¿Te ha tocado dar vueltas por ahí como una peonza? ¿Tienes más especialidades acreditadas de las que puedes recordar? ¿Conoces pueblos y ciudades de CyL? ¿Tu coche tiene más de 150.000 kilómetros? ¿Te jode que echen sal en las carreteras cuando no nieva ni va a nevar? ¿Tiras con media jornada y te han puesto un horario de mierda? Pues a lo mejor te interesa leer esto. Bueno, o no, pero da igual, yo lo pongo de todas formas.

miércoles, 27 de junio de 2012

El nuevo opio del pueblo

Al parecer hoy hay fútbol y juega España contra Portugal. No me interesa excesivamente el balompié así que no lo voy a ver, y me toca un poco la moral tanta banderita por la calle, así que me voy a poner en plan antipatriota y apoyar moralmente a nuestros hermanos lusos, que no hace tanto formaron parte del reino y que en términos económicos están tan jodidos como nosotros. Pero como somos gilipollas, preferiremos insultarlos después de ver a 22 tíos haciendo el gili con un balón.

Si en lugar de fútbol hiciéramos un derbi musical ¿quién ganaría? Posiblemente acabase en empate, lo cual nunca está mal del todo, aunque tengo que reconocer que en términos eurovisivos recientes, Portugal nos mete una buena goleada gracias a esto


(compárese con el chikilicuatre)

Por otra parte, tienen uno de los temas más memorables y emocionantes de todos los tiempos, no sólo por lo que dice, sino también por la significación que tuvo


(y Zeca Afonso no acabó como Víctor Manuel y Ana Belén haciendo el pijo)

Y claro, el fado, bien cantado no deja de ser también para poner los pelos de punta. Esta mujer tiene algo que no sé qué es pero que la hace muy grande


(no me enfado con el fado, sino todo lo contrario)

Aquí estamos muy mal acostumbrados, siempre mirando por encima del hombro a nuestros hermanos del oeste y diciendo aquello de que conducen mal y que a Portugal sólo vamos a comprar toallas. Pues no, es un país de puta madre y sólo faltaba que ahora, por el puto fútbol, empiece a salir el rollo cañí a la peña, que es algo que no puedo soportar, y a decir auténticas barbaridades. Como me lo temo, acabo con un himno a la hermandad ibérica (a mí al menos me lo parece).



Seguramente hoy no se hablará del rescate ni de la prima de riesgo ni de su putísima madre.





lunes, 25 de junio de 2012

Tabú no es sólo un juego de mesa


En estas épocas de final de curso, cuando ya no hay chavales en los tutos y tenemos que ir a juntas de evaluación y a hacer un poco el pijo mientras llega el claustro final, a mí me suele dar tiempo a leer. Pienso que tengo muchas cosas que leer en las próximas semanas y pienso en que probablemente – no, seguro - lo haga en un entorno diferente, con nubes en lugar de cielos despejados, con lluvia en lugar de sol, con fresco en lugar de calor y con sidra en lugar de cervezas para los descansos. Las cosas que me preocupan ahora no dejarán de preocuparme dentro de unas semanas, pero el cambio de escenario siempre viene bien para, al menos, no estar siempre dándole vueltas a las mismas cosas o, al menos, no darle vueltas siempre de la misma manera. Aprovecharé para releer algunas cosas que no he podido traer aquí y para ver algunas películas que no he encontrado aquí, seguiré haciendo mi lista particular de unos y otras para regalarle y, como Rob, haré listas de mis cinco favoritas que iré cambiando según me dé el viento. Nada raro, por otra parte.

Me siento en una situación bastante contradictoria ahora mismo: por una parte tengo unas ganas enormes de estar fuera de Ávila, de tener otra habitación y otro salón, una tele que funcione y una conexión a internet que no ande siempre en el filo de la navaja; pero, al mismo tiempo, irme de aquí me genera una sensación como de cuerda floja que me aterroriza bastante. No es un tema sobre el que profundizar en este blog, pero todo el que haya leído más de una entrada de esto sabrá que me gusta a veces dar alguna pista sobre mi situación sentimental. Por no abundar más en el tema diré que a partir de este fin de semana se abre ante mí una situación que puede acabar maravillosamente o en el peor de los mundos posibles, y me acojona que no veais.

En todo caso, voy a tratar de cumplir otra promesa que hice hace tiempo por aquí: hablar de sueños. Es un tema que me gusta porque soy bastante fan de Freud. En el fondo hablaré de Freud, no de sueños. Ojo, yo soy fan del Freud de verdad, no de esa imagen que han generado las películas americanas de atribulados intelectuales neoyorquinos que pagan cientos de dólares por unas terapias que en el fondo son un cachondeo. Pobre Sigmund, lo que lo han prostituido y lo que lo han vilipendiado, y lo mucho que han distorsionado las cosas interesantes que descubrió; la culpa la tienen sobre todo el cabrón de Jung y el más puto aún de Lacan, a quien nadie entiende pero que ha hecho mucho daño. En Freud no es todo querer follarse a la madre o al padre, estar obsesionado con los órganos genitales o hacer terapias eternas dedicadas única y exclusivamente al lucro personal del supuesto terapeuta; ésa es la imagen que, en general, trasmiten ciertas películas de Woody Allen, que sólo por eso me cae un poco mal, aunque sus películas, precisamente ésas, me caigan bastante bien en general (sí, soy persona de contradicciones, lo asumo). Es curioso, y esto es sólo un dato que se puede comprobar, que normalmente todas las películas que transmiten esa cierta imagen del psicoanálisis tienen o bien guionista, o bien director, o bien producto de origen judío, el mismo que el de mi querido Sigmund. Dejo el dato ahí, tal vez para otra entrada futura. Por otra parte, afortunadamente, hay cosas como Doctor en Alaska, serie de la que ya he hablado un poco por aquí, que tienen un enfoque bastante más serio sobre el tema. Mi opinión: Woody Allen y adláteres son carne de psicoanalista mientras que los guionistas de Doctor en Alaska han estudiado el psicoanálisis, que son dos cosas distintas aunque no generalmente muy distantes, ya que es de sobra conocido que todo el mundo, TODO EL MUNDO, es carne de psicoanalista, y que nos vendrían a todos de puta madre unas cuantas sesiones para ir resolviendo determinados traumas que, por mucho que neguemos, nos afectan como adultos.

