¿Te ha tocado dar vueltas por ahí como una peonza? ¿Tienes más especialidades acreditadas de las que puedes recordar? ¿Conoces pueblos y ciudades de CyL? ¿Tu coche tiene más de 150.000 kilómetros? ¿Te jode que echen sal en las carreteras cuando no nieva ni va a nevar? ¿Tiras con media jornada y te han puesto un horario de mierda? Pues a lo mejor te interesa leer esto. Bueno, o no, pero da igual, yo lo pongo de todas formas.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Llega la noche

Hoy he leído unas cuantas hojas de un libro que casi me ofende sino fuera porque es demasiado tópico. Luego un cómic cogido hoy en la biblioteca, como el libro. Como más cómics. He hecho uso de los cinco comodines que deja la junta de castilla y león en el préstamo de adultos.

¿Por qué cuento esto?

Porque realmente lo que quiero es desearos buenas noches, pero necesitaba una entradilla, una pequeña excusa. Buenas noches y que durmáis bien. Recordad que en las noches de invierno conviene taparse y no coger frío. Bueno, en las noches de invierno y en todas.


martes, 11 de diciembre de 2012

Cada día y cada día más

Dos destinos en dos meses, así funciona la vida del interino errante. Y lo cojonudo es que no me puedo quejar mucho porque tengo unos cuantos amigos que están todavía esperando que les llamen para trabajar y quienes, cada vez que les pregunto, no me dicen otra cosa que “veo jodido que me llamen este curso”. Y hablo de gente que el curso pasado por estas fechas ya estaba currando a todo trapo. Menuda puta mierda. Menuda puta mierda para todos, porque lo cierto es que está todo cristo de mal café con los putos recortes y con las mamonadas que, además y por si fuera poco, pone encima de la mesa nuestra querida y muy putísima administración. Quiero que quede constancia aquí de que los mismos señores que han decidido dejar sin trabajo a miles de profesores mediante el aumento de horas lectivas de unos cuantos miles más y el hacinamiento de muchos chavales en clases en las que, si te descuidas, te quedas pajarito por el frío, ahora tienen el valor de pedir a los que tienen la suerte de estar trabajando que se preocupen por elevar los estándares de calidad (o sea, los aprobados en este puto mundo de signo y símbolo) con planes ridículos que nadie sabe si quiere (o puede) poner en práctica.

Hay que ser muy caradura para pretender que los mismos a los que te dedicas a joder por activa y por pasiva encima te hagan quedar bien delante de los demás, en este caso los padres y esa señora “la sociedad en general” que nadie sabe quién es y que pordiosyporlavirgen espero que no esté representada por los tertulianos y tertulianas de cadenas como Intereconomy o I see13, porque si es así entonces yo mejor emigro a un sitio más digno como la frontera entre Uganda y la República Democrática del Congo: ahí por lo menos sabes que el que viene enfrente te quiere matar, y punto. Una vida más sencilla y sin tener que aguantar las gilipolleces en la tele y luego oírlas en los bares. Eso sí, puede que una vida más corta. O no. O qué sé yo. En todo caso, ay del profesor o profesora a quien se le ocurra cavar su propia tumba elevando el nivel de aprobados para que luego los amigos de la consejería quieran demostrar que la calidad no baja con los recortes.

Pero bueno, aparte de esto que me come la moral, llevo como digo dos destinos ya y dos poblaciones distintas. Ahora estoy en un pueblo galletero y antes no. Ya me he encontrado con algumnos (algunos alumnos, estoy en plan neolengua) hijosdeputa, algumnos que merecen un regalo y una gran proporción de seres por los que siento una sutil indiferencia y cuyos nombres me costará muchos menos olvidar que aprender (eso si llego a las sesiones de evaluación y cuando digan “fulanito de tal” sé a quién se refieren sin tener que mirar la libreta con las puñeteras fotitos, más sobada ya que un Interviú en la habitación de un adolescente de los 90). Pero es que esto es así y, aparte de que mi memoria sólo vale para lo que vale, son muchos y todos con nombres muy parecidos, joder. No todo va a ser culpa mía.

Pero bueno, quizás por tener que aprenderme tantos nombres no he podido volver a escribir desde finales de octubre, y la verdad es que han pasado muchas cosas que vienen a ser muestra (parcial y unilateral, como siempre), de la vida de un interino errante (yo, el resto que escriban lo suyo si les parece).

Sí, en este tiempo me he aficionado a los yogures delicatessen y los he comido compartidos y solo. Compartidos saben mejor aunque te toque menos, eso creo. Tal vez un día escriba sobre cómo la comida sabe mejor si la comes con quien la quieres comer, o si la compartes con quien la quieres compartir, o si te la prepara quien quieres que te la prepare; en los dos primeros casos yo estoy completamente de acuerdo, en el tercero me da un poco igual porque con mi cocina de combate voy que chuto y sé que da pa sobrevivir, tanto uno como dos comensales, e incluso se puede hasta coger alguna lorza. Pero sí, me encantan los yogures con mermelada de frutas y el queso rebañado, mejor si es de la zona o de cerca. Lo mismo me pasa con las tortillas a cuatro manos o las mahous de cinco estrellas de lata compartida, o las cervezas artesanales o los turrones de chocolate que parecen crunch. El pan de molde que abraza unas lonchas de pavo con mayonesa y alguna hoja de lechuga, las sopas de ajo sosas y apañadas en el último momento, las croquetas novedosas o los postres del norte que se venden como si fueran de aquí. Los paseos al frío y la búsqueda incesante de los guantes que nunca están, aunque se les espera; la velita que supera a la lámpara en luz tenue y duración, logrando que se vea lo justo pero suficiente para no tener que andar a tientas; las duchas que rebosan porque aparte de jabón se reparten besos entre las cortinas; las sábanas que no se quieren lavar porque han descubierto que prefieren mantener el olor hasta que vuelvas; las habitaciones de hotel que te piden a gritos que te quedes pero cuyos gestores se niegan a complacer, llamándote a las doce menos cinco para que ahueques o pagues otra noche; los pinchos de regalo y las sopas de marisco en taza de barro que saben a gloria porque también cubren el sabor de alguna lágrima que no deberías haber dejado escaparse; los muros de piedra robusta que no dejan salir a la calle los ruidos de la risa y la conversación y todas las demás cosas buenas y al mismo tiempo medio bloquean las radiaciones no ionizantes de un teléfono móvil (o dos) que mejor estaba(n) en otra parte; el primer cajón de una mesita que se deja manipular para una función bien distinta a aquélla para la que fue concebido y que siempre lo hace bien, y que como recompensa tarda en volver a su función original porque ésta última le gusta más; las llegadas apresuradas a las estaciones; lo que se puede hacer en una autovía de noche si nadie mira y lo que se puede dejar de hacer si te lo pide quien te lo tiene que pedir, aunque quizás sea para hacer otra cosa similar aunque en distinto formato. Reconozco que ahora soy fan de las siestas en las que no se duerme y muy antifan de las noches en las que sólo duerme una mitad, mientras la otra taladra el cerebro con nervios o miedos o dolores. Ya ahora sé que no quiero más mitades de noches, sino mitades de bocadillos, de cervezas o de pizzas. He oído lo que más quería y lo que más temía, todo saliendo de la misma boca y del mismo lugar donde se gestan esos besos cuya falta me hace temblar cada noche. Ahora me acompaña una muñeca rusa y hasta me he comprado un cuadro para una habitación que está por construir. Fumo lo mismo, fumo menos y fumo más, a veces incluso tabaco para nenas, pero siempre lo mismo, menos o más en función de la hora del día, o de la noche, o de la tarde o de la mañana o de la madrugada. Leo a menudo que fumar mata, pero pienso que mata lento, te da hasta tregua y te permite retirarte con dignidad, si quieres. Pero otras veces sabes que ni quieres tregua ni quieres retirarte, y te da igual la dignidad porque piensas que se la inventó uno que no quería reconocer que amaba o que odiaba o que, simplemente, sentía. Nadie dijo que esto fueran escritos de un interino errante digno, sino sólo de un interino errante.

He leído también a Auster, a Kundera y a Miller, a Steinbeck y a uno con seudónimo, a Anaïs Nin, a Tomeo y a Wodehouse. Va a parecer que sé de lo que hablo. He leído algunas cartas que me han hecho reír por algunas similitudes con mis cartas, y he leído otra que jamás quiero escribir, por preciosa que me parezca en frases de otro y para otra. He visto películas musicales japonesas que me han encantado y jamás se me olvidará una malísima sobre la Atlántida que (no) vi durante tres pases en una de las mejores tardes de mi vida. Quiero ver todas las películas malas del mundo si son para tardes como esa. Quiero ir a todos los conciertos de canciones larguísimas y cortísimas si puedo comer huevos rebozados antes y probar tortillas a la mañana siguiente, o si me dejan buscar chuletillas de cordero donde pienso que no hay.

Todas estas cosas me han estado pasando y otras muchas se me han estado pasando por la cabeza. Y lo seguirán haciendo, y quiero que lo sepa todo el mundo. Son para bien, y para ella, como las canciones que hace tiempo que no pongo.

