¿Te ha tocado dar vueltas por ahí como una peonza? ¿Tienes más especialidades acreditadas de las que puedes recordar? ¿Conoces pueblos y ciudades de CyL? ¿Tu coche tiene más de 150.000 kilómetros? ¿Te jode que echen sal en las carreteras cuando no nieva ni va a nevar? ¿Tiras con media jornada y te han puesto un horario de mierda? Pues a lo mejor te interesa leer esto. Bueno, o no, pero da igual, yo lo pongo de todas formas.

lunes, 18 de junio de 2012

Si descubres algo bueno tienes que contarlo



Si un triángulo rectángulo echa de menos el tiempo en que era un cuadrado y quiere volver a ser de nuevo un cuadrado, no deberá unirse a lo que desea ser (el cuadrado), pues de ese modo nunca alcanzará la forma que desea. Deberá unirse a lo que no desea ser, es decir, a sí mismo.

Estoy fascinado con un pequeño libro que me dejaron recientemente, “El señor Valéry”, de Gonçalo M. Tavares. A simple vista parece que vas a leerlo rápido porque son pocas páginas, con letra grande y con dibujitos insertados entre párrafo y párrafo, pero luego tiene bastante más miga de la que aparenta. Pequeño pero matón, dicen. Tiene tantas pequeñas frases memorables que he tenido que leerlo con la mano en la espalda para no coger el lápiz y ponerme a subrayar como loco, que el libro no es mío y siempre es un poco cabrón devolver las cosas marcadas. Se tiene que notar que lo has leído pero devolverlo con frases subrayadas sería pasarse. Luego volveré sobre esto y las bibliotecas, que tengo que desbarrar.



Lo leí con interés; siempre lo hago cuando alguien me recomienda algo, y más si yo he pedido una recomendación. Es verdad que hay veces que, sin que tú pidas nada, hay gente que te recomienda cosas, a veces demasiado alegremente, a lo mejor sin saber bien si te van a interesar o no, simplemente porque les interesan a ellos y creen que a ti te interesarán también: eso puede ser un problema porque no siempre se acierta y las recomendaciones, en general, dicen mucho de quien las hace. En todo caso siempre lo agradezco porque demuestra interés, y jamás lo he entendido como ánimo de demostrar lo culto o inculto que uno es, sino más bien la voluntad de compartir, que me parece algo más que loable, aunque no siempre sea posible.

Pues lo dicho, que tras la primera lectura me quedé un poco atontado. Ahí había bastante más enjundia que la que prometía la portada y una rápida ojeada. Algo que empieza así (“El señor Valéry era pequeñito pero brincaba mucho. Él decía: -Soy como las personas altas, solo que por menos tiempo”) no puede tener desperdicio, y no defrauda. Que nadie espere respuestas a las grandes preguntas de la vida porque no las hay, sino más bien al contrario, son respuestas a las pequeñas dudas de la vida, incluso alguna puñaladita bien dada (recomiendo el capítulo “La literatura y el dinero”), y la muestra de una filosofía personal que me encanta por lo sencillo que todo parece y lo mucho que nos dice. Me parece que voy a insertar un nuevo término en mi lenguaje coloquial. Valeriano. Lo utilizaré para referirme a quien tenga sus particulares rarezas pero sea capaz de explicarlas con vehemencia y con convicción. Empezaré mañana. Aviso de que me quedo con enormes ganas de conocer al resto de vecinos del peculiar barrio donde habita Valéry: los señores Henri, Juarroz y Brecht, por ahora, aunque dicen por ahí que habrá más.

Antes de despedirme quiero hablar de otra cosa. Antes hacía referencia a la manía de subrayar los libros. Yo no lo hago siempre, únicamente en algunos casos en los que determiandas cosas que he leído me han parecido adecuadas para usar en una conversación, para poner pingando a alguien que se lo merece y nunca encuentras las palabras o para declararte. De hecho tengo un libro que quiero regalar pero que está prácticamente entero subrayado, así que me corto. Me parece que hasta ahora ninguna de mis frases subrayadas la he utilizado en el blog sin citarla, pero podría ser porque hay veces que he escrito sin fijarme mucho en los copyrijs y cosas de ésas. En todo caso, a lo que iba es a que me parece una falta de respeto prestar o regalar libros con frases subrayadas, y me parece que es tan evidente la razón que casi no tengo que ponerla: si te dejan un libro subrayado te están dirigiendo la lectura sí o sí, te están diciendo qué es lo que le interesó al que te lo presta y, un poco en el fondo, lo que te debería interesar a ti, y entonces se jode un poco todo el asunto porque ya no te quedas tranquilo, haciéndote preguntas del estilo ¿quién es el tonto, éste que subraya esta pijada o yo que creo que es una pijada?, o ¿este comentario sobre los motores de inyección no se lo oí yo en una conversación a este tipo el sábado pasado?, o ¿tendré que leer la primera letra de cada subrayado para encontrar un mensaje oculto?, o ¿qué tipo de perturbado puede subrayar esta frase que incluye pene, viejo, establo y excremento en un total de veinte palabras y no necesariamente por ese orden? (Tranquilidad lectores: El viejo recogió el excremento del establo y pensó: “no pene yo más por la salud de mis vacas lecheras”). En fin, que hacer indicaciones a priori siempre es negativo porque no permite que el segundo lector saque sus propias conclusiones, sino que siga o no las tuyas, con lo cual juegas con ventaja (o quedas como el culo, que pal caso es quedar mal igual). Por eso siempre me ha reventado bastante que los libros de las bibliotecas, en ocasiones, tengan subrayados y anotaciones, incluso notas al pie, a lápiz, a bolígrafo o, toma ya, incluso con frases tachadas con el tipex de las narices, que es un producto del maligno desarrollado para multiplicar los beneficios de la industria petrolera en un sector de la población, los estudiantes, que como no suelen tener coche no consumen habitualmente otros derivados del petróleo como la gasolina. Puto capitalismo que ya no nos deja ni tachar con bolígrafo. Pero que no se me vaya la pinza, que la cuestión está en que hay que ser muy sobrao para pensar que nuestras anotaciones o nuestras manías vayan a interesar a algún anónimo lector que tenga la mala suerte de toparse con el libro que hemos ilustrado alegremente. Yo pediría encarecidamente a los amigos de este tipo de acciones que tuviesen la decencia de dejar forma de contacto para poder llenarles el correo o el buzón de voz de cientos de mensajes (distintas voces, mismo número) a altas horas de la madrugada pidiéndoles relaciones epistolares para ampliar mutuamente conocimientos sobre el carnicero de Rotterdam, el Petiso Orejudo o La Viuda Negra, ofreciendo igualmente sesiones prácticas comentadas. A lo mejor así se les quitaba la tontería.

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