Mi problema muchas veces es que, hablando de esto con gente que no se ha preocupado de informarse nada sobre el tema, creo que piensan que estoy medio tarao o que soy prosélito de alguna secta chunga. Lo digo porque no sería la primera vez que, escudándose en las teorías psicoanalíticas, individuos de todo pelaje y condición engañan a los ingenuos con historietas raras como talleres sobre interpretación de sueños, psicoterapias alternativas, movidas espectrales o cosas por el estilo, todo ello en centros adscritos al  hatha yoga  o a las medicinas alternativas o al naturismo o a las filosofías orientales o a sabediosqué. Es decir, ponen a Freud y al psicoanálisis a la altura del gurú indio que engañó a los Beatles, la dieta Dukan, las flores de Bach o las putas bayas de Goji. Y no, porque las investigaciones y conclusiones de Freud tienen una base bastante más materialista, más real, que muchas de las concepciones que hoy inundan nuestra puta sociedad, basadas más en el irracionalismo que en otra cosa. No conozco a nadie que haya leído los primeros capítulos de “Introducción al psicoanálisis” y no haya estado de acuerdo con las conclusiones que Freud extrae de los casos (reales) que allí explica, más que nada porque se basa en problemas y en realidades que todos hemos experimentado alguna vez y que, si tenemos el valor para ahondar un poco en ellos, veremos que lo que mi amigo Sigmund dice no es en absoluto fruto de la invención.



En esencia lo que nos ocurre a los humanos que vivimos en sociedad, y más cuanto más avanzada es esa sociedad (en términos más serios, cuando el hombre sale del estado de necesidad), es que la cultura y la ideología dominantes nos imponen una serie de mecanismos de represión que interiorizamos y que van alimentando, con todas esas ideas reprimidas, un pequeño “monstruo” en nuestra personalidad que sería el inconsciente. Alguien me dijo una vez que utilizar el término “subconsciente”, en lugar de inconsciente, era insultante, puesto que no es que esté por “debajo” de la consciencia, sino que “no es” consciencia, y estoy plenamente de acuerdo. Así que ese inconsciente, reprimido, ajeno a la cultura dominante, esos deseos y esas ideas que rechazamos porque supuestamente no tienen cabida en los esquemas que nos impone el super-yo y que asumimos conscientemente, o que consideramos que tenemos que cumplir como deber social, coge y el muy cabrón se nos filtra a través de dos vías fundamentales: los sueños y las psicopatologías. Y más os vale que se os filtre a través de los sueños, porque en el ámbito de las psicopatologías lo que se lleva hoy es la medicación y no el tratamiento por medio de terapia, así que si os da por abrir y cerrar un grifo x número de veces antes de iros a la cama, o tenéis un celo excesivo ante la limpieza (excesivo de asustar, que se me entienda) o tenéis la manía de dejar las zapatillas en las misma exacta forma cada vez que os acostáis, o necesitáis que los platos y cubiertos estén dispuestos de manera muy concreta en la mesa y si no se os quitan las ganas de comer, u os laváis los dientes compulsivamente o realizáis cualquier otro tipo de acto compulsivamente, tened claro que hoy en día nadie os ayudará a entender por qué os pasa eso, sino que os recetarán unos ansiolíticos, unos narcóticos y, ale, a tirar millas y a trasladar vuestras manías y vuestros traumas a la progenie que seguramente queráis tener porque es lo que toca. 



Muchas veces me he encontrado pensando a la vez en Engels, Marvin Harris y Freud. ¿Por qué? Porque los tres demuestran, muy sencillamente, hasta qué punto lo cultural afecta PROFUNDAMENTE a nuestra personalidad. Y lo digo porque Engels, en “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, de forma muy similar a como lo hace Harris en “Vacas, cerdos, guerras y brujas”, estudia y expone, por ejemplo, cómo hay culturas en las que no es ninguna aberración el matrimonio entre familiares directos u otras estructuras de familia que hoy no entran dentro de los esquemas “convencionales”, al igual que la poligamia o la poliandria no tienen, en términos absolutos, mayor o menor valor más que desde un punto de vista moral, de construcción social cultural, que vendría a ser el super-yo, siempre influyendo al yo (ego-consciente) y siempre en lucha con el ello (inconsciente). Freud da la puntilla diciendo: ojito, que la represión que voluntariamente nos imponemos (rechazar como aberrante una relación sexual entre familiares, por ejemplo) puede acabar explotando si no la gestionamos bien, si no nos reconciliamos con nuestro inconsciente y somos “conscientes” (valga la redundancia) de que existe, de que nos influye y de que afecta y, a veces determina, nuestro deseo. De esto saben mucho los publicistas y los expertos en marketing, y no es algo que me invente.



Con Freud, yo soy muy fan del inconsciente (y de Alianza, si alguien se fija). A ciertos niveles, sin llegar a puntos de jartada directa del tipo de abrir y cerrar grifos compulsivamente, es muy aconsejable atender a lo que sale de ese totum revolutum de material reprimido, porque uno se da cuenta de que no hay más incompatibilidad entre lo consciente y lo inconsciente que ciertas barreras que nosotros nos queremos imponer y que no siempre son necesarias. Preguntadle alguna cosa a alguien que esté a punto de dormirse y veréis lo que digo. Me refiero a que en muchos casos es conveniente expresar y reconocer “lo que se quiere” y enfrentarlo con “lo que se debe” para que la vida de uno sea más armoniosa. Claro, el problema está en que hoy en día, con la manipulación absoluta del deseo por parte del sistema (deseo una casa en propiedad, deseo uno o dos coches, deseo irme de vacaciones varias veces al año, deseo tener lo mismo que tienen los ricos), puede malinterpretarse lo que digo y ser utilizado para justificar el capricho, el egoísmo y el individualismo. Y eso sería absolutamente lo contrario a lo que yo quiero expresar aquí, porque es tan peligroso negar el inconsciente y su influjo en nuestros actos como dejarse llevar absolutamente por él. ¿Qué relación tiene esto con la enseñanza y con el interino errante? Pues que como yo les diga algo de esto a los chavales la lío fijo. Y si se lo digo a algunos profesores también, pa qué engañarnos. Otro día sigo y hablo algo más de los sueños, pero hoy ya no.

domingo, 24 de junio de 2012

Canciones para una verbena IV


Hoy tiene que ser breve por narices. Mañana tengo cosas que hacer y el hecho de que haya llegado relativamente pronto a casa no significa que no tenga que aprovechar para descansar y para tratar de dormir un poco, así que nadie se ofenda si el texto de esta noche no cumple las expectativas.

