En estas épocas de final
de curso, cuando ya no hay chavales en los tutos y tenemos que ir a
juntas de evaluación y a hacer un poco el pijo mientras llega el
claustro final, a mí me suele dar tiempo a leer. Pienso que tengo
muchas cosas que leer en las próximas semanas y pienso en que
probablemente – no, seguro - lo haga en un entorno diferente, con
nubes en lugar de cielos despejados, con lluvia en lugar de sol, con
fresco en lugar de calor y con sidra en lugar de cervezas para los
descansos. Las cosas que me preocupan ahora no dejarán de
preocuparme dentro de unas semanas, pero el cambio de escenario
siempre viene bien para, al menos, no estar siempre dándole vueltas
a las mismas cosas o, al menos, no darle vueltas siempre de la misma
manera. Aprovecharé para releer algunas cosas que no he podido traer
aquí y para ver algunas películas que no he encontrado aquí,
seguiré haciendo mi lista particular de unos y otras para regalarle
y, como Rob, haré listas de mis cinco favoritas que iré cambiando
según me dé el viento. Nada raro, por otra parte.
Me siento en una
situación bastante contradictoria ahora mismo: por una parte tengo
unas ganas enormes de estar fuera de Ávila, de tener otra habitación
y otro salón, una tele que funcione y una conexión a internet que
no ande siempre en el filo de la navaja; pero, al mismo tiempo, irme
de aquí me genera una sensación como de cuerda floja que me
aterroriza bastante. No es un tema sobre el que profundizar en este
blog, pero todo el que haya leído más de una entrada de esto sabrá
que me gusta a veces dar alguna pista sobre mi situación
sentimental. Por no abundar más en el tema diré que a partir de
este fin de semana se abre ante mí una situación que puede acabar
maravillosamente o en el peor de los mundos posibles, y me acojona
que no veais.
En todo caso, voy a
tratar de cumplir otra promesa que hice hace tiempo por aquí: hablar
de sueños. Es un tema que me gusta porque soy bastante fan de Freud.
En el fondo hablaré de Freud, no de sueños. Ojo, yo soy fan del
Freud de verdad, no de esa imagen que han generado las películas
americanas de atribulados intelectuales neoyorquinos que pagan
cientos de dólares por unas terapias que en el fondo son un
cachondeo. Pobre Sigmund, lo que lo han prostituido y lo que lo han
vilipendiado, y lo mucho que han distorsionado las cosas interesantes
que descubrió; la culpa la tienen sobre todo el cabrón de Jung y el
más puto aún de Lacan, a quien nadie entiende pero que ha hecho
mucho daño. En Freud no es todo querer follarse a la madre o al
padre, estar obsesionado con los órganos genitales o hacer terapias
eternas dedicadas única y exclusivamente al lucro personal del
supuesto terapeuta; ésa es la imagen que, en general, trasmiten
ciertas películas de Woody Allen, que sólo por eso me cae un poco
mal, aunque sus películas, precisamente ésas, me caigan bastante
bien en general (sí, soy persona de contradicciones, lo asumo). Es
curioso, y esto es sólo un dato que se puede comprobar, que
normalmente todas las películas que transmiten esa cierta imagen del
psicoanálisis tienen o bien guionista, o bien director, o bien
producto de origen judío, el mismo que el de mi querido Sigmund.
Dejo el dato ahí, tal vez para otra entrada futura. Por otra parte,
afortunadamente, hay cosas como Doctor en Alaska, serie de la que ya
he hablado un poco por aquí, que tienen un enfoque bastante más
serio sobre el tema. Mi opinión: Woody Allen y adláteres son carne
de psicoanalista mientras que los guionistas de Doctor en Alaska han
estudiado el psicoanálisis, que son dos cosas distintas aunque no
generalmente muy distantes, ya que es de sobra conocido que todo el
mundo, TODO EL MUNDO, es carne de psicoanalista, y que nos vendrían
a todos de puta madre unas cuantas sesiones para ir resolviendo
determinados traumas que, por mucho que neguemos, nos afectan como
adultos.
Mi problema muchas veces
es que, hablando de esto con gente que no se ha preocupado de
informarse nada sobre el tema, creo que piensan que estoy medio tarao
o que soy prosélito de alguna secta chunga. Lo digo porque no sería
la primera vez que, escudándose en las teorías psicoanalíticas,
individuos de todo pelaje y condición engañan a los ingenuos con
historietas raras como talleres sobre interpretación de sueños,
psicoterapias alternativas, movidas espectrales o cosas por el
estilo, todo ello en centros adscritos al hatha yoga o a las
medicinas alternativas o al naturismo o a las filosofías orientales
o a sabediosqué. Es decir, ponen a Freud y al psicoanálisis a la
altura del gurú indio que engañó a los Beatles, la dieta Dukan,
las flores de Bach o las putas bayas de Goji. Y no, porque las
investigaciones y conclusiones de Freud tienen una base bastante más
materialista, más real, que muchas de las concepciones que hoy
inundan nuestra puta sociedad, basadas más en el irracionalismo que
en otra cosa. No conozco a nadie que haya leído los primeros
capítulos de “Introducción al psicoanálisis” y no haya
estado de acuerdo con las conclusiones que Freud extrae de los casos
(reales) que allí explica, más que nada porque se basa en problemas
y en realidades que todos hemos experimentado alguna vez y que, si
tenemos el valor para ahondar un poco en ellos, veremos que lo que mi
amigo Sigmund dice no es en absoluto fruto de la invención.
