¿Te ha tocado dar vueltas por ahí como una peonza? ¿Tienes más especialidades acreditadas de las que puedes recordar? ¿Conoces pueblos y ciudades de CyL? ¿Tu coche tiene más de 150.000 kilómetros? ¿Te jode que echen sal en las carreteras cuando no nieva ni va a nevar? ¿Tiras con media jornada y te han puesto un horario de mierda? Pues a lo mejor te interesa leer esto. Bueno, o no, pero da igual, yo lo pongo de todas formas.

lunes, 25 de junio de 2012

Tabú no es sólo un juego de mesa


En estas épocas de final de curso, cuando ya no hay chavales en los tutos y tenemos que ir a juntas de evaluación y a hacer un poco el pijo mientras llega el claustro final, a mí me suele dar tiempo a leer. Pienso que tengo muchas cosas que leer en las próximas semanas y pienso en que probablemente – no, seguro - lo haga en un entorno diferente, con nubes en lugar de cielos despejados, con lluvia en lugar de sol, con fresco en lugar de calor y con sidra en lugar de cervezas para los descansos. Las cosas que me preocupan ahora no dejarán de preocuparme dentro de unas semanas, pero el cambio de escenario siempre viene bien para, al menos, no estar siempre dándole vueltas a las mismas cosas o, al menos, no darle vueltas siempre de la misma manera. Aprovecharé para releer algunas cosas que no he podido traer aquí y para ver algunas películas que no he encontrado aquí, seguiré haciendo mi lista particular de unos y otras para regalarle y, como Rob, haré listas de mis cinco favoritas que iré cambiando según me dé el viento. Nada raro, por otra parte.

Me siento en una situación bastante contradictoria ahora mismo: por una parte tengo unas ganas enormes de estar fuera de Ávila, de tener otra habitación y otro salón, una tele que funcione y una conexión a internet que no ande siempre en el filo de la navaja; pero, al mismo tiempo, irme de aquí me genera una sensación como de cuerda floja que me aterroriza bastante. No es un tema sobre el que profundizar en este blog, pero todo el que haya leído más de una entrada de esto sabrá que me gusta a veces dar alguna pista sobre mi situación sentimental. Por no abundar más en el tema diré que a partir de este fin de semana se abre ante mí una situación que puede acabar maravillosamente o en el peor de los mundos posibles, y me acojona que no veais.

En todo caso, voy a tratar de cumplir otra promesa que hice hace tiempo por aquí: hablar de sueños. Es un tema que me gusta porque soy bastante fan de Freud. En el fondo hablaré de Freud, no de sueños. Ojo, yo soy fan del Freud de verdad, no de esa imagen que han generado las películas americanas de atribulados intelectuales neoyorquinos que pagan cientos de dólares por unas terapias que en el fondo son un cachondeo. Pobre Sigmund, lo que lo han prostituido y lo que lo han vilipendiado, y lo mucho que han distorsionado las cosas interesantes que descubrió; la culpa la tienen sobre todo el cabrón de Jung y el más puto aún de Lacan, a quien nadie entiende pero que ha hecho mucho daño. En Freud no es todo querer follarse a la madre o al padre, estar obsesionado con los órganos genitales o hacer terapias eternas dedicadas única y exclusivamente al lucro personal del supuesto terapeuta; ésa es la imagen que, en general, trasmiten ciertas películas de Woody Allen, que sólo por eso me cae un poco mal, aunque sus películas, precisamente ésas, me caigan bastante bien en general (sí, soy persona de contradicciones, lo asumo). Es curioso, y esto es sólo un dato que se puede comprobar, que normalmente todas las películas que transmiten esa cierta imagen del psicoanálisis tienen o bien guionista, o bien director, o bien producto de origen judío, el mismo que el de mi querido Sigmund. Dejo el dato ahí, tal vez para otra entrada futura. Por otra parte, afortunadamente, hay cosas como Doctor en Alaska, serie de la que ya he hablado un poco por aquí, que tienen un enfoque bastante más serio sobre el tema. Mi opinión: Woody Allen y adláteres son carne de psicoanalista mientras que los guionistas de Doctor en Alaska han estudiado el psicoanálisis, que son dos cosas distintas aunque no generalmente muy distantes, ya que es de sobra conocido que todo el mundo, TODO EL MUNDO, es carne de psicoanalista, y que nos vendrían a todos de puta madre unas cuantas sesiones para ir resolviendo determinados traumas que, por mucho que neguemos, nos afectan como adultos.

Mi problema muchas veces es que, hablando de esto con gente que no se ha preocupado de informarse nada sobre el tema, creo que piensan que estoy medio tarao o que soy prosélito de alguna secta chunga. Lo digo porque no sería la primera vez que, escudándose en las teorías psicoanalíticas, individuos de todo pelaje y condición engañan a los ingenuos con historietas raras como talleres sobre interpretación de sueños, psicoterapias alternativas, movidas espectrales o cosas por el estilo, todo ello en centros adscritos al  hatha yoga  o a las medicinas alternativas o al naturismo o a las filosofías orientales o a sabediosqué. Es decir, ponen a Freud y al psicoanálisis a la altura del gurú indio que engañó a los Beatles, la dieta Dukan, las flores de Bach o las putas bayas de Goji. Y no, porque las investigaciones y conclusiones de Freud tienen una base bastante más materialista, más real, que muchas de las concepciones que hoy inundan nuestra puta sociedad, basadas más en el irracionalismo que en otra cosa. No conozco a nadie que haya leído los primeros capítulos de “Introducción al psicoanálisis” y no haya estado de acuerdo con las conclusiones que Freud extrae de los casos (reales) que allí explica, más que nada porque se basa en problemas y en realidades que todos hemos experimentado alguna vez y que, si tenemos el valor para ahondar un poco en ellos, veremos que lo que mi amigo Sigmund dice no es en absoluto fruto de la invención.



