¿Te ha tocado dar vueltas por ahí como una peonza? ¿Tienes más especialidades acreditadas de las que puedes recordar? ¿Conoces pueblos y ciudades de CyL? ¿Tu coche tiene más de 150.000 kilómetros? ¿Te jode que echen sal en las carreteras cuando no nieva ni va a nevar? ¿Tiras con media jornada y te han puesto un horario de mierda? Pues a lo mejor te interesa leer esto. Bueno, o no, pero da igual, yo lo pongo de todas formas.

domingo, 3 de junio de 2012

Nos gusta la música americana




Algunos de los últimos fines de semana son un poco torbellino. Es culpa mía porque hay determinadas cosas que gestiono de forma un tanto caótica y al final acabo sin saber muy bien qué hacer, y entonces toca resolver y cuando se resuelve, a lo cubano, todo puede salir bien o puede salir mal.

El viernes volví a hacer lo del cambio de provincia y aparecí en una ciudad con acueducto para asistir un concierto genial y hacer una pintada. Sobre lo segundo no abundaré por esta vía, pero sobre lo primero sí porque me ha hecho reflexionar sobre cómo, cuando nos quitamos las tonterías, nos damos cuenta de que nos gusta la música americana, las ray-ban o las gafas de madero motorista de Los Ángeles, las patillas y el rock and roll. Generalmente tengo debilidad por los grupos con trompeta, es algo que no sé muy bien cómo explicar pero que siempre me ha pasado; yo no sé si es porque tengo algún tipo de fijación infantil con las trompetas y los trombones (igual la trompeta es algo fálico, pero el trombón es fijo por algo sexual por aquello de palante-patrás, con mucha saliva), o por otras razones, pero siempre he dicho que una sección de viento bien puesta puede salvar una canción y hacerla pasar de normalita a maravillosa. Es una opinión madurada con el tiempo, no lo digo a lo loco, pero admito críticas siempre que vengan acompañadas de ejemplo consiguiente (seguro que hay, algunos arreglos orquestales del Serrat primerizo darían para mucho comentario).

Cuando hago estas cosas de cambiar de provincia para ir a un concierto, normalmente me suelo quedar a dormir en una pensión. Así no me arriesgo a tener movidas con el chocherito leré y que me pongan un multazo de flipar que destrozaría definitivamente mi precaria economía: es una cuestión de análisis de riesgos y valoración calmada de las alternativas, simplemente. Y esto lo digo porque además he instaurado un nuevo ritual en mi vida que consiste fundamentalmente en pedir una caña en cada bar que me pilla de paso entre la pensión y el lugar del concierto. Sí, es un juego peligroso, porque si te pasa como me ocurrió no hace mucho en Valladolid, donde me tuve que patear bajo la lluvia prácticamente entero el Paseo de Zorrilla, puedes encontrarte que el número de bares sea exponencialmente superior a la capacidad de aguante de tu cuerpo, y entonces tenemos un problema. En esta ocasión no fue para tanto, pero encontré un kiosko gestionado por unas rusas donde las cañas eran baratas y sólo ofrecían pa acompañar olivas o maní, que son dos cosas muy apropiadas para una noche de calor y nada elaboradas, como más tapa auténtica, vamos.


Los Corizonas se salieron y fue un conciertazo. Poco voy a decir porque ni soy ni quiero ser crítico musical, pero es de los mejores que recuerdo últimamente y al que, tristemente, sólo le faltó que ella estuviera conmigo (ella es la misma que la de las canciones para ella, claro). Conseguí la proeza, posteriormente, de no liarla parda yéndome a conocer al tocayo de uno de mis bares favoritos de todos los tiempos, y así logré que la mañana del sábado fuera algo razonable y lograra escuchar con atención a cierto cantante callejero que, caminando por cerca del acueducto, canturreaba algo tan así como “Qué le has hecho a mi corazón que parece que es domingo”, que resulta ser de una canción de rap pero éste la cantaba en tono flamenco. También logré comer dos huevos fritos que juro por mi vida que parecían los huevos fritos con más yema del mundo, no sé si es que son huevos de La Granja o qué, no sé ni siquiera si en La Granja son famosos por sus huevos, pero ¡la virrrgeeennnn! Eso sí, las patatas chungas chungas, pa no repetir. Qué contrastes, pensaba yo.

En todo caso, me reconcilié con la música americana y con las películas del oeste. Volvía luego pensando que estas cosas deben ser fruto de la madurez, las canas o algo así, porque noto que con el paso del tiempo se me están quitando muchas tonterías que alguna vez pensé (o no pensé, sino que fue cliché) y que luego dejé ahí, como congeladas, en plan idea fija que, volviendo luego a ella tras un tiempo, te das cuenta de que es una chorrada. Cómo no va a ser una chorrada cuando están los Blues Brothers o cuando recuperas esto:



Apetece ponerse sombrero de vaquero, la camisa de cuadros, coger la moto y tragar polvo por la ruta 66, yo qué queréis que os diga.

Y es que sí, para muchas cosas no queda otra que asumir que somos también hijos de la cultura yanki y que, nos guste o no, esa influencia se nota mucho en las cosas que hacemos o que nos gustan. Yo, como también soy hijo del Este, pues a veces me siento un poco en medio de todo, pero creo que es para bien, que resulta positivo en el fondo y que permite tener más perspectiva de las cosas. Y claro, el Este también tuvo su propio R'n'R y también mola






Sí, hoy estoy en plan conciliador y me gusta. Esta tarde me apetece mucho hacer una cosa que creo que haré y que seguramente la acabe contando por aquí, pero por algún extraño motivo, que no sé a qué carajo viene, me apetece esta noche ver La Soga.

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