Esta vez el título lo he decidido al final :)

jueves, 25 de octubre de 2012

Dame estrellas o limones

Mi apreciadísimo Nigel Rickembacker dejó escritas, dentro de su famosa "Notas desde la cárcel del castillo", una serie de cartas a su Mary Blackstone-Helix. Hoy he leído una de ellas y me ha apetecido colgarla aquí, compartirla.

Querida Mary:

Anoche soñé con rozar tu cuerpo, con poder estar echados los dos en la misma cama pequeña, con poder acariciarte el pelo con tranquilidad, con darte besos y meterte mano, con decirnos hola muchas veces, con no decirnos adiós, con mirarte a los ojos y notar que me quieres, con lamer tu cuerpo con parsimonia, con cogerte las manos y notar que encajan, con acariciarte sin tocarte y tocándote, con buscarte la boca, con morderte el lóbulo, con morderte el culo, con besarte en el cuello y con rodearte constantemente entre mis brazos, soñaba con decir 25 veces te quiero y ninguna no te marches, con taparnos con una manta grande, con acariciarte la garganta, con quemar leche y hierbas en una cacerola, con cantarte canciones al oído, con llorar poco y reír mucho, con pasear, con abrirte la puerta y presentarte a mi casa, con decirte los sitios que me gustan de esta ciudad, con sacar unas sábanas nuevas para ti, con beber de la misma botella de cerveza, con invitarte a un pincho con jalapeños y besos, con hacer café con leche, con decir “aquí te llamé aquel día”, con marcar con mi dedo la línea de tus cejas, con morderte el papo e imitar con mis besos el sonido del helicóptero, con que arreglases mi planeta narajana, con escuchar juntos todos los discos, con ir a un concierto, con encontrar nuevos bares, con mirarte y comprendernos, con no ser insistente, con ser sistente, con dejarte mis zapatillas y mi pasta de dientes, con verte hacer un moño y tratar de ocultar tus ojeras, con tapar tus ojos con un antifaz y dejarte protestar, con hacerte reír de la manera que tú sabes, con decir tu nombre en alto y oír “¿sí?” a escasos centímetros, con notar que me acaricias las canas, con permitir que te tapes la boca cuando te digo algo bonito, con llamarte mil cosas bonitas, con que vuelvas a apreciar mi coche limpio y las letras de mi pecho, con no correr, con no tener prisa, con no pensar, con no hablar, con mirar, con tocar, con sentir, con saborear, con imaginar, con planear, con discutir y con amar, con llevarte en el asiento del copiloto, con darte la hora, con buscar una pensión a altas horas, con haberla reservado ya, con no tener donde dormir, con no querer dormir, con destrozar tortillas y desvirgar panderetas, con darle plantón a todo el mundo menos a ti, con no saber si hago bien pidiéndote que te quedes, con esperar que sí, con desear que sí, con regalarte un príncipe pequeño y un libro de magia y una chapa, con afeitarme y quedarme igual, con entrar en tu cabeza y arrancar malas ideas, con saber que contigo me importa un carajo mañana, con importarme mañana sólo por ti, con verte amanecer, con decirte que si quieres despertar conmigo, con invitarte a vermú, con razonar a medias con los camareros, con perder un tren y encontrar un camión, con recordar lo que me dijiste una noche de verano, con verte sonreír. Con verte sonreírme. Soñé y sueño. Estoy bien. Quiero que tú también. Te quiero.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Un hombre sin pasado




Creo que no se deben ver películas de Aki Kaurismäki cuando uno tiene, de antemano, un nudo en el estómago. Da igual que sean comedias, o que quieran ser comedias, o que terminen bien, o mal. A mí me pasa que me quedo un poco jodido para el resto del día. Ya he hablado de mi gusto por Aki en otro momento y no quiero repetirme; tampoco quiero contar la película porque luego me siento como que he subrayado un libro y puede que si alguien la ve se sienta influenciado por mis impresiones. Simplemente la he vuelto a ver y me ha gustado más que la anterior vez, y creo que no es sólo por la película, sino por mí. Creo fundamentalmente que es porque la he visto con una grata compañía, aunque ella no lo sepa y estemos a 264 kilómetros de distancia, (o 2 horas 43 minutos, o a 28,20 euros en el Alvia). La hemos visto juntos, en mi opinión. Ni estoy loco ni borracho, y como a alguien se le ocurra censurarme por fantasear sobre cosas bonitas en estos tiempos de mierda pues se le sueltan dos buenas hostias y arreglao. Si ya no puedo ni imaginarme las cosas como a mí me apetece, pues para qué carajo escribo en este blog que ya hace mucho que perdió el hilo de los interinos para meterse en otros berenjenales.

Que en las películas de Aki se fuma mucho ya es conocido. Igual que se bebe mucho. Igual que prácticamente no se sonríe. Que las escenas en ocasiones toman algo de los cuadros de Hopper me lo invento yo porque me lo parece, que el acordeón puede ser el instrumento más melancólico y que las miradas de Kati Outinen lo dicen todo me parecen hoy verdades universales. Con eso basta. Como decía, no voy a contar la película, ni voy a preguntar a nadie si la ha visto, pero hay varias líneas de diálogo que hoy me han hecho pensar, que me han hecho reír y que me han hecho llorar. Podrían ser otras pero son éstas. Son mis 8 escenas para Aki. A él se las dedico: guionista, productor y director. Bueno, qué coño, y no sólo para Aki.

ESCENA 1
-Gracias
-Así que puede hablar
-Efectivamente. No he tenido nada que decir hasta ahora.

ESCENA 2
-¿Qué te debo?
-Si me ves boca abajo en el canal, dame la vuelta.

ESCENA 3
-¡Cuidado!
-¿Qué?
-Tienes algo en el ojo.
-Yo no siento nada.
-Está ahí. Permíteme echarle un vistazo. (La besa)
-Me robaste un beso.
-Perdóname. No soy un caballero.

ESCENA 4
-Los guisantes estaban bien.
-Ayer fui a la luna.
-Ya veo, ¿y cómo es?
-Tranquilo.
-¿Conociste a alguien?
-La verdad es que no, era domingo.
-¿Es por eso por lo que volviste?
-Sí, y por otras razones, también

ESCENA 5
-Renovarse un poco estaría bien, hemos oído hablar del rock...

ESCENA 6
-Las entradas.
-¿Qué quieres decir?
-No has pagado.
-Pero yo organicé esto.
-Eso es lo que tú dices.
-¿Ah sí?
-Sí
-Que te follen
-¡Esto es ultrajante!
-¿A que sí?

ESCENA 7
Yo quisiera una cuenta numerada, como las que hay en Suiza
-Ésta también tendrá un número, pero de todas formas necesitas un nombre. Suiza es más liberal, pero esto es Finlandia.

ESCENA 8
-Yo soy Ovaskainen.
(Se dan la mano)
-Lujanen
(Ovaskainen ladea la cabeza indicando la puerta. Salen. Fuman)
Ovaskainen: ¿Nos peleamos entonces?
Lujanen: ¿Por qué?
O: Amo a esa mujer.
L: Eso es bueno.
(…)
O: Supongo que eres un buen hombre. Mejor de lo que tenía entendido.
L: Dejaré pasar eso.



Nota: Pueden ser otras escenas o pueden ser otras películas. Me da igual. Hoy son éstas. Hasta muy pronto.

domingo, 7 de octubre de 2012

Está claro que los títulos no son lo mío

Me dice google que hoy hace 127 años que nació Niels Bohr. Pero resulta que soy de letras.

Estar cansado como para escribir no quiere decir lo mismo que no querer escribir. Con esto lo que quiero decir es que espero que me disculpéis por no haber puesto cosas en una temporadita, más allá de una canción que me encanta y que, pidiendo un final feliz, ella misma se negaba a sí misma cortándose repentinamente antes de llegar al clímax. Cosas del youtube y de los vídeos caseros movilianos, que muchas veces no sabes si el que los pone estaba en sus cabales cuando decidió colgar algo interruptus y dejarnos a los fans a medias. Cantus interruptus debería ser una nueva categoría músico-sexual Tengo que reconocer que no me di cuenta de que el vídeo estaba incompleto hasta que ya estaba colgado, pero me hizo tanta gracia pensar que una canción con ese título no estaba completa que decidí dejarlo como está. Me descojono con este tipo de cosas, qué le voy a hacer. Supongo que si lleváis leídas algunas entradas más de este blog lo comprenderéis. Si no, no pasa nada, ya os lo digo yo: esti chaval a veces parez que ta mal.

Lo cierto es que sí hay temas de sobra para contar por esta vía, directa o indirectamente, pero tengo algo menos de tiempo que en anteriores ediciones y noto el cansancio que me impide escribir con tanta frecuencia como antes del verano. La razón que da sentido a este blog sigue siendo la misma y yo sigo comprometido con ella, pero se han dado una serie de cambios objetivos que dificultan la escritura: el primero que el pincho a través del que me conecto a internet es una putísima mierda y hace que me cueste horrores ver con tranquilidad mis correos electrónicos, así que no digamos ya otras cosas tipo vídeos de youtube o fotos del putifesibuk o entrar en blogger. Por otra parte, he vuelto al trabajo docente (no decente, que conste) y resulta que esta vez tengo que compartir piso, lo cual hace que mis ratos de tranquilidad sean cuantitativamente menores. Sí, necesito algo de tranquilidad para poder escribir, y tener a gente con la que no tienes mucha confianza pululando por casa es algo que a mí, particularmente, me dificulta. Ahora escribo esto porque estoy solo, pero en un rato llegará alguno de mis compas de piso y empezará una conversación seguramente intranscendente que me retrasará en el muy noble propósito de poner alguna cosa por aquí.