Nuevamente vengo de una verbena, en esta ocasión en la zona sur, y con hoguera incluida. He escrito un deseo en un papelito y lo he tirado al fuego a ver si se cumple. No es que yo crea mucho en este tipo de cosas pero realmente me apetece pensar en la posibilidad de que el deseo se pueda cumplir; dicen que si se dice el deseo, éste no se cumple, así que no me extiendo mucho más al respecto, pero sí que puedo decir que tiene que ver con una mujer, con ella. Podría haber deseado ganar la lotería o que me tocara la quiniela, o que me den un trabajo fijo o sacar las oposiciones la próxima vez pero no, tiene que ver con cuestiones sentimentales y no me importa en absoluto reconocerlo.

Para esta noche había hecho una promesa a alguien muy importante y la he cumplido. Me alegra infinito haberlo hecho porque:
a)me apetecía mucho hacerlo.
b)demuestra interés.
c)permite ver que uno no es como lo pintan las imágenes distorsionadas.

Me apetece mucho irme para la cama y ver alguna película alegre y sin muchas pretensiones. Últimamente estoy un poco en ese plan y me encanta. No me apetecen análisis sesudos sobre cosas que no lo son tanto, porque al fin y al cabo las cosas, en general, son bastante sencillas y darle excesivas vueltas puede ser contraproducente.

Por eso voy a colgar algunas canciones para esa verbena que sigo teniendo en mi cabeza y que tal vez no interese a ninguna asociación de vecinos, pero me da igual. Estas canciones son para mi verbena particular con ella. Esta vez son canciones de hace unos años, pero no tantos.



Mi vida va bien. Patrullero Mancuso. Sí, ellos también lo leyeron y por eso nos caemos bien.


Pon tu mente al sol. El Niño Gusano. Sergio, por qué te fuiste y nos dejaste sin canciones raras.


Joaquín el necio. Albert Pla. Porque sí, y porque pega pa una verbena.




Bola extra. Bobby Brown. Frank Zappa. Ese bigote y ese estribillo...




jueves, 21 de junio de 2012

Qué condenadamente negra


Hoy hace una mañana de sol de ésas tan de Ávila, de las que hacen que al final tenga que decir que me gusta estar por aquí. Cielo azul y sin nubes, un sol que alegra, para mí suficiente.

Tengo que reconocer que, aunque siempre he sido bastante de trasnochar, me encantan las primeras horas del día, siempre y cuando no esté volviendo de borracheira. No sé si suena contradictorio, pero es así. No me gusta el amanecer, no demasiado, siempre que llega y estás para verlo suele ser como el anuncio del final, no del principio de las cosas: si estás con alguien suele ser el momento en que hay que empezar a pensar en irse, si estás liándola por ahí, a mí al menos me supone un bajón tremendo que me empiece a dar el sol, por eso los amaneceres los dejo para las películas. En cambio cuando el sol ya está un poco arriba, y es como hoy, me sentaría en un banco y me pasaría con los ojos cerrados todo el rato en que las sombras son todavía largas, cuando todavía está fresco y el sol calienta pero no quema.

Decía alguien que los mejores momentos del día son ésos en los que las sombras son largas, porque así es más fácil ver si te van a traicionar. Los que somos de tierra de poco sol entendemos esto bastante bien, y yo lo comparto plenamente. A mí no ve van ni las alboradas ni los crepúsculos, sino más bien sus fases post y pre, respectivamente. Caminar hasta el tuto en mañanas como hoy es un placer, anunciando algo nuevo, como los españoles que cantaba Paco Ibáñez, el día está lleno de posibilidades y todo puede acabar bien. Ha habido veces en las que, incluso estando de vacaciones, me he levantado a estas horas para poder darme una vuelta cerca del mar y sólo respirar. Hay días en los que, tras una noche mala, como la de hoy, de las que no sirven para descansar ni para divertirse, sino para morir, una noche entre rejas de las que decía Carlos Berlanga, agradezco infinito notar calor en la cara y fresco en los brazos. Todo es más fácil así, todo puede ser y uno se anima. Creo que lo que me gusta de estos momentos es la sensación de que las posibilidades no estén cerradas, de que aún no está todo dicho, que un nuevo comienzo, aunque sea de 24 horas, es suficiente para entender que todo lo que te pasa se puede relativizar y, si la has cagado, tratar de recomponerlo. Tal vez por eso me guste tanto Atrapado en el tiempo.

El previo a la noche es mi otro momento favorito del día, sobre todo cuando la noche no es fin sino otro principio. El término “noche” está muy prostuituido desde que pululan por ahí señores y señoras que se dedican “a la noche”. Ésos son los que lo han jodido todo, porque la noche no es sólo copas y follar. Entenderlo así es ser gilipollas y candidato a mujereshombresyviceversa. Hablo por quienes entendemos que la noche también es momento de paseo, de hablar, de leer, de ver películas, de mirarse o de, simplemente, estar. Todo es más intenso porque hay menos distracciones alrededor, porque la atención se fija mejor, porque generalmente las circunstancias te obligan a ponerte realmente frente a tus pensamientos. Sé que hay mucha gente a la que no le gusta y creo que por eso, entre otras cosas, toda la literatura y películas de terror prefieren la noche, aparte de por la oscuridad y el silencio, porque en el fondo la noche es un tiempo de cierta soledad en la que nos vemos mejor a nosotros mismos y a nuestros terrores, y a veces es difícil de soportar. Hay que tenerlos bien puestos para reconocer los miedos de uno, para afrontarlos, sobre todo cuando no hay tiritas y tienes que comértelo todo tú, verte en tus peores momentos y decidir tirar palante. Para eso sirve la noche, si estás en condiciones, claro.


