Un día de esta semana me
encontraba yo durmiendo la siesta, cosa que acostumbro a hacer desde
hace una temporada para reponer fuerzas, cuando oí un ruido extraño
en el pasillo de la planta. Era como si alguien estuviese doblando un
papel y tratando de meterlo por debajo de una puerta. Me pareció
curioso pero no le di mayor importancia en su momento, pero al
despertarme definitivamente un buen rato después y al acercarme a la
cocina a beber un poco de agua, mi sorpresa fue mayúscula al
encontrarme junto a la puerta un papelito doblado cuidadosamente.
Recordé inmediatamente los ruidos de antes y me entró una sensación
rara, porque es bien extraño que a estas alturas de la vida alguien
deje notitas por debajo de las puertas en edificios como el mío,
donde los vecinos prácticamente no nos conocemos. Se me ocurrió que
tal vez fuese algún nuevo tipo de estrategia para pedir dinero:
igual que hacen en algunos sitios dejándote un mechero con una nota
en la mesa, señalando las dificultades económicas por las que están
pasando y solicitándote una ayuda para los hijos o para llegar a fin
de mes, pensé que me iba a encontrar con alguna historia de
desgracias y hambres, pero no. Lo que me encontré fue esto, que
transcribo literalmente:
Ella tiene algo que me
hace desearla constantemente, física y mentalmente, como explorador
sediento que, en el desierto, busca desesperadamente un oasis. No sé
si son sus ojos grandes, sus cejas o su boca, no sé si es su gesto o
la forma en que acerca la mano a los dientes cuando se pone nerviosa
o se siente insegura, no sé si es el tono de su voz cuando susurra
cosas bonitas a mi oído o cuando yo quiero pensar que son bonitas
las cosas que susurra a mi oído, no sé si es por su pelo o por su
cuerpo, por la forma en que me mira o por las caricias que me lanza
cuando descanso a su lado, por los besos robados o los abrazos
secuestrados, por el tono de su piel o por un lunar que me vuelve
loco, no sé si tiene que ver con su forma de ser o con las cosas que
me cuenta, con sus miedos y temores o con sus alegrías, con la forma
en que se ríe o con la forma en que me coge la mano cuando estoy
cerca. Si yo hago planes ella siempre dice que ya se verá y siento
que la quiero todavía más, no tengo otra forma de encontrarme más
que en sus ojos y no tengo otra aspiración que oler su cuerpo todas
las mañanas, las tardes y las noches, no me apetece llegar pronto a
los sitios si ella no va a estar y no busco en otras miradas lo que
he encontrado en la suya. Sueño con ella recurrentemente y el sueño
es muy similar a cuando estoy con ella, y eso tal vez sea porque mi
sueño es seguir haciendo lo que hago con ella cada día, tal vez con
algunas variaciones pero en definitiva seguir estando con ella, pero
sin prisas, sin necesidad de correr ni de decirnos cosas que a veces
duelen, que se dicen por decir y por no atrevernos a expresar
realmente lo que pensamos. Tenemos uno o dos secretos y son nuestros,
de nadie más, no queremos decírselos a nadie porque si son de los
demás no serán nuestros y entonces habremos perdido un poco de
intimidad que no queremos perder. Buscamos maneras de acariciarnos la
cara sin tocarnos y a veces logramos que un gesto sea más importante
que todas las palabras que intentamos decir, o que todas las palabras
que intentamos no decir. Jugamos al escondite y nos encontramos
siempre, cierto es que yo siempre me dejo encontrar porque no quiero
ocultarme para ella, no quiero desaparecer de su vista y no quiero
que en ningún momento piense que no estoy cerca. A veces también
jugamos a mentirnos, a decirnos que no nos importamos, a tratar de
hacer que el otro pierda el interés, pero debemos ser malos
jugadores porque al final no lo logramos y volvemos a donde
estábamos, a tratar de acariciarnos sin tocarnos y a tratar de
darnos besos que no suenen, que no marquen, que marquen y suenen sólo
para nosotros y que se mantengan en el recuerdo hasta la próxima
vez, hasta que volvamos a encontrar una excusa que nos permita soñar
juntos, despiertos o dormidos. Cada poco tiempo pienso en su sonrisa
cuando le hablo; me siento feliz. En otras ocasiones pienso en su
gesto preocupado y siento como si un viento frío me congelase el
alma que no tengo. Confío en ella ciegamente y espero a que el
tiempo pase lentamente cuando ella está y a que corra veloz cuando
ella no está conmigo, le pido que me enseñe cosas y se pone
remolona, dice que le cuesta y que tengo que esperar, y lo que muchas
veces no sabe es que yo esperaré lo que haga falta, lo que sea
necesario, porque lo que me dicen mis sentidos y mis razonamientos no
se pasa, no tiene fecha de caducidad. Yo le enseño cosas, me gusta
enseñarle cosas mías, mostrarle que no hay nada que temer en las
partituras del Patrullero Mancuso, a quien me gustaría robarle la
moto para recorrer con ella la Ruta 66. Sé también lo que quiero
enseñarle de Atenas, Estambul, París, Edimburgo y de mi propia
ciudad, por dónde daría una vuelta si me acompañara por Bilbao,
Sevilla o Madrid, las partes que me tiene que enseñar de los sitios
en los que no he estado y en los que quiero estar con ella nada más,
las ganas que tengo de perderme si ella me promete no encontrar la
salida y lo mucho que quiero perder el móvil tres días entre unas
sábanas de parador con mueble bar en la habitación. En muchas
ocasiones no encuentro las palabras adecuadas para decirle que no me
falte o que no me olvide. En esas ocasiones es cuando más deseo que
se me note en la mirada lo que pienso, lo que siento y lo que creo,
porque a veces noto que
La nota se cortaba ahí,
a media frase, dejándolo todo abierto a mi imaginación. Me bebí el
vaso de agua y salí a la calle, al calor y al sol, a dar una vuelta
para no notar que me faltaba algo, que tenía un hueco profundo cerca
del esternón. Pensé que tal vez si alguien más leía la nota sería
capaz de ayudarme a completarla, de ayudarme a imaginar el final.
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