Vengo de un examen y un
poco quemao por el altísimo grado de infantilismo que se puede uno
encontrar en determinados chavales. Yo no sé en qué punto la cosa
se torció tanto, pero que te encuentres con gente que te abrasa a
preguntas simplemente con la intención de que les digas si lo que
han puesto está bien o mal es muy de encenderse y entran ganas de
mandarlos al carajo. Tengo claro que el próximo curso hay algunas
tonterías que se van a acabar y que no puede ser que haya
determinada gente en el bachillerato que piensa que todavía sigue en
la ESO. En otros tiempo pensaba que ese tipo de pijadas se quitaban
al llegar a la universidad, con una buena hostia en el primer o
segundo examen y hala, a darse cuenta de que no todo son algodones en
esta puta vida, pero resulta que me dicen que ahora la universidad
también es un poco cachondeo y que también les hacen controlillos,
trabajitos y mierdas por el estilo de ésas que implantó el plan con
nombre de salsa para espaguetis. De todos modos no es culpa sólo de
los chavales, nosotros también tenemos nuestra responsabilidad y,
como digo, no sé en qué punto la cosa se empezó a torcer para que
lo que antes se daba por sentado ahora haya que argumentarlo treinta
veces. Es posible que ésta haya sido una tónica constante entre el
profesorado a lo largo de los tiempos, diciendo que los alumnos están
fatal, pero las pruebas están ahí para mayor escarnio de pedagogos,
psicopedagogos y demás ralea por el estilo.
Desde que abrieron la
posibilidad de elección de centro esto se ha convertido en una
competición para ver quién se atrae a más alumnos y resulta que la
única manera de lograrlo es dando una imagen de alto índice de
aprobados, que se consigue no mediante la elevación del nivel
formativo, sino mediante cierta presión sobre el profesorado para
que levante la mano en la exigencia o en lo que en definitiva
importa, que es en las notas. Algo similar pasa con los ciclos, donde
la necesidad de asegurar matrícula hace que se pida flexibilidad
para que no se extienda la sensación de que tal o cual ciclo es muy
difícil, lo que conllevaría una hipotética caída de matrícula y
la posible cancelación de la impartición del ciclo; un puñetero
círculo vicioso que la administración no evita, sino que fomenta en
nombre de una supuesta libertad de las familias que no tiene sentido
en un sistema que, teóricamente, se basa en que el profesorado está
ahí por mérito y capacidad y, por lo tanto, las diferencias entre
centros deberían ser mínimas. Pero claro, si lo que buscas es
precisamente que la escuela pública se vaya poco a poco convirtiendo
en un guetto y en un cachondeo, pues entonces lo estás haciendo
bien, desmontando poco a poco todos los mecanismos que garantizaban
que hubiese las mismas condiciones para todos y que, al menos, todo
el mundo pudiese entender lo que lee, cosa que hoy no pasa y que es
la demostración de que al poder le interesan fundamentalmente
borregos que no entiendan nada y sólo respondan ante el ejercicio
más brutal de la autoridad. Y es que esa es otra: estamos creando
una juventud que sólo tiene respeto por la violencia, por la dureza
y la represión. Es como si hubiera triunfado la versión más rancia
y deplorable del anarquismo individualista, que siempre desemboca en
fascismo; sí, lo digo así de claro, lo que tenemos en las aulas
muchas veces son pequeños fascistas en potencia, auténticos
ignorantes cuyo mayor deseo es ser policías o militares, sin la más
mínima capacidad crítica y absolutamente mediatizados por la
cultura dominante que pregona el consumismo, el hedonismo mal
entendido y el respeto únicamente a valores individualistas, sin un
ápice de preocupación por lo colectivo. Basta con hacer una prueba
para ver que esto que digo no es ninguna tontería: compárese el
comportamiento de los sujetos de un aula tipo de la ESO con los
personajes que pululan los programas tipo Gran Hermano, especialmente
el comportamiento relativo al acatamiento de órdenes y asunción de
la represión y la humillación pública; el resultado que se
obtendrá, incluso usando un grupo control, es que uno puede
desgañitarse para pedir silencio mientras se explica algo en un
aula, o tener que enfrentarse a un juicio sumarísimo ante el equipo
directivo, el AMPA y el inspector de turno por haber puesto pingando
en público a un chaval que es un auténtico hijoputa, para luego ver
cómo ese mismo chaval asume como natural y sin reproches que le
insulten o le humillen con tal de salir en la tele y “vivir una
experiencia”, o que entiende que una forma digna de ganarse la vida
es follándose a una subnormal que sale por la tele y luego
contándolo a quien le quiera oír, eso sí, previo pago. Y sí, es
cierto que no hay muchas expectativas hoy para la juventud con el
paro que tenemos, pero eso en otro tiempo hubiera provocado que
surgiese una generación luchadora, y no la mayoría de anestesiados
mentales que tenemos pululando por ahí.
