Si un triángulo
rectángulo echa de menos el tiempo en que era un cuadrado y quiere
volver a ser de nuevo un cuadrado, no deberá unirse a lo que desea
ser (el cuadrado), pues de ese modo nunca alcanzará la forma que
desea. Deberá unirse a lo que
no desea ser, es decir, a sí mismo.
Estoy fascinado con un
pequeño libro que me dejaron recientemente, “El señor Valéry”,
de Gonçalo M. Tavares. A simple vista parece que vas a leerlo rápido
porque son pocas páginas, con letra grande y con dibujitos
insertados entre párrafo y párrafo, pero luego tiene bastante más
miga de la que aparenta. Pequeño pero matón, dicen. Tiene tantas
pequeñas frases memorables que he tenido que leerlo con la mano en
la espalda para no coger el lápiz y ponerme a subrayar como loco,
que el libro no es mío y siempre es un poco cabrón devolver las
cosas marcadas. Se tiene que notar que lo has leído pero devolverlo
con frases subrayadas sería pasarse. Luego volveré sobre esto y las
bibliotecas, que tengo que desbarrar.
Lo leí con interés;
siempre lo hago cuando alguien me recomienda algo, y más si yo he
pedido una recomendación. Es verdad que hay veces que, sin que tú
pidas nada, hay gente que te recomienda cosas, a veces demasiado
alegremente, a lo mejor sin saber bien si te van a interesar o no,
simplemente porque les interesan a ellos y creen que a ti te
interesarán también: eso puede ser un problema porque no siempre se
acierta y las recomendaciones, en general, dicen mucho de quien las
hace. En todo caso siempre lo agradezco porque demuestra interés, y
jamás lo he entendido como ánimo de demostrar lo culto o inculto
que uno es, sino más bien la voluntad de compartir, que me parece
algo más que loable, aunque no siempre sea posible.
Pues lo dicho, que tras
la primera lectura me quedé un poco atontado. Ahí había bastante
más enjundia que la que prometía la portada y una rápida ojeada.
Algo que empieza así (“El señor Valéry era pequeñito pero
brincaba mucho. Él decía: -Soy como las personas altas, solo que
por menos tiempo”) no puede tener desperdicio, y no defrauda.
Que nadie espere respuestas a las grandes preguntas de la vida porque
no las hay, sino más bien al contrario, son respuestas a las
pequeñas dudas de la vida, incluso alguna puñaladita bien dada
(recomiendo el capítulo “La literatura y el dinero”), y la
muestra de una filosofía personal que me encanta por lo sencillo que
todo parece y lo mucho que nos dice. Me parece que voy a insertar un
nuevo término en mi lenguaje coloquial. Valeriano. Lo utilizaré
para referirme a quien tenga sus particulares rarezas pero sea capaz
de explicarlas con vehemencia y con convicción. Empezaré mañana.
Aviso de que me quedo con enormes ganas de conocer al resto de
vecinos del peculiar barrio donde habita Valéry: los señores Henri,
Juarroz y Brecht, por ahora, aunque dicen por ahí que habrá más.
Antes de despedirme
quiero hablar de otra cosa. Antes hacía referencia a la manía de
subrayar los libros. Yo no lo hago siempre, únicamente en algunos
casos en los que determiandas cosas que he leído me han parecido
adecuadas para usar en una conversación, para poner pingando a
alguien que se lo merece y nunca encuentras las palabras o para
declararte. De hecho tengo un libro que quiero regalar pero que está
prácticamente entero subrayado, así que me corto. Me parece que
hasta ahora ninguna de mis frases subrayadas la he utilizado en el
blog sin citarla, pero podría ser porque hay veces que he escrito
sin fijarme mucho en los copyrijs y cosas de ésas. En todo caso, a
lo que iba es a que me parece una falta de respeto prestar o regalar
libros con frases subrayadas, y me parece que es tan evidente la razón
que casi no tengo que ponerla: si te dejan un libro subrayado te
están dirigiendo la lectura sí o sí, te están diciendo qué es lo
que le interesó al que te lo presta y, un poco en el fondo, lo que
te debería interesar a ti, y entonces se jode un poco todo el asunto
porque ya no te quedas tranquilo, haciéndote preguntas del estilo
¿quién es el tonto, éste que subraya esta pijada o yo que creo que
es una pijada?, o ¿este comentario sobre los motores de inyección
no se lo oí yo en una conversación a este tipo el sábado pasado?,
o ¿tendré que leer la primera letra de cada subrayado para
encontrar un mensaje oculto?, o ¿qué tipo de perturbado puede
subrayar esta frase que incluye pene, viejo, establo y excremento en
un total de veinte palabras y no necesariamente por ese orden?
(Tranquilidad lectores: El viejo recogió el excremento del
establo y pensó: “no pene yo más por la salud de mis vacas
lecheras”). En fin, que hacer indicaciones a priori siempre es
negativo porque no permite que el segundo lector saque sus propias
conclusiones, sino que siga o no las tuyas, con lo cual juegas con
ventaja (o quedas como el culo, que pal caso es quedar mal igual).
Por eso siempre me ha reventado bastante que los libros de las
bibliotecas, en ocasiones, tengan subrayados y anotaciones, incluso
notas al pie, a lápiz, a bolígrafo o, toma ya, incluso con frases
tachadas con el tipex de las narices, que es un producto del maligno
desarrollado para multiplicar los beneficios de la industria
petrolera en un sector de la población, los estudiantes, que como no
suelen tener coche no consumen habitualmente otros derivados del
petróleo como la gasolina. Puto capitalismo que ya no nos deja ni
tachar con bolígrafo. Pero que no se me vaya la pinza, que la
cuestión está en que hay que ser muy sobrao para pensar que
nuestras anotaciones o nuestras manías vayan a interesar a algún
anónimo lector que tenga la mala suerte de toparse con el libro que
hemos ilustrado alegremente. Yo pediría encarecidamente a los amigos
de este tipo de acciones que tuviesen la decencia de dejar forma de
contacto para poder llenarles el correo o el buzón de voz de cientos
de mensajes (distintas voces, mismo número) a altas horas de la
madrugada pidiéndoles relaciones epistolares para ampliar mutuamente
conocimientos sobre el carnicero de Rotterdam, el Petiso Orejudo o La
Viuda Negra, ofreciendo igualmente sesiones prácticas comentadas. A
lo mejor así se les quitaba la tontería.
No hay comentarios:
Publicar un comentario