Que conste que me sigo encontrando papelitos debajo de la puerta (sí, también en esta casa de una calle con nombre de santo que no había oído en la vida. También digo que ahora me gustaría estar en una calle que se llama como mi cuarto apellido) y me siguen dejando servilletas con palabras de amor para que las publique, pero por ahora no las compartiré porque tal vez sea pasarse y no toque. Al fin y al cabo esto nació como un blog de un interino errante y seguro que si alguien se encuentra lo que pongo, como resultado de buscar información sobre vacantes o sustituciones, flipa un poco. Oye, que flipen, que al fin y al cabo también los interinos errantes podemos hablar de lo que nos pete, carajo.

Venga anda, reconozco que me hubiera gustado ser yo mismo quien hubiera escrito esas notas de amor o esos cuentos que colgué en ocasiones anteriores. Reconozco que los he copiado de Nigel Rickembacker. Sí, incluso todo el asunto del amo del tiempo. Pero me consta que Nigel, como yo, tenía una chica con moño a quien escribirle, y con eso basta. La suya se llamaba Mary Blackstone-Helix; la mía no, pero casi mejor, no sea que Nigel venga de ultratumba y me haga una corbata colombiana por copiota.

También le he copiado cosas a Luis Coto, pero esas se quedan entre él y yo, que sé que me lee y me aprecia. A través de estas líneas quiero mandarle un fuerte abrazo. Luis, iremos pronto a San Telmo, si nos dejan, y buscaremos juntos los restos, si los hubiera, del señor Arnolfini, que sé que dejó una nota para nosotros en alguna esquina de bar roñoso. De Luis hablaré otro día, aunque tal vez os dé una pista saber que era, y es, el hombre de las enfermedades raras, cuyo gusto por repetir escenas de cine es casi equivalente a su desánimo y tristeza por la falta de buenos musicales en el cine español. Qué digo buenos, digo musicales en general, salvo mierdas tipo “El rey león”, que son casi un atentado al buen gusto. Luis, perdóname la indiscreción, ya saben quién eres. Tío, no es culpa mía, es que soy un bocas.

Me gustaría poner muchas cosas que no voy a poner. Habrá ocasiones, puesto que vuestro humilde interino errante seguirá por aquí, observando, criticando y queriendo. Seguro que veré canciones, oleré libros, oiré películas y soñaré con desvirgar panderetas. Echaré de menos algún cuello y temblaré al oír ciertas cosas. Buscaré bigotes en caras de imberbes y beberé agua en copas de whisky. Visitaré museos desconocidos y tendré siempre conmigo un llavero y un planeta. Contaré qué tal me va y seguiré pidiendo sonrisas a quien las hace como nadie en el mundo. Con Luis y con Nigel, con mis dos hermanos gemelos, con el interino y con el errante. Faltaría más.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Cocina de combate II: la cocina de quien no cocina

Últimamente no me encuentro con mucho ánimo para escribir cosas mínimamente serias así que, a pesar de que había prometido que la siguiente cosa que pondría sería algo de humor, finalmente he optado por una entrada culinaria, como aquella del pollo con pasta de hace unos meses. Lo siento, pero ahora mismo, entre unas cosas y otras, no me salen entradas de otro tipo, estoy un poco entre paréntesis esperando a que me llamen y este interino errante no da para mucho más.

Así, aprovechando que estamos en las fiestas de mi pueblo y que me está dando por no salir de noche, esta mañana decidí hacer una tortilla de ésas que alguna gente sabe que llevo meses prometiendo y que, durante mi estancia en Ávila, nunca pude acabar de concretar por falta de utensilios. No es que hoy haya tenido los utensilios necesarios, pero al menos las sartenes de casa de mis progenitores no se pegan, hay más de una y los cuchillos cortan algo decentemente. Sí, para hacer una tortilla en condiciones hay que manchar, al menos, dos sartenes, cortar las patatas un poco finas y disponer de una serie de ingredientes para condimentar que pasaré a relatar más adelante.

Cabe decir que, hasta el momento, siempre que he comentado la receta de mi tortilla las caras de respuesta suelen expresar desconcierto o duda. Falta de confianza, podríamos decir. Al parecer, a nadie le cabe en la cabeza que una tortilla de patata pueda llevar tabasco o leche, pero lo cierto es que luego nadie se queja. Pongo la receta y luego sigo:

-4 huevos
-3 ó 4 patatas medianas
-4/5/6/7/8 pizcas de sal (dependerá de la tensión de los/las comensales)
-pimienta negra molida (al gusto, pero que se note)
-ajo en polvo (al gusto, pero que se note)
-un chorro de leche
-4 gotas de tabasco

Las patatas hay que cortarlas muy finas. Cuando digo muy finas digo que prácticamente hay que dejarse los dedos en el enfrentamiento perenne entre los cuchillos que cortan bien y nuestras manos inexpertas. Se ponen a freír una vez sazonadas con sal y pimienta negra, y mientras tanto se baten los huevos, a los que luego echaremos el chorro de leche, más sal, más pimienta negra, ajo en polvo y el tabasco. La leche es para que luego la tortilla quede esponjosa y en cuanto al tabasco, pues depende del gusto de cada cual por el picante, pero al menos un par gotas (ni pa dios chorros, ¿eh?, que me la liáis) hay que echarle. Luego hay que seguir el esquema básico de toda tortilla, darle la vuelta como mejor se pueda y no tenerla mucho al fuego para que quede un poco cruda por dentro, que es como mejor sabe.

El resultado, si las sartenes no pegan y no la cagáis al darle la vuelta, puede ser algo similar a esto. 

Qué mantelín, qué platos tan de casa familiar


Si notáis unas pintillas negras por la superficie no os alarméis, no es que os haya caído café en la tortilla sin daros cuenta, es que la pimienta negra se deja notar, la muy zalamera. Lo que haré en la próxima ocasión es echarle pimentón, a ver si consigo la primera tortilla roja de la historia. Seguro que lo comentaré por aquí si lo logro.

Estoy pensando que esa tortilla roja sería posiblemente uno de los nuevos platos a añadir a la carta del casi secreto restaurante Mercader. Hoy que las carrilleras de eurocomunista hay que sacarlas del menú, seguro que podemos meter alguna nueva invención. Eso sí, se mantendrán los trotskistas afogaos, los revisionistas cocidos a fuego lento en salsa perestroika, los rollitos de primavera de Praga y los escalopines adobados sobre lecho de patatas oportunistas. Como se puede ver, el restaurante Mercader es muy ortodoxo en la elaboración pero admite a todo el mundo en su carta. A la tortilla, como me cae bien y es invención mía, a diferencia del resto la llamaremos tortilla Pasionaria, que era buena paisana aunque sin guisantes. Los guisantes los dejamos para cocido, en nuestro famoso gulag (perdón, goulash) de arbeyu pintu. En Mercader nuestros manteles son de cuadros, como en la Pizzería Los Hijosdeputa, de San Telmo.



Pero todo esto venía a que estamos en fiestas de mi pueblo. Sí, bueno, aquí somos de los que celebramos en septiembre, no en julio-agosto. ¿La razón? En julio-agosto no hay ni el tato y saldrían unas fiestas un pelín desteñidas, y no es plan para un pueblo tan de postín y tan de señoritos. Lo más reseñable hasta ahora es que el lunes vino un señor de un pueblo vecino a cantar y, a pesar de que dicen que hay pique entre vecinos, llenó la plaza y dio un conciertazo, de lo cual me alegro porque estuve allí y pude comprobar cómo se puede ser intenso diciendo pocas cosas, pero diciéndolas bien. En honor al ajo de la tortilla, creo que esto queda bien, aunque lo hayan grabado en otro pueblo que hace poco también estuvo de fiestas y originalmente esté pensada para otro pueblo más que hace no mucho también estuvo en fiestas.



Me voy despidiendo, espero que otro día pueda poner cosas más interesantes.


martes, 4 de septiembre de 2012

Mamá, no quiero ir al colegio




Seguro que, como en la canción, hay muchos chavales que últimamente están pensando esto. Aceptemos que en lugar de "mamá" puedan decir también "papá" para ser políticamente correctos. Políticamente correctos nosotros, no los chavales. Hoy he tenido bastantes pruebas al respecto, tanto por acción como por omisión. Pa matalos. Otros, en cambio, esperamos ir al colegio pronto. Tengo que confesar que llevo unas cuantas semanas esperando ir a trabajar, fundamentalmente porque esto de no saber dónde carajo vamos a estar el próximo curso (y si vamos a estar, siquiera) es una situación muy jodida que no viene bien a la cabeza de nadie. Y si encima tienes una cabeza tendente a darle vueltas a las cosas, pues ya para qué quieres más. Me he pasado el verano, y quien haya leído las entradas del blog lo sabe bien, escribiendo cosas que nada o muy poco tenían que ver con la cuestión laboral, y ni siquiera me dio por comentar nada sobre las listas provisionales de vacantes, ni sobre las esperanzas de destino para este curso que ya empieza. Estaba y estoy a otros temas que son tanto o más importantes que el curro pero que, si los juntas con la cuestión de la ignorancia sobre el futuro laboral y con la estancia obligada en el hogar familiar, conforman un totum revolutum que flipas. Al menos yo sí flipo.