En esencia lo que nos
ocurre a los humanos que vivimos en sociedad, y más cuanto más
avanzada es esa sociedad (en términos más serios, cuando el hombre
sale del estado de necesidad), es que la cultura y la ideología
dominantes nos imponen una serie de mecanismos de represión que
interiorizamos y que van alimentando, con todas esas ideas
reprimidas, un pequeño “monstruo” en nuestra personalidad que
sería el inconsciente. Alguien me dijo una vez que utilizar el
término “subconsciente”, en lugar de inconsciente, era
insultante, puesto que no es que esté por “debajo” de la
consciencia, sino que “no es” consciencia, y estoy plenamente de
acuerdo. Así que ese inconsciente, reprimido, ajeno a la cultura
dominante, esos deseos y esas ideas que rechazamos porque
supuestamente no tienen cabida en los esquemas que nos impone el
super-yo y que asumimos conscientemente, o que consideramos que
tenemos que cumplir como deber social, coge y el muy cabrón se nos
filtra a través de dos vías fundamentales: los sueños y las
psicopatologías. Y más os vale que se os filtre a través de los
sueños, porque en el ámbito de las psicopatologías lo que se lleva
hoy es la medicación y no el tratamiento por medio de terapia, así
que si os da por abrir y cerrar un grifo x número de veces antes de
iros a la cama, o tenéis un celo excesivo ante la limpieza (excesivo
de asustar, que se me entienda) o tenéis la manía de dejar las
zapatillas en las misma exacta forma cada vez que os acostáis, o
necesitáis que los platos y cubiertos estén dispuestos de manera
muy concreta en la mesa y si no se os quitan las ganas de comer, u os
laváis los dientes compulsivamente o realizáis cualquier otro tipo
de acto compulsivamente, tened claro que hoy en día nadie os ayudará
a entender por qué os pasa eso, sino que os recetarán unos
ansiolíticos, unos narcóticos y, ale, a tirar millas y a trasladar
vuestras manías y vuestros traumas a la progenie que seguramente
queráis tener porque es lo que toca.
Muchas veces me he
encontrado pensando a la vez en Engels, Marvin Harris y Freud. ¿Por
qué? Porque los tres demuestran, muy sencillamente, hasta qué punto
lo cultural afecta PROFUNDAMENTE a nuestra personalidad. Y lo digo
porque Engels, en “El origen de la familia, la propiedad privada
y el Estado”, de forma muy similar a como lo hace Harris en
“Vacas, cerdos, guerras y brujas”, estudia y expone, por
ejemplo, cómo hay culturas en las que no es ninguna aberración el
matrimonio entre familiares directos u otras estructuras de familia
que hoy no entran dentro de los esquemas “convencionales”, al
igual que la poligamia o la poliandria no tienen, en términos
absolutos, mayor o menor valor más que desde un punto de vista
moral, de construcción social cultural, que vendría a ser el
super-yo, siempre influyendo al yo (ego-consciente) y siempre en
lucha con el ello (inconsciente). Freud da la puntilla diciendo:
ojito, que la represión que voluntariamente nos imponemos (rechazar
como aberrante una relación sexual entre familiares, por ejemplo)
puede acabar explotando si no la gestionamos bien, si no nos
reconciliamos con nuestro inconsciente y somos “conscientes”
(valga la redundancia) de que existe, de que nos influye y de que
afecta y, a veces determina, nuestro deseo. De esto saben mucho los
publicistas y los expertos en marketing, y no es algo que me invente.
Con Freud, yo soy muy fan
del inconsciente (y de Alianza, si alguien se fija). A ciertos niveles, sin llegar a puntos de jartada
directa del tipo de abrir y cerrar grifos compulsivamente, es muy
aconsejable atender a lo que sale de ese totum revolutum de
material reprimido, porque uno se da cuenta de que no hay más
incompatibilidad entre lo consciente y lo inconsciente que ciertas
barreras que nosotros nos queremos imponer y que no siempre son
necesarias. Preguntadle alguna cosa a alguien que esté a punto de
dormirse y veréis lo que digo. Me refiero a que en muchos casos es
conveniente expresar y reconocer “lo que se quiere” y enfrentarlo
con “lo que se debe” para que la vida de uno sea más armoniosa.
Claro, el problema está en que hoy en día, con la manipulación
absoluta del deseo por parte del sistema (deseo una casa en
propiedad, deseo uno o dos coches, deseo irme de vacaciones varias
veces al año, deseo tener lo mismo que tienen los ricos), puede
malinterpretarse lo que digo y ser utilizado para justificar el
capricho, el egoísmo y el individualismo. Y eso sería absolutamente
lo contrario a lo que yo quiero expresar aquí, porque es tan
peligroso negar el inconsciente y su influjo en nuestros actos como
dejarse llevar absolutamente por él. ¿Qué relación tiene esto con
la enseñanza y con el interino errante? Pues que como yo les diga
algo de esto a los chavales la lío fijo. Y si se lo digo a algunos
profesores también, pa qué engañarnos. Otro día sigo y hablo
algo más de los sueños, pero hoy ya no.
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