Hoy va a ser un día largo.

lunes, 18 de junio de 2012

Si descubres algo bueno tienes que contarlo



Si un triángulo rectángulo echa de menos el tiempo en que era un cuadrado y quiere volver a ser de nuevo un cuadrado, no deberá unirse a lo que desea ser (el cuadrado), pues de ese modo nunca alcanzará la forma que desea. Deberá unirse a lo que no desea ser, es decir, a sí mismo.

Estoy fascinado con un pequeño libro que me dejaron recientemente, “El señor Valéry”, de Gonçalo M. Tavares. A simple vista parece que vas a leerlo rápido porque son pocas páginas, con letra grande y con dibujitos insertados entre párrafo y párrafo, pero luego tiene bastante más miga de la que aparenta. Pequeño pero matón, dicen. Tiene tantas pequeñas frases memorables que he tenido que leerlo con la mano en la espalda para no coger el lápiz y ponerme a subrayar como loco, que el libro no es mío y siempre es un poco cabrón devolver las cosas marcadas. Se tiene que notar que lo has leído pero devolverlo con frases subrayadas sería pasarse. Luego volveré sobre esto y las bibliotecas, que tengo que desbarrar.



Lo leí con interés; siempre lo hago cuando alguien me recomienda algo, y más si yo he pedido una recomendación. Es verdad que hay veces que, sin que tú pidas nada, hay gente que te recomienda cosas, a veces demasiado alegremente, a lo mejor sin saber bien si te van a interesar o no, simplemente porque les interesan a ellos y creen que a ti te interesarán también: eso puede ser un problema porque no siempre se acierta y las recomendaciones, en general, dicen mucho de quien las hace. En todo caso siempre lo agradezco porque demuestra interés, y jamás lo he entendido como ánimo de demostrar lo culto o inculto que uno es, sino más bien la voluntad de compartir, que me parece algo más que loable, aunque no siempre sea posible.

Pues lo dicho, que tras la primera lectura me quedé un poco atontado. Ahí había bastante más enjundia que la que prometía la portada y una rápida ojeada. Algo que empieza así (“El señor Valéry era pequeñito pero brincaba mucho. Él decía: -Soy como las personas altas, solo que por menos tiempo”) no puede tener desperdicio, y no defrauda. Que nadie espere respuestas a las grandes preguntas de la vida porque no las hay, sino más bien al contrario, son respuestas a las pequeñas dudas de la vida, incluso alguna puñaladita bien dada (recomiendo el capítulo “La literatura y el dinero”), y la muestra de una filosofía personal que me encanta por lo sencillo que todo parece y lo mucho que nos dice. Me parece que voy a insertar un nuevo término en mi lenguaje coloquial. Valeriano. Lo utilizaré para referirme a quien tenga sus particulares rarezas pero sea capaz de explicarlas con vehemencia y con convicción. Empezaré mañana. Aviso de que me quedo con enormes ganas de conocer al resto de vecinos del peculiar barrio donde habita Valéry: los señores Henri, Juarroz y Brecht, por ahora, aunque dicen por ahí que habrá más.

Antes de despedirme quiero hablar de otra cosa. Antes hacía referencia a la manía de subrayar los libros. Yo no lo hago siempre, únicamente en algunos casos en los que determiandas cosas que he leído me han parecido adecuadas para usar en una conversación, para poner pingando a alguien que se lo merece y nunca encuentras las palabras o para declararte. De hecho tengo un libro que quiero regalar pero que está prácticamente entero subrayado, así que me corto. Me parece que hasta ahora ninguna de mis frases subrayadas la he utilizado en el blog sin citarla, pero podría ser porque hay veces que he escrito sin fijarme mucho en los copyrijs y cosas de ésas. En todo caso, a lo que iba es a que me parece una falta de respeto prestar o regalar libros con frases subrayadas, y me parece que es tan evidente la razón que casi no tengo que ponerla: si te dejan un libro subrayado te están dirigiendo la lectura sí o sí, te están diciendo qué es lo que le interesó al que te lo presta y, un poco en el fondo, lo que te debería interesar a ti, y entonces se jode un poco todo el asunto porque ya no te quedas tranquilo, haciéndote preguntas del estilo ¿quién es el tonto, éste que subraya esta pijada o yo que creo que es una pijada?, o ¿este comentario sobre los motores de inyección no se lo oí yo en una conversación a este tipo el sábado pasado?, o ¿tendré que leer la primera letra de cada subrayado para encontrar un mensaje oculto?, o ¿qué tipo de perturbado puede subrayar esta frase que incluye pene, viejo, establo y excremento en un total de veinte palabras y no necesariamente por ese orden? (Tranquilidad lectores: El viejo recogió el excremento del establo y pensó: “no pene yo más por la salud de mis vacas lecheras”). En fin, que hacer indicaciones a priori siempre es negativo porque no permite que el segundo lector saque sus propias conclusiones, sino que siga o no las tuyas, con lo cual juegas con ventaja (o quedas como el culo, que pal caso es quedar mal igual). Por eso siempre me ha reventado bastante que los libros de las bibliotecas, en ocasiones, tengan subrayados y anotaciones, incluso notas al pie, a lápiz, a bolígrafo o, toma ya, incluso con frases tachadas con el tipex de las narices, que es un producto del maligno desarrollado para multiplicar los beneficios de la industria petrolera en un sector de la población, los estudiantes, que como no suelen tener coche no consumen habitualmente otros derivados del petróleo como la gasolina. Puto capitalismo que ya no nos deja ni tachar con bolígrafo. Pero que no se me vaya la pinza, que la cuestión está en que hay que ser muy sobrao para pensar que nuestras anotaciones o nuestras manías vayan a interesar a algún anónimo lector que tenga la mala suerte de toparse con el libro que hemos ilustrado alegremente. Yo pediría encarecidamente a los amigos de este tipo de acciones que tuviesen la decencia de dejar forma de contacto para poder llenarles el correo o el buzón de voz de cientos de mensajes (distintas voces, mismo número) a altas horas de la madrugada pidiéndoles relaciones epistolares para ampliar mutuamente conocimientos sobre el carnicero de Rotterdam, el Petiso Orejudo o La Viuda Negra, ofreciendo igualmente sesiones prácticas comentadas. A lo mejor así se les quitaba la tontería.

domingo, 17 de junio de 2012

No tengo nombre para ti


Un día de esta semana me encontraba yo durmiendo la siesta, cosa que acostumbro a hacer desde hace una temporada para reponer fuerzas, cuando oí un ruido extraño en el pasillo de la planta. Era como si alguien estuviese doblando un papel y tratando de meterlo por debajo de una puerta. Me pareció curioso pero no le di mayor importancia en su momento, pero al despertarme definitivamente un buen rato después y al acercarme a la cocina a beber un poco de agua, mi sorpresa fue mayúscula al encontrarme junto a la puerta un papelito doblado cuidadosamente. Recordé inmediatamente los ruidos de antes y me entró una sensación rara, porque es bien extraño que a estas alturas de la vida alguien deje notitas por debajo de las puertas en edificios como el mío, donde los vecinos prácticamente no nos conocemos. Se me ocurrió que tal vez fuese algún nuevo tipo de estrategia para pedir dinero: igual que hacen en algunos sitios dejándote un mechero con una nota en la mesa, señalando las dificultades económicas por las que están pasando y solicitándote una ayuda para los hijos o para llegar a fin de mes, pensé que me iba a encontrar con alguna historia de desgracias y hambres, pero no. Lo que me encontré fue esto, que transcribo literalmente:

Ella tiene algo que me hace desearla constantemente, física y mentalmente, como explorador sediento que, en el desierto, busca desesperadamente un oasis. No sé si son sus ojos grandes, sus cejas o su boca, no sé si es su gesto o la forma en que acerca la mano a los dientes cuando se pone nerviosa o se siente insegura, no sé si es el tono de su voz cuando susurra cosas bonitas a mi oído o cuando yo quiero pensar que son bonitas las cosas que susurra a mi oído, no sé si es por su pelo o por su cuerpo, por la forma en que me mira o por las caricias que me lanza cuando descanso a su lado, por los besos robados o los abrazos secuestrados, por el tono de su piel o por un lunar que me vuelve loco, no sé si tiene que ver con su forma de ser o con las cosas que me cuenta, con sus miedos y temores o con sus alegrías, con la forma en que se ríe o con la forma en que me coge la mano cuando estoy cerca. Si yo hago planes ella siempre dice que ya se verá y siento que la quiero todavía más, no tengo otra forma de encontrarme más que en sus ojos y no tengo otra aspiración que oler su cuerpo todas las mañanas, las tardes y las noches, no me apetece llegar pronto a los sitios si ella no va a estar y no busco en otras miradas lo que he encontrado en la suya. Sueño con ella recurrentemente y el sueño es muy similar a cuando estoy con ella, y eso tal vez sea porque mi sueño es seguir haciendo lo que hago con ella cada día, tal vez con algunas variaciones pero en definitiva seguir estando con ella, pero sin prisas, sin necesidad de correr ni de decirnos cosas que a veces duelen, que se dicen por decir y por no atrevernos a expresar realmente lo que pensamos. Tenemos uno o dos secretos y son nuestros, de nadie más, no queremos decírselos a nadie porque si son de los demás no serán nuestros y entonces habremos perdido un poco de intimidad que no queremos perder. Buscamos maneras de acariciarnos la cara sin tocarnos y a veces logramos que un gesto sea más importante que todas las palabras que intentamos decir, o que todas las palabras que intentamos no decir. Jugamos al escondite y nos encontramos siempre, cierto es que yo siempre me dejo encontrar porque no quiero ocultarme para ella, no quiero desaparecer de su vista y no quiero que en ningún momento piense que no estoy cerca. A veces también jugamos a mentirnos, a decirnos que no nos importamos, a tratar de hacer que el otro pierda el interés, pero debemos ser malos jugadores porque al final no lo logramos y volvemos a donde estábamos, a tratar de acariciarnos sin tocarnos y a tratar de darnos besos que no suenen, que no marquen, que marquen y suenen sólo para nosotros y que se mantengan en el recuerdo hasta la próxima vez, hasta que volvamos a encontrar una excusa que nos permita soñar juntos, despiertos o dormidos. Cada poco tiempo pienso en su sonrisa cuando le hablo; me siento feliz. En otras ocasiones pienso en su gesto preocupado y siento como si un viento frío me congelase el alma que no tengo. Confío en ella ciegamente y espero a que el tiempo pase lentamente cuando ella está y a que corra veloz cuando ella no está conmigo, le pido que me enseñe cosas y se pone remolona, dice que le cuesta y que tengo que esperar, y lo que muchas veces no sabe es que yo esperaré lo que haga falta, lo que sea necesario, porque lo que me dicen mis sentidos y mis razonamientos no se pasa, no tiene fecha de caducidad. Yo le enseño cosas, me gusta enseñarle cosas mías, mostrarle que no hay nada que temer en las partituras del Patrullero Mancuso, a quien me gustaría robarle la moto para recorrer con ella la Ruta 66. Sé también lo que quiero enseñarle de Atenas, Estambul, París, Edimburgo y de mi propia ciudad, por dónde daría una vuelta si me acompañara por Bilbao, Sevilla o Madrid, las partes que me tiene que enseñar de los sitios en los que no he estado y en los que quiero estar con ella nada más, las ganas que tengo de perderme si ella me promete no encontrar la salida y lo mucho que quiero perder el móvil tres días entre unas sábanas de parador con mueble bar en la habitación. En muchas ocasiones no encuentro las palabras adecuadas para decirle que no me falte o que no me olvide. En esas ocasiones es cuando más deseo que se me note en la mirada lo que pienso, lo que siento y lo que creo, porque a veces noto que

La nota se cortaba ahí, a media frase, dejándolo todo abierto a mi imaginación. Me bebí el vaso de agua y salí a la calle, al calor y al sol, a dar una vuelta para no notar que me faltaba algo, que tenía un hueco profundo cerca del esternón. Pensé que tal vez si alguien más leía la nota sería capaz de ayudarme a completarla, de ayudarme a imaginar el final.

viernes, 15 de junio de 2012

Three songs for a Dark Verbena




Pues resulta que leyendo el otro día a Diana Aller un comentario sobre el pelo de Robert Smith me vinieron a la cabeza muchas canciones de The Cure que hacía tiempo que no escuchaba. Por cierto, muy recomendables Diana Aller y The Cure, cada uno en lo suyo, eso sí, porque no quiero ni pensar cómo será el blog del sr. Smith y no conozco el grado de conocimiento de Diana en cuanto a composición musical.




La cuestión es que esta noche, en una nueva edición de “Fiestas Populares en Barrios y Barriadas, su programa para no desfallecer en Ávila”, tenemos verbena en el Barrio de San Antonio, y como a veces esto parece el juego de la oca, pues tiro porque me toca y repito entrada cancionera, pero esta vez con una pequeña variación y una reflexión: ¿se puede concebir una verbena de góticos?



Vale, igual The Cure no son del todo góticos, pero ya que estamos mantengo la pregunta. ¿Es concebible una verbena de góticos? No sé qué os diga, yo lo veo jodido, porque pienso que es una cosa un poco contradictoria lo que yo entiendo por verbena y lo que a lo mejor entiende un gótico, y no digamos ya un emo, que a veces se mezclan...



En todo caso ¿cómo se combina lo que supuestamente es alegría de vivir representada en canciones y farolillos, con una angustia existencial agobiante y un gusto rayano en la sordidez por el maquillaje, el cardado y la laca/gomina? Nunca he visto bailar a un gótico, ni a un emo, pero tal vez hagan como las parejas de jubilados en las verbenas, con parsimonia pero sentimiento. Y además, como es de noche, pues pa qué quieres más, todo ahí negro negro, como el alma de Claire Afterlom (por cierto, un saludo para Fernando, a ver cuándo nos vemos hombre).



Yo es que soy más de la integración intercultural e intergeneracional. Tengo ganas de ver a un gótico bailando con una señora del club de macramé de ésas que piensan que está mal que su nieto lleve más maquillaje que ella en sus años mozos, y por eso me ha dado esta vez por seleccionar tres canciones de The Cure que no son precisamente de las más oscuras (bueno Lullaby, sí, no nos engañemos), sino de las que Robert escribía cuando se tomaba el diazepam con el colacao de las mañanas. Imagino que ahora tomará hierbas raras y no le harán falta los ansiolíticos, pero eso lo sabrá él. No quiero malmeter.



A ver, pero yo también digo que si te encuentras con noticias como ésta, es normal que te dé por los ansiolíticos, las drogas duras o qué sé yo que yo que sé, porque el mundo está fatal. Qué fuerrt.




miércoles, 6 de junio de 2012

Ich will nicht ohne Ihre Augen leben


Hoy tengo cierto bloqueo. He estado a varias cosas distintas entre la mañana y la tarde y, aunque tengo material de sobra para ponerme a desbarrar, no me salen nada que me guste. Estuve antes escribiendo otras cosas, dirigidas más bien a clarificarme las ideas sobre ciertos asuntos personales que me preocupan, y ahora me he quedado como sin fuerzas para ponerme a hacer comentarios irónicos sobre el instituto o los grupos sociales, así que lo que voy a hacer es colgar unos versos en prosa de Baudelaire que leí recientemente y me han parecido muy adecuados y una de esas cancioncillas que a veces dejo por aquí como queriendo decir algo cuando no me atrevo o no me sale decirlo. En este caso es simplemente que la canción me gusta, me transporta a un sitio en el que quiero estar, al otro lado del fondo de la imagen del vídeo, y que forma parte de la banda sonora de una película que me encantó y hoy me apetecería volver a ver. 





Y también me voy a dar un paseo, pa despejar. Hoy no he visto el periódico, no sé si el eclipse de Venus ya fue o es esta noche. En todo caso haré como que es hoy porque dudo que lo fuera a notar realmente, y es que a mí, como a los griegos antiguos, me gusta pensar que, por la noche, la Tierra está cubierta por un mantón negro a través de cuyos jirones vemos el fuego eterno que nos rodea.

Déjame respirar mucho tiempo, mucho tiempo, el aroma de tus cabellos; hundir en ellos el rostro, como hombre sediento de agua de manantial, y moverlos con mi mano, como pañuelo odorífero, para sacudir recuerdos al aire.

¡Si pudieras saber todo lo que veo! ¡Todo lo que siento! ¡Todo lo que oigo en tus cabellos! Mi alma viaja en el perfume como el alma de los demás hombres en la música.

lunes, 4 de junio de 2012

Nota o σιμβολον


Vengo de un examen y un poco quemao por el altísimo grado de infantilismo que se puede uno encontrar en determinados chavales. Yo no sé en qué punto la cosa se torció tanto, pero que te encuentres con gente que te abrasa a preguntas simplemente con la intención de que les digas si lo que han puesto está bien o mal es muy de encenderse y entran ganas de mandarlos al carajo. Tengo claro que el próximo curso hay algunas tonterías que se van a acabar y que no puede ser que haya determinada gente en el bachillerato que piensa que todavía sigue en la ESO. En otros tiempo pensaba que ese tipo de pijadas se quitaban al llegar a la universidad, con una buena hostia en el primer o segundo examen y hala, a darse cuenta de que no todo son algodones en esta puta vida, pero resulta que me dicen que ahora la universidad también es un poco cachondeo y que también les hacen controlillos, trabajitos y mierdas por el estilo de ésas que implantó el plan con nombre de salsa para espaguetis. De todos modos no es culpa sólo de los chavales, nosotros también tenemos nuestra responsabilidad y, como digo, no sé en qué punto la cosa se empezó a torcer para que lo que antes se daba por sentado ahora haya que argumentarlo treinta veces. Es posible que ésta haya sido una tónica constante entre el profesorado a lo largo de los tiempos, diciendo que los alumnos están fatal, pero las pruebas están ahí para mayor escarnio de pedagogos, psicopedagogos y demás ralea por el estilo.

Desde que abrieron la posibilidad de elección de centro esto se ha convertido en una competición para ver quién se atrae a más alumnos y resulta que la única manera de lograrlo es dando una imagen de alto índice de aprobados, que se consigue no mediante la elevación del nivel formativo, sino mediante cierta presión sobre el profesorado para que levante la mano en la exigencia o en lo que en definitiva importa, que es en las notas. Algo similar pasa con los ciclos, donde la necesidad de asegurar matrícula hace que se pida flexibilidad para que no se extienda la sensación de que tal o cual ciclo es muy difícil, lo que conllevaría una hipotética caída de matrícula y la posible cancelación de la impartición del ciclo; un puñetero círculo vicioso que la administración no evita, sino que fomenta en nombre de una supuesta libertad de las familias que no tiene sentido en un sistema que, teóricamente, se basa en que el profesorado está ahí por mérito y capacidad y, por lo tanto, las diferencias entre centros deberían ser mínimas. Pero claro, si lo que buscas es precisamente que la escuela pública se vaya poco a poco convirtiendo en un guetto y en un cachondeo, pues entonces lo estás haciendo bien, desmontando poco a poco todos los mecanismos que garantizaban que hubiese las mismas condiciones para todos y que, al menos, todo el mundo pudiese entender lo que lee, cosa que hoy no pasa y que es la demostración de que al poder le interesan fundamentalmente borregos que no entiendan nada y sólo respondan ante el ejercicio más brutal de la autoridad. Y es que esa es otra: estamos creando una juventud que sólo tiene respeto por la violencia, por la dureza y la represión. Es como si hubiera triunfado la versión más rancia y deplorable del anarquismo individualista, que siempre desemboca en fascismo; sí, lo digo así de claro, lo que tenemos en las aulas muchas veces son pequeños fascistas en potencia, auténticos ignorantes cuyo mayor deseo es ser policías o militares, sin la más mínima capacidad crítica y absolutamente mediatizados por la cultura dominante que pregona el consumismo, el hedonismo mal entendido y el respeto únicamente a valores individualistas, sin un ápice de preocupación por lo colectivo. Basta con hacer una prueba para ver que esto que digo no es ninguna tontería: compárese el comportamiento de los sujetos de un aula tipo de la ESO con los personajes que pululan los programas tipo Gran Hermano, especialmente el comportamiento relativo al acatamiento de órdenes y asunción de la represión y la humillación pública; el resultado que se obtendrá, incluso usando un grupo control, es que uno puede desgañitarse para pedir silencio mientras se explica algo en un aula, o tener que enfrentarse a un juicio sumarísimo ante el equipo directivo, el AMPA y el inspector de turno por haber puesto pingando en público a un chaval que es un auténtico hijoputa, para luego ver cómo ese mismo chaval asume como natural y sin reproches que le insulten o le humillen con tal de salir en la tele y “vivir una experiencia”, o que entiende que una forma digna de ganarse la vida es follándose a una subnormal que sale por la tele y luego contándolo a quien le quiera oír, eso sí, previo pago. Y sí, es cierto que no hay muchas expectativas hoy para la juventud con el paro que tenemos, pero eso en otro tiempo hubiera provocado que surgiese una generación luchadora, y no la mayoría de anestesiados mentales que tenemos pululando por ahí.

En fin, se me puede decir que esto ha pasado siempre y que no descubro nada nuevo, que estoy cayendo en el tópico del profesor quemado que raja de sus alumnos, pero no es cierto porque soy capaz de reconocer que, al mismo tiempo que auténticos zopencos, hay gente muy pero que muy maja que sí que merece la pena que te desgañites por ellos y ellas. No soy tan gilipollas como para no reconocerlo y no estoy de pronto, así que no se me eche encima nadie porque también tengo cosas muy buenas que decir de muchos chavales que en el fondo lo que tienen que padecer en el instituto es lo mismo que los demás padecemos en otras esferas de nuestra vida: que hay mucho gilipollas suelto y que muchas veces no queda más remedio que aguantarse y tratar de tirar uno como pueda, hasta entrar en una nueva etapa en la que te puedas librar de esos y esas gilipollas, de la manera que sea. Si no fuera porque siempre hay gente que merece la pena estoy convencido que muchos y muchas no estaríamos en esto, porque realmente hay que estar en el pellejo del profesorado para entender que las vacaciones, los horarios mejores o peores y los sueldos más o menos dignos no compensan la mayoría de las estupideces y situaciones absurdas que tenemos que aguantar, y esto no se ve desde un despacho ni analizando estadísticas de notas.

Termino volviendo al asunto de las notas, porque tiene telita. ¿No hay nadie que haya teorizado el “fetichismo de la nota”? Y no me refiero a que las notas no sirvan, a que no haya que evaluar y clasificar los resultados, ni mucho menos, sino a que, como en otros muchos ámbitos de hoy, lo esencial es el símbolo y no el contenido. Me explico, lo que se valora es el número en sí, el símbolo, no lo que supuestamente debe estar detrás del símbolo, no su vinculación con la realidad. Hoy sacar un 9 no es necesariamente explicativo de que se sea un alumno “de 9”, sino que se es un alumno que maneja ciertos mecanismos que hacen que el profesor le ponga un 9, aún a pesar de que es consciente de que ese 9 no es ni mucho menos el paso previo a la perfección, que sería el 10. Claro, nos hemos metido en tantos rollos burocráticos y papeleos que ahora lo que importa no es que se entiendan y manejen conceptos, que se sepan aplicar a la realidad o que se dominen de tal manera que se les pueda aplicar un sentido crítico, sino que PAREZCA que se entienden, manejan, aplican y critican en un momento muy determinado, sin importar nada que al minuto 3 de la salida del examen se hayan olvidado. Y sí, aquí todos nos sometemos al juego del fetichismo porque lo tenemos más que jodido si queremos hacer otra cosa: por ponerlo visual, todos fingimos que el asunto va bien aunque sabemos claramente que es un camelo, un poco como la prostitución, donde el o la profesional hace como que disfruta y el o la cliente/a hace como que se lo follan por guapo/a. Allá cada cual si se lo quiere creer, pero luego no vale enamorarse del o la profesional, igual que no vale creerse muy listo por haber vomitado no sé cuántas páginas en un examen seguramente puesto sin mucha convicción. Pero bueno, desde que se implantó la esclavitud asalariada todos somos un poco putas, nos alquilamos por dinero lo queramos o no, así que el ejemplo, a riesgo de equivocarme por falta de experiencia directa en el sector de servicios sexuales, no creo que sea tan descabellado, máxime cuando has comido el menú del día en muchos bares de carretera y tienes la antena puesta todo el rato a las conversaciones de los vecinos. En fin, que el símbolo domina nuestros tiempos e importa poco que detrás de él haya algo o no. Menudo descubrimiento, y no voy a entrar a debatir si la nota es símbolo o signo, que no doy pa tanto.