La realidad es que todo el mundo anda nervioso estos días a la espera de saber algo más o menos serio que permita adivinar si tendremos oportunidad de trabajar algo, y lo cierto es que las conversaciones son un poco monotemáticas, pero es lo que hay y no queda otra que armarse de paciencia y esperar. Como supongo que todo el mundo, yo tengo mis particulares deseos para este curso, pero no está en manos de este interino errante determinar la ciudad y la compañía para los próximos meses. Si pudiera elegir sería cualquier sitio siempre que estuviera bien acompañado, pero no puedo elegir. Y me tengo que joder, pero es lo que hemos asumido al meternos en este lío que es dedicarnos a lo que nos gusta, y lo asumimos con dignidad, o al menos lo intentamos.

Ahora que estoy de vuelta, espero que muy temporalmente en este caso concreto, por esta ciudad con murallas, en medio de exámenes falsos y notas de risa, tengo que reconocer que estoy contento de volver a la tierra más allá de las montañas. Es donde quiero estar, por mucho que me guste mi tierra, y las razones son variadas y todas ellas muy serias, pero no es el momento quizás de desarrollarlas. Tal vez una de las razones es que mañana (ya hoy, esta noche) podré ver esto en directo



Pero aparte, lo que tengo claro es que necesitaba como el comer recuperar mi vida autónoma, estar yo por mi cuenta y no tener que estar pendiente de familiares y todas las implicaciones que tiene volver, obligatoriamente, a casa de los progenitores. Lo jodido de esta vida de interino errante es que el sitio de referencia, al que vuelves cuando se te acaban los contratos, generalmente es por cojones la casa de tus padres (con todas las variantes que ello pueda tener), sobre todo si estás en cierto margen de edad como en el que se halla el que suscribe esto. Me gustaría que no fuera así, pero por ahora no hay otro remedio porque financieramente es lo más apañao. Y no estamos como para hacer bromas con el tema económico-financiero (¿o sí? Si alguien quiere, que lo ponga en los comentarios al final de esto). La movida es ¿cómo carajo vamos a tener cierto grado de autonomía si resulta que no sabemos jamás lo que nos va a pasar de un curso para otro? Antes de que a los del gobierno (cualquier gobierno, ojo) les entrara esta esquizofrenia que se manifiesta en joder a los empleados públicos de todo pelaje y condición, se podían hacer ciertas cábalas a principio del curso y más o menos podías saber si te iba a ir mejor, pero ahora eso ya es imposible, y a casos sangrantes que conozco me remito. Lo que más me temo es que esta situación objetiva en la que están jodiendo no sólo al profesorado, sino al sistema educativo público en general, cada uno la valoremos en función de cómo nos vaya en la fiesta, y si suena la flauta y nos llaman para trabajar y/o nos dan una vacante (verdadera o falsa) pues nos demos con un canto en los dientes y no reflexionemos un poco más allá sobre todo lo que está pasando. Esto no se soluciona pidiendo volver a lo que había antes, porque lo que había antes (y pienso en uno o dos años atrás), también era una puta mierda, aunque fuera una puta mierda un poco menos maloliente que la de ahora. El que no tenga esto más o menos asumido que no lea más y se vaya directamente a llamarme catastrofista a los comentarios.

Deduzco, por tanto, que quien lea este párrafo está conmigo en que lo que había antes no era ideal, por mucho que nos diera la oportunidad de trabajar y meternos en esta movida. Sí, empezamos a trabajar, a ver si realmente esta profesión nos gustaba o no, si los chavales nos superaban o podíamos controlarlos, si nos currábamos nuestras clases y nos apasionaba lo que hacíamos. A mí ni el sueldo ni las vacaciones han sido nunca lo que más me llamaba de esta movida, pero no estoy dispuesto a ser cabeza de turco de unos gilipollas que lo único que piensan es en que ciertas cifras macroeconómicas que, por otra parte, nadie normal entiende, cuadren en no sé qué oficina de Madrid, Bruselas o Berlín, llena de mamones que, como muchos de mi queridos pedagogos, en su puta vida han estado en un instituto, en un hospital o en un centro de salud de barrio, y luego se permiten el lujo de dar lecciones sobre qué se debe y qué no se debe hacer. Yo no me suelo meter a criticar el trabajo de otros, ni a opinar sobre si echan muchas horas o pocas, fundamentalmente porque respeto profundamente el trabajo de (casi) todo el mundo, sobre todo del que hace algo productivo en términos sociales (fabricar un tornillo o enseñar a un chaval a sumar, lo mismo me da), pero sí que me atrevo a llamar hijoputa al que piensa únicamente en números y estadísticas y no se da cuenta (o se da cuenta y no le importa) de que detrás hay gente que se va a quedar jodida por el simple hecho de que ellos consideran que hay que ahorrar. Puta manía la de ahorrar que les ha entrado ahora a los gilipollas que gastan miles de millones de todos en garantizar la supervivencia de unos bancos que han logrado hacerse imprescindibles en una sociedad que se permite el lujo de pensar que no todo el mundo tiene por qué acceder a la atención sanitaria o a no morirse de frío. Que no hombre, que no, eso se lo contáis a otro pero yo no me lo trago.

Como decía un amigo, “esto sólo se arregla a tiros”, y tomando los problemas en global y no desde mi situación particular. En global porque los problemas no son sólo para un sector: el que piense que no le van a recortar el sueldo porque no es funcionario va listo, y si no que espere a la próxima negociación de su convenio colectivo cuando la empresa se acoja a las posibilidades que le da la reforma que aprobó el PSOE. Y a tiros porque cuando se hace evidente que estamos ante un sistema que no funciona o, si funciona, lo hace jodiendo a la mayoría y beneficiando a unos pocos, sólo queda acabar con él, y no pacíficamente porque quien está arriba no se va a dejar tan fácilmente apartar. Y digo quien está arriba de verdad, no los peleles que ejecutan las decisiones escudándose tras la gaviota, la rosa o los mamoncetes que quieren pillar cacho diciendo que esto se puede arreglar por las buenas, negociando o diciéndole a la gente que podemos volver a como estábamos hace 10 años. Y digo a tiros de manera gráfica pero no necesariamente literal. O sí. Y aparte, yo no quiero volver a hace 10 años, yo quiero ir a una situación, donde ni yo ni nadie tengamos que preocuparnos por el paro, ni por muchas otras cosas. Puedo imaginarlo, puedo pensarlo, y si puedo imaginarlo y pensarlo es que es posible. Sólo hace falta querer y ponerse a ello, pero en serio.

Y como regalo final para quienes hayáis aguantado hasta aquí, esto, aunque quizás nadie sepa qué pinta en esta entrada. Yo sí :)





domingo, 2 de septiembre de 2012

Es imposible no echar de menos a Jessica Fletcher


Siempre en el lugar adecuado en el momento adecuado, siempre sagaz y perspicaz, resolviendo los misterios más complejos que generalmente tenían que ver con dinero o con turbias carreras empresariales. En la mejor tradición de Agatha Christie y siempre genial, me encantaba cuando ponían la serie por la tele y me encanta aun más hoy cada vez que la veo en algún capítulo suelto que pillo por ahí. La Fletcher sabía interpretar la personalidad de las personas y, aunque algunas veces se equivocaba al principio, luego acababa siempre acertando y era para bien. En algún capítulo la vimos pasar miedo, pero era sólo un rato y al final todo acababa bien porque confiábamos en doña Jessica, sabíamos que siempre iba a estar ahí. Este interino errante sabe a ciencia cierta que será la Fletcher quien ayude a resolver qué pasó realmente con el señor Arnolfini, con el hombre de las enfermedades raras y dónde estuvieron perdidas las horas del Amo del Tiempo.

Das la mano y te cogen el brazo

No deja de tener su gracia que esté escribiendo esta entrada a altísimas horas de la madrugada (o bajísimas horas de la mañana) tras haber estado de boda y ¡haber dormido ya! Seguro que algunos otros no se habrán echado ni a sobar y yo ya estoy en pie dando la tabarra. Cuatro horitas de sueño, lo normal últimamente, y menos tiempo del que me va a costar llegar a Ávila. Bien, será cuestión de acostumbrarse, porque dormir poco y mal empieza ya a ser marca de la casa, y hacer viajes largos en coche ya es marca de la casa desde hace muuuucho tiempo, pero no niego que hoy precisamente le tengo cierto repelús a la operación retorno.

Me cuesta elegir temática para esta entrada, que podría ser muy variada, desde las señoras con bótox a las que se les queda a todas la cara igual y la boquita de pitminí y te miran raro, a los debates sin sentido sobre si el gin tonic con Beefeater está muy visto, pasando por toda la cuestión de las vacantes, los exámenes de septiembre o las ansiedades varias vinculadas no sólo con el tema laboral, pero la cosa es que igual no son horas para tocar ninguno de esos temas. En su lugar, prefiero hacer dos reflexiones que no tienen nada que ver una con la otra: 1º)se hace rara una boda sin farlopa. 2º)he encontrado a un director de cine que tiene la misma manía que yo.

Primera reflexión) Sí señores y señoras, estoy en disposición de afirmar que en este enlace en el que he estado no había nada en polvo que no fueran los azucarillos del café. Estaba todo muy bien pensado, con baños minúsculos para evitar que, como en El año de la garrapata, alguien decidiera hacer la fiesta por su cuenta y pasar de entremeses, pinchitos y canapés varios directamente al rodaballo de Galicia, sin escalas. Y más si tenemos en cuenta que hicieron un amago peligroso al principio, poniendo al pánfilo del David Guetta a todo trapo, momento en el que pensé “maaadreeeeeeeeeeeeeeeeeeee”. Pero claro, luego me fui dando cuenta de que el tal David Guetta es el apóstol de los discotequeros “sanos”, que como ya tienen hijos y están casados ahora si se meten algo es “por error” o “porque me lo han puesto en la copa”... curiosa la elipsis entre los 16 y los 36 años, parece que no hubiera pasado el tiempo en absoluto... dios qué pereza me daaaaaaaaannnnnnnnnnnnnn

La verdad es que no sé para qué voy a bodas. Y eso que voy librando bastante y ya voy a muy poquitas, pero al final siempre salgo con la misma impresión de casi todas, salvo que acabe muy borracho o pasao, en cuyo caso todo es de puta madre, claro. Pero como esta vez no tenía yo ni el cuerpo ni la mente en plan terminar como una pulga, pues se me ocurrió también que quizás hoy fuese el momento ideal para hacer un comentario ácido sobre el rito del matrimonio en la sociedad española, pero como es posible que me lleve su tiempo casi prefiero decir los capítulos que tocaré el día que lo quiera hacer con calma:

-el rito del matrimonio en la sociedad española I: ¿la boda es nuestra o de nuestros padres?
-el rito del matrimonio en la sociedad española II: ¿quién coño ha elegido el menú?
-el rito del matrimonio en la sociedad española III: ¿ese señor que habla es un cura o un cómico de Albacete?
-el rito del matrimonio en la sociedad española IV: hostia tú, que es el cura...
-el rito del matrimonio en la sociedad española V: las comparaciones siempre son odiosas, el vino de mi boda era mejor
-el rito del matrimonio en la sociedad española VI: ¡basta de autorreferencias, ya sabemos que no os conocisteis en la cola de paro!
-el rito del matrimonio en la sociedad española (y VII): ¡fuera corbatas, hagamos el ridículo!

Algún día esa entrada se escribirá y entonces no me invitarán a más bodas por hijoputa. Y yo igual hasta feliz como una perdiz, aunque pienso que Truman Capote era bastante más hijoputa que yo y lo seguían invitando a los saraos... Ya veremos.

Segunda reflexión) Como volví pronto pude constatar nuevamente que la televisión los sábados noche es una putísima mierda. Ello no obstante, llegué a pillar la sesión de Todo Cine de La Sexta 3 justo antes de los horroróscopos, gracias a lo cual descubrí que Christopher Nolan y yo, aparte de tener cierta querencia por Batman, los insomnes y la gente que tiene mala memoria, compartimos una manía más: las manos. Yo no me había fijado, pero como a los de Todo Cine les pagan por cosas como estas, pues ellos sí: el tipo presenta a cada personaje haciendo un plano inicial de sus manos, generalmente ocupadas en alguna tarea que caracteriza al personaje. Seguro que lo repiten, así que quien quiera podrá verlo estos días, pero me llamó mucho la atención y estoy casi seguro que Nolan y yo coincidiríamos en votar a favor de darle un premio oscar a Cosa, la mano de la familia Addams. Y fijo que también coincidiríamos en que mola mucho que haya un premio de pelota llamado el “manomanista”.

Mi mano haciedo de Cosa, con éxito relativo


Sí, qué le voy a hacer pero me fijo en las manos de la gente, en cómo las mueven, en cómo gesticulan con ellas, en dónde las colocan cuando están nerviosos, en si tienen los dedos que deben o más y cosas por el estilo. Cosas mías, que dirían los Abuelos, pero cosas mías que ya no me puedo quitar porque no tengo edad para disculparme por mis manías y porque tampoco tengo edad, ni ganas, para que me gusten otras manos.

El éxito fue tan relativo que Cosa acabó volcando


miércoles, 29 de agosto de 2012

Tres canciones para una verbena IV

Retomo esta sección musical. Hoy me ha salido sureña, entre sevillana y granaína. Son canciones para sonreír mientras recuerdo que tengo una verbena pendiente.




Los Evangelistas. Serrana de Pepe el de la Matrona. Poesía


Grupo de Expertos Sol y Nieve. Blues de chillando en un cubo. Una letra interesante de la que firmaría estrofas enteras, y otras no. Firmaría las que son pa bien, claro.


Sr. Chinarro. Tímidos. No hace falta que la comente, creo.




domingo, 26 de agosto de 2012

La noche inventada

Ayer era sábado noche y no salí. Me fui pronto a la cama y esta mañana madrugué. Me hago mayor, espero que carroza no. Con estos antecedentes, que nadie se extrañe si lo que voy a poner hoy aquí es un sueño. O el recuerdo de un sueño. ¿No le pasa a nadie que cuando sale por la noche luego no sueña? A mí es lo que me pasa, seguramente porque llego con alguna copa de más y lo único que puede hacer mi cerebro es desconectar hasta el día siguiente, o el mismo día unas horas después, según se mire. Últimamente me apetece mucho que pasen los días y me gusta irme a la cama, y muchas veces espero soñar algo entretenido y que me acuerde después, porque llevaba ya una temporada en la que no me acordaba de los sueños que tenía y estaba empezando a pensar que la abulia veraniega lograba hacer estragos en mi mente. Tal vez sólo se sueña cuando se tienen cosas que decir, no sé.

En este caso, el sueño me pareció raro. Es posible que me lo haya inventado. Es posible que no lo haya soñado yo y sea fruto de las ondas que emiten mi vecino de arriba y la abuela joven de abajo. O el violinista del piso de al lado y las bolsas de basura de colores varios de delante del portal. No sé, en esta época de ondas de todo tipo que nos bombardean uno ya no sabe cuándo le llegan las buenas o las malas. Preferiré pensar que son las del vecino de arriba, que tiene un perro majete, y las del violinista que estrella las crines de caballo de su arco contra unas cuerdas que, si no las usásemos para ahorcar corcheas, servirían para hacer sonar a los pedagogos.

El sueño fue asín (sic)