En fin, se me puede decir
que esto ha pasado siempre y que no descubro nada nuevo, que estoy
cayendo en el tópico del profesor quemado que raja de sus alumnos,
pero no es cierto porque soy capaz de reconocer que, al mismo tiempo
que auténticos zopencos, hay gente muy pero que muy maja que sí que
merece la pena que te desgañites por ellos y ellas. No soy tan
gilipollas como para no reconocerlo y no estoy de pronto, así que no
se me eche encima nadie porque también tengo cosas muy buenas que
decir de muchos chavales que en el fondo lo que tienen que padecer en
el instituto es lo mismo que los demás padecemos en otras esferas de
nuestra vida: que hay mucho gilipollas suelto y que muchas veces no
queda más remedio que aguantarse y tratar de tirar uno como pueda,
hasta entrar en una nueva etapa en la que te puedas librar de esos y
esas gilipollas, de la manera que sea. Si no fuera porque siempre hay
gente que merece la pena estoy convencido que muchos y muchas no
estaríamos en esto, porque realmente hay que estar en el pellejo del
profesorado para entender que las vacaciones, los horarios mejores o
peores y los sueldos más o menos dignos no compensan la mayoría de
las estupideces y situaciones absurdas que tenemos que aguantar, y
esto no se ve desde un despacho ni analizando estadísticas de notas.
Termino volviendo al
asunto de las notas, porque tiene telita. ¿No hay nadie que haya
teorizado el “fetichismo de la nota”? Y no me refiero a que las
notas no sirvan, a que no haya que evaluar y clasificar los
resultados, ni mucho menos, sino a que, como en otros muchos ámbitos
de hoy, lo esencial es el símbolo y no el contenido. Me explico, lo
que se valora es el número en sí, el símbolo, no lo que
supuestamente debe estar detrás del símbolo, no su vinculación con
la realidad. Hoy sacar un 9 no es necesariamente explicativo de que
se sea un alumno “de 9”, sino que se es un alumno que maneja
ciertos mecanismos que hacen que el profesor le ponga un 9, aún a
pesar de que es consciente de que ese 9 no es ni mucho menos el paso
previo a la perfección, que sería el 10. Claro, nos hemos metido en
tantos rollos burocráticos y papeleos que ahora lo que importa no es
que se entiendan y manejen conceptos, que se sepan aplicar a la
realidad o que se dominen de tal manera que se les pueda aplicar un
sentido crítico, sino que PAREZCA que se entienden, manejan, aplican
y critican en un momento muy determinado, sin importar nada que al
minuto 3 de la salida del examen se hayan olvidado. Y sí, aquí
todos nos sometemos al juego del fetichismo porque lo tenemos más
que jodido si queremos hacer otra cosa: por ponerlo visual, todos
fingimos que el asunto va bien aunque sabemos claramente que es un
camelo, un poco como la prostitución, donde el o la profesional hace
como que disfruta y el o la cliente/a hace como que se lo follan por
guapo/a. Allá cada cual si se lo quiere creer, pero luego no vale
enamorarse del o la profesional, igual que no vale creerse muy listo
por haber vomitado no sé cuántas páginas en un examen seguramente
puesto sin mucha convicción. Pero bueno, desde que se implantó la
esclavitud asalariada todos somos un poco putas, nos alquilamos por
dinero lo queramos o no, así que el ejemplo, a riesgo de equivocarme
por falta de experiencia directa en el sector de servicios sexuales,
no creo que sea tan descabellado, máxime cuando has comido el menú
del día en muchos bares de carretera y tienes la antena puesta todo
el rato a las conversaciones de los vecinos. En fin, que el símbolo
domina nuestros tiempos e importa poco que detrás de él haya algo o
no. Menudo descubrimiento, y no voy a entrar a debatir si la nota es
símbolo o signo, que no doy pa tanto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario