitación. En muchas ocasiones no encuentro las palabras adecuadas para decirle que no me falte o que no me olvide. En esas ocasiones es cuando más deseo que se me note en la mirada lo que pienso, lo que siento y lo que creo, porque a veces noto que

La nota se cortaba ahí, a media frase, dejándolo todo abierto a mi imaginación. Me bebí el vaso de agua y salí a la calle, al calor y al sol, a dar una vuelta para no notar que me faltaba algo, que tenía un hueco profundo cerca del esternón. Pensé que tal vez si alguien más leía la nota sería capaz de ayudarme a completarla, de ayudarme a imaginar el final.

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