Camino por la calle y veo a un señor con un sombrero de algodón que me dice que busque una moneda en el suelo mientras salen de su boca burbujas de aire, como si estuviera debajo del agua, pero su pelo y su ropa obedecen a las leyes de la gravedad como si estuviera en tierra. Mi ropa y mi pelo no. De repente me encuentro buceando en el Mar Muerto y no floto porque he cenado algo con mucha sal, que además me da mucha sed y me obliga a dar muchas bocanadas de agua que resulta que puedo respirar. Nado un poco a crol y aparezco en el coche de un amigo, saliendo y entrando repetidamente en una misma escena, pero cambiando de ropa y de peinado en cada toma, como si fuera algún efecto raro de una película de humor. Me huelo el sobaco y noto que tengo antojo de costillas, entonces me toco la costilla y me sale del riñón un pollo al ajillo que, sin tocar el plato, echa a correr hasta que se tira en plancha sobre una palangana llena de chorizos criollos que, vivitos y coleando, me dan cierta pena porque sé que acabaremos haciéndolos picadillo. Vuelvo a beber agua del Mar Muerto y floto en el aire mientras hallo la solución perfecta al conflicto palestino-israelí. “Dejemos la tierra como el mar”, me susurra estridentemente un loro gigante que tiene cara de buena persona y garras como choricillos al vino. En el pico porta una braga color carne que no le entra por la cintura, por lo que le grito “¡gordo!” mientras él se pone a cantar como un niño de San Ildefonso el número 58268, que yo apunto con frenesí en mi brazo izquierdo, mientras recuerdo que hay alguien que me mira desde enfrente. Me dirijo hacia enfrente, pero enfrente ya es de lado y yo voy y me caigo. Me vuelvo a levantar y estoy en un camión que avanza sin frenos hacia una cuneta que se vuelve cuñeta y me hace la puñeta. No sé qué son las cuñetas pero en ese momento todo tiene mucho sentido. “Serán cuñas catalanas”, pienso, “pero qué carajo hago yo en Cataluña si este año no me ha apetecido butifarra”. Un ejército de fuets salen de la etiqueta de Tarradellas y avanzan hacia mí y hacia la cuñeta, utilizan una formación en flecha, muy útil para la ofensiva, pero totalmente ignorantes de que tengo varios cuchillos de Ikea que cortan como dios y que, habiendo aparecido en mi bolsillo, me hacen sangrar por el ojo. Lloro sangre y río mierda, me huele el aliento a flores de Bach y sé que puedo encender una cerilla con la ceja, con la única ceja que me va de una oreja a otra y que a veces me dejo larga y me ato con una gomita que últimamente venía llevando en la muñeca de trapo que encaja perfectamente en el bolso de atrás de mis vaqueros con dobladillo. Los fuets se dejan comer por los cuchillos hambrientos y follan unos con otros en una orgía de tripas y grasa que termina convirtiéndose en un bollo industrial que se me queda mirando, solicitando audiencia. “Si estuvieras relleno de crema hidratante te comería, estoy seco”, le digo, pero como es un bollo recubierto de chocolate negro paso de él y me lanzo carretera abajo hasta que llego a un bar de Madrid donde interpretan un musical soviético basado en las andanzas de un jovencísimo Lenin que hizo aparecer un boletus y regaló botas de fieltro a una joven llamada Katia. No me puedo quedar hasta el final porque me apremia una voz familiar, que no identifico y que no me suena de nada pero me es familiar. La voz me saca del catre de latón en el que estoy atado con cintas de quesitos minibabybel. Vuelvo a intentar beber de una cantimplora con agua del Mar Muerto que flota en el aire. No sale agua, sale arena y me sabe a gelatina de melocotón, que vomito porque el melocotón sólo me gusta en escabeche. Sigo oyendo la voz, que me dice que me dé prisa porque el Mar Muerto va a revivir y me quiere ver. Se me deshace la coleta de la ceja y no veo nada de repente. Todo negro. Cae un telón y salen siete enanitos vestidos de policía nacional que se pegan entre sí por ser el primero en subir una cuesta eterna que no lleva a más sitio que al fin del mundo. Los sigo un rato y me canso a mitad de trayecto, pido a alguien que me empuje y aparece una mano que me agarra de los riñones y me da un masaje renal que termina haciendo que vomite una piedra pómez del tamaño de un borrador de pizarra Vileda. Entono el mea culpa y la culpa mea sobre mí cerveza que bebo con ansiedad, mientras a la culpa acaba saliéndosele el pecho por la boca, o la boca por el pecho, o lo que sea porque ya no veo bien, tengo 23 dioptrías y me ponen un microscopio como gafas. Veo las estrellas y el subsuelo, los átomos y hasta los bosones, pero me falta algo y me pongo a cavilar mientras un niño zurdo tira con fuerza de mis gafas microscópicas gigantes y me saca un ojo. Sale una canción por la cuenca vacía y suena Silvio Rodríguez en el altavoz de mi frente. Ahora soy una cadena musical y no me funciona el DVD. Pienso en volver al vinilo pero se me olvida. Vuelvo a ser yo en una parada de autobús. Sentado, doliente y hablando solo. Sólo faltaría que me encontrase alguien. Y me encuentra. “Menos mal que estaba esperándote”, digo yo. Y me desmayo, pero ya sin sed.

Fijo que cené algo raro.

viernes, 24 de agosto de 2012

Encuentros con entidades

-Perdone, ¿usted es TranTranPalenque?
-Sí, ¿cómo me ha reconocido?
-Ese bombín, esas cejas y ese bigote son muy característicos... no obstante reconozco que he estado a punto de no dirigirme a usted. Tenía miedo de equivocarme de persona.
-Pues ya ve usted que no se ha equivocado. Efectivamente soy TranTranPalenque. El único e inimitable, para más señas.
-Pues me causa una gran alegría conocerle, soy seguidor de todo lo que hace.
-¿Y le gusta?
-Todo lo que hace, claro.
-Me refería a si le gusta ser seguidor mío. A mí me gusta que usted lo sea.
-Sí, eso también, es una actividad que llena de interés las horas muertas que colecciono tras mi jubilación.
-Pues no se hable más, entre usted conmigo en esta tasca y tomémonos un vinate perronero.
-Me encantaría, pero el médico me ha prohibido el acohol y los estimulantes.
-Pues el vinate perronero me lo tomo yo, y mientras usted puede pedir un bitter o un mosto o un biosolán. No me irá usted a decir que el médico también le ha prohibido entrar en bares...
-No, eso por ahora no, pero entiéndame, yo es que he sido muy de largo recorrido. Cuando era más joven me gustaba incluso el olor a la ginebra Kiber. ¿Se acuerda? Era la ginebra con la que desinfectaban las barras... En alguna ocasión he llegado a lamer la barra de un bar...
-¡No me diga! Eso es señal de que estaba usted en manos de Baco... mal asunto.
-Y tanto. Mi amigo Dionisio, además, me insultaba cuando me veía hacerlo. Me gritaba en voz baja cosas del estilo “¡Arre, so, baco, esto es un atraco, que cada perro se lama su pijo y cada palo aguante su vela, sin cera, sin llama y sin ganas!”
-No entiendo esas palabras, la verdad. Pero no se me haga el remolón y entre, hombre, que no deja pasar a los clientes.
-¡Perdón, perdón! Es que me pongo en un umbral y me entra complejo de puerta, me quedo como paralizado.
-A mí me pasa algo similar, pero lo mío es complejo de pasillo.
-Pues imagínese, si encontramos a alguien con complejo de paragüero ya tenemos para la entrada de un piso...
-Me cae usted bien, pero no se pase...
-Pues me quedo aquí, pero hacer de puerta es a veces cansado, ya se lo advierto.
-Ande, pase. Dígame qué le pido.
-Un café con leche, si es tan amable.
-¿Con gotas?
-Prefiero un chorrito, si no sabe demasiado a café.
-¿De qué habla usted?
-De leche, claro está.
-Yo hablaba de coñac.
-Ah, carajo, pues entonces pídame tres.
-¿Tres gotas?
-No, tres cafés.
-¿Tres cafés?
-Sí, uno con leche, otro con gotas y otro sin gotas.
-Pero el sin gotas, ¿con leche?
-No, sin gotas ni leche, y con sacarina.
-Vamos, un solo con sacarina.
-Sí, pero americano, largo de agua y en vaso de cristal.
-Está resultándome usted muy exigente, qué quiere que le diga.
-Ya, pero es usted una patata con bigote y bombín, creo que me puedo permitir el lujo de ser exigente.
-En eso tiene razón. Además me sobra el dinero y, por otra parte, el problema con los estimulantes lo tiene usted, no yo.
-Pues dele duro, TranTranPalenque, y pídame los tres cafés. Mientras tanto yo pondré un disco en la gramola.
-De acuerdo, y si me permite una sugerencia, que suene “Maki, maki”.
-Le veo a usted con filias balcánicas, ¿eh?
-Claro, es el único lugar del mundo donde todavía se puede disparar al cielo tras un trago y llevar bigote con garantías.
-Pues que sepa usted que en mi barrio también se puede disparar al cielo tras un trago y llevar bigote con garantías.
-¿Y qué barrio es ese?
-El barrio de San Telmo.
-¿En Buenos Aires?
-No.
-Desde luego, no tiene usted acento.
-No.
-Desde luego, no tiene usted acento.
-No.
-Desde luego, no tiene usted acento.
-No.
-Desde luego, no tiene usted acento.
-No.
-Desde luego, no tiene usted acento.
-No.
-Desde luego, no tiene usted acento.
-Creo que se ha rayado el disco. Lo cambiaré, ¿le parece?
-Por mí bien, pero esta vez ponga lo que usted quiera.
-Voy a ver si tienen “Tabernero” para dedicársela al amigo de detrás de la barra, siempre conviene llevarse bien con los hosteleros, si me permite decirlo.
-Es un hombre muy formal este Cristóbal, no creo que tenga problemas con él.
-¡Vaya! Sólo tienen “Nuestra cita” o “La que murió en París”, y no puedo decidirme.
-Mejor no ponga ninguna, son muy tristes. Quizás algo francés.
-Es verdad, tengo la sensación de que lo francés es más alegre.
-No siempre, pero hay cosas interesantes en la discografía de Serge Gainsbourg.
-Y en Benjamin Biolay y en Dominique A y en Françoise Breut.
-Es mejor que decida usted, yo no quiero influirle, porque tengo ciertas cuitas pendientes con todos ellos y sus canciones.
-¿Cuitas?
-Sí, cuitas.
-Hacía tiempo que no oía esa palabra.
-Pues aquí la tiene de nuevo “cuitas”.
-Tiene una sonoridad que me gusta.
-Y a mí.
-Tiene una sonoridad que me gusta.
-Y a mí.
-Tiene una sonoridad que me gusta.
-Y a mí.
-Tiene una sonoridad que me gusta.
-Y a mí.
-Tiene una sonoridad que me gusta.
-Y a mí.
-Otra vez el disco rayado.
-Pero, ¡hombre de dios!, ¡qué capacidad tiene usted para escoger discos rayados!
-Lo lamento profundamente. Seguramente se deba a mis nervios.
-No conocía la canción que sonaba.
-No me extraña, es una cara B de Cojonin Cluso. Para más señas, de su segundo EP, “Charanga subliminal”
-¿Cojonin Cluso? Vaya nombres...
-Ya te digo... Uy perdón, ¿puedo tutearle?
-No tiene sentido que me lo pregunte si ya lo ha hecho.
-Perdone, se me escapó. Mi pregunta era por educación.
-Pues tutéame y veamos qué pasa, no sé si sabré seguir bien la conversación...
-No te preocupes TranTranPalenque, seguro que te sale bien.
-Esperemos. No lo pensaré y punto.
-Esto me recuerda a un relato de Nigel Rickembacker...
-¿Sí? ¿A cuál?
-Tar tar tar, tartamudear en un bar. ¿Lo has leído?
-Sí, y lo cierto es que no me gustó nada de nada, es el cuento más pretencioso de Rickembacker. Yo prefiero Ter ter ter, tercio de cerveza, no quinto. Ahí no se nota tanto que copia a Boris Vian y a Auster.
-Pero tiene cierto deje que... no sé, como que no.
-Qué sabrás tú, que rayas los discos. Anda...
-Puf puf, ya tuvo que salir la mierda.
-¿Acaso no está bueno el café?
-¿Cuál de los tres?
-No sé, cualquiera.
-Cualquiera está bien, pero los tres son malos de cojones.
-¿Por el coñac, por la leche o por el agua?
-No sé, pero reconozco que el café es cojonudo. Debe ser arábiga.
-Sólo la base, no te olvides. El torrefacto es lo que tiene.
-Ya, lo cierto es que no sé por qué he pedido café.
-Ni yo, y además este vinate perronero está bastante bueno.
-Me figuro...
-¿Quieres algo de picar? Me acaba de entrar hambre...
-Casi que no, prefiero el ayuno.
-¿Y eso?
-El otro día me llamaron gordo.
-Ah, ¿eras tú el de las palmeras bollo?
-Ehhh, ¿sí?
-¡Ajajá!
-Ajajá, ¿qué?
-Nada.
-¿Cómo que nada? No puedes soltar una exclamación así, como si tal cosa, puede dar lugar a muchas interpretaciones.
-Claro, pero no soy yo el que tiene que interpretar. Yo lo digo y queda ahí, ahora os toca interpretar a ti y al resto de amigos que nos miran.
-¿Quién nos mira?
-Gente.
-No me digas eso que me pongo nervioso. A veces me siento como letras sobre un papel blanco y eso no ayuda nada a mi ansiedad.
-Pues te jodes. Que sepas que hay gente que te come con la mirada. Ya ves, es como magia, pasas de estar en esta tasca a estar en su cerebro. Algunos te vomitarán después, o te soltarán como improperio o para quedar bien, pero tú aguanta, siempre volverás al papel.
-Pero no quiero volver al papel, quiero quedarme en sus cerebros. Ya puestos...
-Te entiendo pero no es posible. Aquí el único que no vuelve al papel soy yo, que decido lo que dices.
-Homenomejodas. ¿Tanto rollo pa esto? ¿Para eso me has traído a la tasca? Haberme pedido un marianito, coño, así lo llevaría mejor.
-Pensé en camuflarte un marianito rojo en un mosto, pero hubiera sido traicionero. Además la guinda me delataría.
-Pues haber cambiado la guinda por una aceituna, hombrededios. Me lo hubiera bebido con gusto. Para ser una patata con bigote y bombín tienes a veces pocas luces...
-Y tú para ser un personaje inventado me parece que te pasas un poco.
-Ya, ya. Ahora me has puesto nervioso, so cabrón. A ver, ¿dónde están los otros cuatro?
-Buscándome.
-Sí, ¿pero por dónde?
-Varias líneas más abajo, o varias fechas más atrás, como prefieras.
-Yo te he encontrado, no me ha resultado difícil.
-Porque yo me he dejado, que conste.
-Mira TranTranPalenque, tengo que agradecerte muchas cosas, pero a veces me resultas muy confuso. No sé qué pensar de ti, me pones nervioso.
-Pues vuélvete al barrio, te están buscando.
-¿Y qué le digo a mi señora?
-Nada, sigue en el cuadro. Eso sí, no le digas nada de la caja.
-No lo haré. Por cierto, no sé volver al barrio...
-Tranquilo, cuando yo ponga “FIN” estarás allí.
-Ah, bueno. Tú sí que sabes.
-FIN

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-TrantranPalenque, sigo aquí.
-Sí, pero ahora le das la mano a una embarazada.
-¡Hostias, es verdad! Oye, que además no me veo tan gordo, qué quieres que te diga.
-Te habrán pintado con buenos ojos. Eso ya no me incumbe a mí. Habla con el del espejo a ver, que yo me tengo que ir.
-Vale anda.
-Hasta pronto.
-Hasta pronto.
-FIN(dus).

jueves, 16 de agosto de 2012

Llegando a 1000

Si alguien más que yo se dedica a echarle un vistazo al contador de visitas del blog habrá podido comprobar que está llegando al número mil, cifra simbólica y de gran importancia porque dicen que es a partir de esta visita cuando se empieza a ganar dinero. Seguro que es un bulo de Internet porque a mí todavía no me ha ofrecido nadie pasta ni creo que lo hagan. En todo caso sé que esta página no es del todo un soliloquio y estoy en disposición de jurar ante la tumba de Elvis que no he sido yo el que ha elevado el contador cliqueando como un loco, que también podía haberlo hecho.

Confieso que cuando empecé esto no sabía cuánto iba a durar o si iba a superar el final del curso en Ávila o si tendría ideas (o ganas) para seguir durante el verano, pero aquí estamos y cada vez me cuesta menos ponerme a dar la chapa a quienes tengan la paciencia de entrar a ver cuál es la última ocurrencia de este interino errante. Estoy seguro de que hay quien se habrá dado cuenta de que últimamente hablo menos de cosas de la profesión y que el tono ha cambiado en algunos momentos, inclinándose más hacia lo personal-personal y menos hacia lo personal-laboral. También es verdad que, como me ha dado por publicitar a anónimos escritores de notas, notitas y servilletas, pues el título del blog puede ser un poco confuso. Pero como no pienso cambiarlo ni dejar de poner lo que mejor me parezca cada día, pido comprensión y ayuda mutua para alcanzar las 2000 visitas en un plazo razonable y así seguir albergando la esperanza de que Bill Gates me regale una muñeca chochona o un perrito piloto.

Seguiré por ahora inventándome diálogos o desarrollando conversaciones entretenidas que oigo por ahí, colgando las notas anónimas que siempre tienen la misma destinataria o señalando lo bueno y lo malo que, según mi entender y parecer, tiene esta profesión de mielda que adoro. Si durante unos días no actualizara esto no sería por no querer, sino por falta de tiempo (tendría que echar mano de mi tovarich el Amo del Tiempo, siempre y cuando él esté en condiciones), aunque también aviso de que ciertas entradas que he metido tienen vocación suicida. ¡Que no salten las alarmas! Lo que quiero decir es que espero que más pronto que tarde llegue el día en que no tenga que escribirlas y pueda susurrarlas a cierto oído. Entonces, si es menester, volveré a dedicarme exclusivamente a mencionar las bondades de las diferentes instituciones educativas públicas castellanoleonesas que me toque visitar o, como mucho, a inventarme arnolfinis o sigfridas o cortadores de pelo de canario que ya me caen simpáticos porque me han hecho disfrutar mientras los encontraba debajo de este teclado lleno de restos de ceniza de tabaco que, a pesar de todos mis esfuerzos, no es todavía enteramente de liar.

¿Y las canciones? Las que ya están son el disco más importante que le he grabado a nadie jamás. Confieso que en alguna ocasión he lamentado no poder componer canciones para abrirme una cuenta de myspace y dar el coñazo por otros medios, pero generalmente soy de la opinión de que hay otros que ya han dicho más o menos lo que yo quiero decir y que, por tanto, siguen valiendo para decir lo que yo quiero decir, y que se me entienda. Es verdad que si no encuentro la canción perfecta posiblemente tenga que inventármela yo, o contarla, o cantarla, pero no me preocupo excesivamente por ello porque sé que un día aparecerá y no necesitaré más canciones, igual que aparecerá el cuento más bonito del mundo y entonces no haré otra cosa más que centrarme en mi verbena particular y en mi propia chica con moño, igual que Abderramán III hará con su reina mora.

¿Y las películas y los libros? Ahí estarán para quien quiera atender a las opiniones de este espectador y lector errante que sólo sabe que hay montones de cosas divertidas que descubrir, algunas casi escondidas pero siempre enseñando la patita para que las encuentres, dándote pistas para llegar a sofás incómodos que se vuelven los más cómodos del mundo si te acompaña quien te tiene que acompañar.

En fin, que voy a seguir pensando en ti, lector/a, y puedo prometerte que seguiré escribiendo cosas para que te rías o me llames loco, indistintamente. Si sonríes será el mejor premio, y si te pongo triste alguna vez será momentáneo, pues lo que me encanta es imaginarte sonriendo. Gracias por todo.