En esencia lo que nos ocurre a los humanos que vivimos en sociedad, y más cuanto más avanzada es esa sociedad (en términos más serios, cuando el hombre sale del estado de necesidad), es que la cultura y la ideología dominantes nos imponen una serie de mecanismos de represión que interiorizamos y que van alimentando, con todas esas ideas reprimidas, un pequeño “monstruo” en nuestra personalidad que sería el inconsciente. Alguien me dijo una vez que utilizar el término “subconsciente”, en lugar de inconsciente, era insultante, puesto que no es que esté por “debajo” de la consciencia, sino que “no es” consciencia, y estoy plenamente de acuerdo. Así que ese inconsciente, reprimido, ajeno a la cultura dominante, esos deseos y esas ideas que rechazamos porque supuestamente no tienen cabida en los esquemas que nos impone el super-yo y que asumimos conscientemente, o que consideramos que tenemos que cumplir como deber social, coge y el muy cabrón se nos filtra a través de dos vías fundamentales: los sueños y las psicopatologías. Y más os vale que se os filtre a través de los sueños, porque en el ámbito de las psicopatologías lo que se lleva hoy es la medicación y no el tratamiento por medio de terapia, así que si os da por abrir y cerrar un grifo x número de veces antes de iros a la cama, o tenéis un celo excesivo ante la limpieza (excesivo de asustar, que se me entienda) o tenéis la manía de dejar las zapatillas en las misma exacta forma cada vez que os acostáis, o necesitáis que los platos y cubiertos estén dispuestos de manera muy concreta en la mesa y si no se os quitan las ganas de comer, u os laváis los dientes compulsivamente o realizáis cualquier otro tipo de acto compulsivamente, tened claro que hoy en día nadie os ayudará a entender por qué os pasa eso, sino que os recetarán unos ansiolíticos, unos narcóticos y, ale, a tirar millas y a trasladar vuestras manías y vuestros traumas a la progenie que seguramente queráis tener porque es lo que toca. 



Muchas veces me he encontrado pensando a la vez en Engels, Marvin Harris y Freud. ¿Por qué? Porque los tres demuestran, muy sencillamente, hasta qué punto lo cultural afecta PROFUNDAMENTE a nuestra personalidad. Y lo digo porque Engels, en “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, de forma muy similar a como lo hace Harris en “Vacas, cerdos, guerras y brujas”, estudia y expone, por ejemplo, cómo hay culturas en las que no es ninguna aberración el matrimonio entre familiares directos u otras estructuras de familia que hoy no entran dentro de los esquemas “convencionales”, al igual que la poligamia o la poliandria no tienen, en términos absolutos, mayor o menor valor más que desde un punto de vista moral, de construcción social cultural, que vendría a ser el super-yo, siempre influyendo al yo (ego-consciente) y siempre en lucha con el ello (inconsciente). Freud da la puntilla diciendo: ojito, que la represión que voluntariamente nos imponemos (rechazar como aberrante una relación sexual entre familiares, por ejemplo) puede acabar explotando si no la gestionamos bien, si no nos reconciliamos con nuestro inconsciente y somos “conscientes” (valga la redundancia) de que existe, de que nos influye y de que afecta y, a veces determina, nuestro deseo. De esto saben mucho los publicistas y los expertos en marketing, y no es algo que me invente.



Con Freud, yo soy muy fan del inconsciente (y de Alianza, si alguien se fija). A ciertos niveles, sin llegar a puntos de jartada directa del tipo de abrir y cerrar grifos compulsivamente, es muy aconsejable atender a lo que sale de ese totum revolutum de material reprimido, porque uno se da cuenta de que no hay más incompatibilidad entre lo consciente y lo inconsciente que ciertas barreras que nosotros nos queremos imponer y que no siempre son necesarias. Preguntadle alguna cosa a alguien que esté a punto de dormirse y veréis lo que digo. Me refiero a que en muchos casos es conveniente expresar y reconocer “lo que se quiere” y enfrentarlo con “lo que se debe” para que la vida de uno sea más armoniosa. Claro, el problema está en que hoy en día, con la manipulación absoluta del deseo por parte del sistema (deseo una casa en propiedad, deseo uno o dos coches, deseo irme de vacaciones varias veces al año, deseo tener lo mismo que tienen los ricos), puede malinterpretarse lo que digo y ser utilizado para justificar el capricho, el egoísmo y el individualismo. Y eso sería absolutamente lo contrario a lo que yo quiero expresar aquí, porque es tan peligroso negar el inconsciente y su influjo en nuestros actos como dejarse llevar absolutamente por él. ¿Qué relación tiene esto con la enseñanza y con el interino errante? Pues que como yo les diga algo de esto a los chavales la lío fijo. Y si se lo digo a algunos profesores también, pa qué engañarnos. Otro día sigo y hablo algo más de los sueños, pero hoy ya no.

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