domingo, 3 de junio de 2012

Nos gusta la música americana




Algunos de los últimos fines de semana son un poco torbellino. Es culpa mía porque hay determinadas cosas que gestiono de forma un tanto caótica y al final acabo sin saber muy bien qué hacer, y entonces toca resolver y cuando se resuelve, a lo cubano, todo puede salir bien o puede salir mal.

El viernes volví a hacer lo del cambio de provincia y aparecí en una ciudad con acueducto para asistir un concierto genial y hacer una pintada. Sobre lo segundo no abundaré por esta vía, pero sobre lo primero sí porque me ha hecho reflexionar sobre cómo, cuando nos quitamos las tonterías, nos damos cuenta de que nos gusta la música americana, las ray-ban o las gafas de madero motorista de Los Ángeles, las patillas y el rock and roll. Generalmente tengo debilidad por los grupos con trompeta, es algo que no sé muy bien cómo explicar pero que siempre me ha pasado; yo no sé si es porque tengo algún tipo de fijación infantil con las trompetas y los trombones (igual la trompeta es algo fálico, pero el trombón es fijo por algo sexual por aquello de palante-patrás, con mucha saliva), o por otras razones, pero siempre he dicho que una sección de viento bien puesta puede salvar una canción y hacerla pasar de normalita a maravillosa. Es una opinión madurada con el tiempo, no lo digo a lo loco, pero admito críticas siempre que vengan acompañadas de ejemplo consiguiente (seguro que hay, algunos arreglos orquestales del Serrat primerizo darían para mucho comentario).

Cuando hago estas cosas de cambiar de provincia para ir a un concierto, normalmente me suelo quedar a dormir en una pensión. Así no me arriesgo a tener movidas con el chocherito leré y que me pongan un multazo de flipar que destrozaría definitivamente mi precaria economía: es una cuestión de análisis de riesgos y valoración calmada de las alternativas, simplemente. Y esto lo digo porque además he instaurado un nuevo ritual en mi vida que consiste fundamentalmente en pedir una caña en cada bar que me pilla de paso entre la pensión y el lugar del concierto. Sí, es un juego peligroso, porque si te pasa como me ocurrió no hace mucho en Valladolid, donde me tuve que patear bajo la lluvia prácticamente entero el Paseo de Zorrilla, puedes encontrarte que el número de bares sea exponencialmente superior a la capacidad de aguante de tu cuerpo, y entonces tenemos un problema. En esta ocasión no fue para tanto, pero encontré un kiosko gestionado por unas rusas donde las cañas eran baratas y sólo ofrecían pa acompañar olivas o maní, que son dos cosas muy apropiadas para una noche de calor y nada elaboradas, como más tapa auténtica, vamos.


Los Corizonas se salieron y fue un conciertazo. Poco voy a decir porque ni soy ni quiero ser crítico musical, pero es de los mejores que recuerdo últimamente y al que, tristemente, sólo le faltó que ella estuviera conmigo (ella es la misma que la de las canciones para ella, claro). Conseguí la proeza, posteriormente, de no liarla parda yéndome a conocer al tocayo de uno de mis bares favoritos de todos los tiempos, y así logré que la mañana del sábado fuera algo razonable y lograra escuchar con atención a cierto cantante callejero que, caminando por cerca del acueducto, canturreaba algo tan así como “Qué le has hecho a mi corazón que parece que es domingo”, que resulta ser de una canción de rap pero éste la cantaba en tono flamenco. También logré comer dos huevos fritos que juro por mi vida que parecían los huevos fritos con más yema del mundo, no sé si es que son huevos de La Granja o qué, no sé ni siquiera si en La Granja son famosos por sus huevos, pero ¡la virrrgeeennnn! Eso sí, las patatas chungas chungas, pa no repetir. Qué contrastes, pensaba yo.

En todo caso, me reconcilié con la música americana y con las películas del oeste. Volvía luego pensando que estas cosas deben ser fruto de la madurez, las canas o algo así, porque noto que con el paso del tiempo se me están quitando muchas tonterías que alguna vez pensé (o no pensé, sino que fue cliché) y que luego dejé ahí, como congeladas, en plan idea fija que, volviendo luego a ella tras un tiempo, te das cuenta de que es una chorrada. Cómo no va a ser una chorrada cuando están los Blues Brothers o cuando recuperas esto:



Apetece ponerse sombrero de vaquero, la camisa de cuadros, coger la moto y tragar polvo por la ruta 66, yo qué queréis que os diga.

Y es que sí, para muchas cosas no queda otra que asumir que somos también hijos de la cultura yanki y que, nos guste o no, esa influencia se nota mucho en las cosas que hacemos o que nos gustan. Yo, como también soy hijo del Este, pues a veces me siento un poco en medio de todo, pero creo que es para bien, que resulta positivo en el fondo y que permite tener más perspectiva de las cosas. Y claro, el Este también tuvo su propio R'n'R y también mola






Sí, hoy estoy en plan conciliador y me gusta. Esta tarde me apetece mucho hacer una cosa que creo que haré y que seguramente la acabe contando por aquí, pero por algún extraño motivo, que no sé a qué carajo viene, me apetece esta noche ver La Soga.