Mil besos mil (un millón).

miércoles, 15 de agosto de 2012

Sonríe

Nuevamente hoy me han dejado una notita por debajo de la puerta. En el edificio donde viven mis padres hay mucho trajín y así es imposible tratar de averiguar quién puede ser la persona que, aprovechando el anonimato, se dedica a enviarme cosas que yo siempre acabo colgando aquí porque la inspiración es una señora que debe estar de vacaciones. Claro, el problema es que estas entradas tienen poco que ver con asuntos de interinos, pero a mí realmente me gusta pensar que en estos casos actúo como el editor de Nigel Rickembacker, que durante años publicó sus novelas desquiciadas sin llegar a conocerlo personalmente, ni a verlo, jamás.

En esta ocasión la nota viene escrita en letra apretada por detrás del recibo de una pensión con nombre de ciudad pero que no coincide con la ciudad en la que está la pensión. Es, por poner un ejemplo, como si en Segovia hubiera una pensión llamada “Pensión Ávila”. Vamos, creo que queda claro y os hacéis una idea. Muy convenientemente, los nombres de los huéspedes de la habitación (son dos), están tachados, cuidadosamente, con lápiz del dos, como si quien me lo envía quisiera que yo acabara conociendo su identidad o sacando como resultado cuatro, pero como resulta que ni tengo goma ni me apetece resolver este misterio, pues los nombres reales se van a quedar donde están, bajo esa capa de grafito y tan a gusto.

Mientras te esperaba ayer me comí un pincho de tortilla que me supo a gloria. Lo comí como tú haces, como lo hacen las personas que saben, destrozando poco a poco los pedazos y seleccionando con el tenedor los más apetitosos hasta que no queda ninguno en el plato, hasta que la patata, a veces poco cuajada con el huevo, me dijo que ya no tenía más ganas de pan. No sé si me supo a gloria porque te esperaba o porque la tortilla realmente estaba buena, pero no tiene mayor importancia porque yo era feliz.

Al fin llegaste y no eras tú, era alguien que se parecía mucho a ti. Me levanté del asiento y corrí a abrazar a quien pensaba que eras tú, dándome cuenta de mi error justo antes de apoyar mis brazos sobre sus hombros y de olerle el pelo. Me confundió porque durante un solo instante se cruzaron nuestras miradas y pensé que me miraba como me miras tú. Y lo pensé porque cuando te miro son tus ojos quienes llaman mi atención, me buscan y me encuentran. Siempre me encontrarán porque yo siempre los buscaré, porque no hay otros ojos como los tuyos, por mucho que otros ojos me quieran mirar como los tuyos o que otros ojos pretendan buscarte como te buscan los míos.

Subsanado el error volví a mi asiento y a mi café. Bebí unos sorbos y un rato después me encontré pensando en que el café sabe distinto según con quién lo tomes y según lo que te cuenten. De mis zapatillas sin velcro saqué la idea de escribirte una nota que dijera “sonríe”, pero en la servilleta sobre la que lo escribí apareció “te quiero” cuando se secó la tinta invisible del bolígrafo que me dejó un chino que jugaba a la tragaperras. Con mi nota servilletera en el bolso de la camisa, junto al corazón, es verdad, me arrellané en la silla mientras buscaba un periódico atrasado en la barra del bar. No lo había y me quedé sin enterarme de las noticias de anteayer, pero sí alcancé a oír cómo un vecino de la mesa de al lado le decía a otro “dulce vándalo”, mientras atacaba un pimiento relleno de croqueta de boletus. En algún momento sé que tuve la sensación de que hacía calor, pero no tiene importancia porque yo era feliz.

Llegaste tú de verdad. Esta vez no me equivoqué. Me levanté del asiento y corrí a abrazarte, a apoyar mis brazos sobre tus hombros y a olerte el pelo. Sonreí, hablé y lloré, pero no tiene importancia porque yo era feliz. Cuando algún día leas esta nota tal vez yo esté en otra ciudad y no me veas, pero no tengas duda de que sigue habiendo cafeterías donde esperarte, pinchos de tortilla para comerlos como tú y notas que te regalaré cuando llegues, y que además, como le robé el bolígrafo al chino de las tragaperras, cuando diga “sonríe”, estaré escribiendo “te quiero”. Así que sonríe.

Puf, me tengo que ir a tomar una cerveza.

martes, 14 de agosto de 2012

El hombre de las enfermedades raras

Hace tiempo conocí a un tipo que presumía de haber padecido las enfermedades más raras conocidas. No era del todo cierto porque realmente no eran cosas graves, del estilo de tener tres ojos o cosas así, pero sí que resultaba curioso oírle contar cómo se había dormido gracias a la epidural mientras le extirpaban los restos de cola simiesca o qué vergüenza había sentido cuando, mediante cauterización y ante dos estudiantes de medicina en prácticas, le habían recortado la campanilla, que la tenía tan larga que a veces se le posaba encima de la lengua.

Tal vez haya quien quiera ver en estas líneas algún tipo de insinuación fálica. Lo niego totalmente y lo descarto plenamente, pero reconozco que mis palabras podrían llevar a equívoco. De hecho este hombre no estaba como para presumir, fálicamente hablando (esto lo sé por una antigua novia suya con la que intercambié confidencias y cerveza caliente una noche fría, aunque también me puede haber mentido, ojo, dicen que tendía a exagerar).

Lo que sí es absolutamente verdad es que el tipo contaba con cierta gracia sus padecimientos, sus continuas visitas a médicos durante una etapa de su vida y recitaba la lista de diagnósticos como si de la lista de los reyes godos se tratase. Está claro que la lista de los reyes godos no se la sabe ahora ni cristo, pero tiene su gracia como canon para enlistar, ¿o no?. Él lo contaba así:

Mi lista de taras:
Triglicéridos como si me hubiera comido una vaca entera de una tacada.
Colesterol malo como si en la fábrica de dupis hubiera barra libre.
Extrasistolia ventricular como la del guacamayo Pepe, que acabó muriendo de viejo.
Exceso de longitud en la úvula, que no ovula pero tiene músculos.
Quiste pilonidal que demuestra la veracidad de las tesis de Darwin frente al creacionismo.
Discromatopsia que consigue que todas las batas blancas que realizan los diagnósticos anteriores a veces parezcan grises.


Está claro que vengo mal de fábrica, sentenciaba. Y todo esto mientras se tomaba una cerveza que a cierta gente, para mosquearla, le decía que veía en tonos pastel. Nunca le vi comerse un pastel pero deduzco que pasaba de comer merengue azul porque lo veía blanco.

Asistí en una ocasión a una escena bastante curiosa. Fue durante la época en que nos tratamos bastante y solíamos compartir tardenoches y alguna que otra meriendacena. Por la mañana nunca quedamos, decía que le venía mal. En cualquier caso cogió bastante confianza conmigo y pude comprobar cómo le gustaba provocar, sin previo aviso, a gente de lo más variado. La escena que quería relatar fue como sigue: en una tarde de otoño, tomándonos unos vinos calientes en cierto bar con nombre de campo de olivos, se le ocurrió empezar a contarme en voz alta, muy alta, demasiado alta, cómo le habían extirpado la cola y desde entonces le había cambiado la voz. Estoy convencido de que él esperaba que el resto de parroquianos comenzásemos, cual película musical, un número de cante y baile bien sincronizado bajo el título de “Eunuco dime tú”, pero lo único que obtuvo fue la mirada entre curiosa y despectiva, también vidriosa, de nuestros compañeros de barra, quienes rápidamente volvieron sus vidriosas miradas a sus vidrios semivacíos. Sé que esta falta de respuesta musical por nuestra parte le defraudó. Nunca me lo comentó, pero yo sé que él, en ese tipo de casos, cuando adoptaba esa pose, siempre tenía la vana esperanza de que todo se resolviese como en una escena de cine.

En otro momento de nuestra relación hubo una noche en la que me susurró “No sabes lo mucho que quiero a la REINamorA”, con un aliento a gintonis que recorrió mi martillo, yunque y estribo como viento del norte y, durante un lapso de tiempo, cambió de ubicación mis sentidos (porque en un rato llegué a oír por la nariz y a oler por la boca). Yo en ese momento era muy aficionado a la copla y pensé que, debido a la borrachera, estaba recitándome una estrofa, interpretada libremente (muy libremente), de La Zarzamora, versión Lola Flores. A día de hoy sigo preguntándome si no sería una interpretación errónea por mi parte, ya que tiempo después caí en la cuenta de que el alias que utilizaba en sus andanzas por la red siempre era “Abderramán III”. O puede que se tratase simplemente de un juego de palabras, que también le gustaban. Creo que pensé que me recitaba una canción porque era algo que solía hacer. Estabas hablando con él y, de pronto, te soltaba una estrofa de una canción que tenía en la cabeza. Y pienso también que muchas veces se las inventaba, porque decía que eran de grupos que ni yo ni otros conocíamos, pero a mí me divertía, sobre todo cuando se lo hacía a gente que no le conocía.

Sus triglicéridos, su colesterol malo, su extrasistolia ventricular, su úvula cauterizada, su quiste pilonidal y su discromatopsia desaparecieron un día con él. Dicen que vive más allá de las montañas y que es feliz, o al menos sabe que será feliz. Incluso puede que tenga un blog.